Correcta Palabra

Tus palabras y tu lenguaje indican tu pensamiento. Se nos conoce por lo que hablamos, por la forma en que hablamos, por las cosas que decimos y por las que no decimos, y se nos juzga y valora por la calidad de nuestra conversación. Las palabras revelan el tipo de material con el que están construidas y la energía con la que vibran al ser pronunciadas.

El lenguaje posibilita que aquello que pensamos se revista de una forma concreta capaz de ser descifrada e interpretada por los demás. Al hablar damos vida externa a una forma con una determinada carga emocional y mental que hasta entonces solo es conocida por nosotros. El lenguaje revela ideas e intenciones, y la energía que hace aflorar está asociada al tipo de pensamiento que se transcribe en palabras. El correcto lenguaje crea formas con una definida y clara carga benéfica, mientras que el lenguaje incorrecto crea formas confusas y oscuras con contenidos dañinos.

 

Las palabras exigen una adecuada interpretación, pueden tanto inducir a error como ayudar. Tan importante es la correcta palabra como la correcta interpretación al tratar de comprenderla.

 

Las palabras son de diversos tipos y según su condición producen distintos efectos.

Hay palabras vacías, dichas como por azar o capricho, y sus efectos no son duraderos; no aportan nada cuando son buenas o amables, y desgastan cuando son insulsas y revelan prejuicios o antipatías.

Las palabras egoístas, premeditadas, y pronunciadas con un fin definido, construyen un muro de separación entre nuestra personalidad y el alma y entre la personalidad y el resto del mundo. Derribar ese muro separador no es tarea fácil, exige constancia y perseverancia en el empleo de palabras altruistas y conciliadoras, que no se suelen practicar.

Las palabras de odio y rencor son las más dañinas. Perjudican a la persona que las emite, y en cierta medida también a la que van dirigidas. Se propagan con facilidad causando emociones negativas muy contagiosas que anulan cualquier impulso del alma por salir a la superficie. Son portadoras de malestar, producen un estado de prisión, y destruyen el contacto natural con el principio vida, envenenando sus fuentes. Mantienen el espejismo y la ilusión, y cuando se pronuncian con la intención de herir, dañar y matar, se activa un efecto boomerang y vuelven a quien las ha emitido con la misma carga destructiva con la que fueron lanzadas.

A veces las palabras agresivas se entremezclan con bromas o consisten en mencionar los defectos ajenos, según la propia visión errónea de quien las pronuncia. El resultado es una ambiente cargado de estrés y malestar.

Las palabras cargadas de amor y esperanza tienen un efecto liberador inmediato; despiertan lo mejor de uno mismo y de los demás; son un reclamo para la atención del alma, y tienen la virtud de activar la alegría interior y la visión de lo bello de la vida. Es a través del amor como se desvitalizan las informaciones malignas, las mentiras y las habladurías, que se destruyen mediante el poder de una forma mental opuesta, de paz y armonía.

 

La crítica es un veneno contagioso. En todos los casos perjudica a su debido tiempo al que critica y sobre todo si se dirige verbalmente, perjudica mucho más al que ha sido criticado, cuyo cuerpo físico se resiente especialmente cuando tiene alguna debilidad

La crítica que no ha sido verbalmente difundida también es muy peligrosa, porque está poderosa y fuertemente enfocada, aunque no haya sido enfocada individualmente.

Cuando la crítica se emite y se expresa en palabras se refuerza y se envuelve en negatividad a través de juicios infundados, murmuraciones, pensamientos ponzoñosos, ideas falsas, habladurías llenas de envidia y odio, acusaciones vanas, resentimientos…

La crítica puede estar fundada en muchas cosas, pero generalmente tiene sus raíces en la envidia, en la ambición reprimida y el orgullo y egoísmo personal.

La crítica constructiva en realidad no existe, debería usarse otro nombre para ese concepto, como “corrección amorosa de errores”, “ propuestas alternativas a considerar”, “ideas u opiniones respetuosas”…

Cuando se es objeto de burla y desprecio lo mejor es no hacerse eco ni perder energía en escuchar. Si los embustes y mentiras se desatan no hay que tener temor porque el temor vibra en la misma frecuencia y atrae tipos de energía similares que te vuelven vulnerable. Simplemente hay que seguir adelante sin dirigir la atención a algo que se desvanece por sí mismo. La mentira es una cosa propia de la materia densa y es demasiado pesada como para ocuparse de ella, hay que hacer oídos sordos a todos los ruidos de la tierra.

Ante la crítica no hay nada que hacer sino continuar con un buen trabajo de servicio, retirarse dentro de sí mismo, decir la verdad con amor cuando se ofrece la oportunidad, y rehusar amargarse ni sufrir por la inconsciencia ajena. San Agustín lo expresó con una frase muy bella: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

 

Las palabras son cosas vivientes, tienen poder sobre todo en el lenguaje hablado, y no deberían decirse de forma inconsciente y sin un sentido definido. Cuando se consigue comprender el significado del lenguaje, se aprende cómo hablar, cuándo hablar, qué se logra con hablar, y qué sucede cuando se habla; entonces la palabra se convierte en una creación armoniosa y en una herramienta útil para conseguir los objetivos que se persiguen.

 

El poder de las palabras se basa en la energía que contienen y en la fuerza que desprenden cuando se pronuncian. “La energía sigue al pensamiento” y se irradia a través del sonido cuando surge la palabra creando efectos tangibles en el plano físico.

Las palabras contienen una fuerza muy poderosa que podemos elegir utilizar de forma constructiva o destructiva. Se construye con palabras basadas en el amor y se destruye con palabras basadas en la negatividad. Las palabras poseen la energía y el poder de ayudar, de sanar, de servir; o de obstaculizar, de dañar, y de humillar.

Las palabras, al igual que los pensamientos, atraen a energías y fuerzas afines. El proceso nace con el pensamiento, pasa a la palabra y se convierte en hechos. A través de la palabra apoyamos lo que pensamos, sin ser muchas veces conscientes que nuestro subconsciente y nuestro cerebro obedecen, y cuando decimos algo se lo toman como una orden a cumplir y hacen todo lo posible para materializarlo. El pensamiento cuando se apoya por la palabra coge objetividad y produce efectos concretos. Así, sí nos hemos programados y habituado a pensar mal, hemos aprendido a hablar peor, y el poder de las palabras, que tan a menudo olvidamos, hace realidad aquello que tanto tratamos de evitar, y nuestros temores y negatividades se convierten en una profecía autocumplida. Por eso es preciso estar muy atentos a lo que pensamos, pero aún más a lo que decimos. La palabra contiene el don de hacer realidad lo que decimos y revela el contenido de nuestras preocupaciones y contradicciones. Tal vez deseamos salud, pero hablamos de enfermedades, síntomas y achaques, propios o ajenos. Deseamos dinero y una vida confortable, pero hablamos de pobreza, de carencias, de todo lo que no tenemos. Queremos ser felices, pero hablamos de desgracias, de riesgos, de miedos a perder lo que tenemos o a no conseguir lo que anhelamos.

Hablar es trabajar con éter, esa energía invisible que anima toda vida. El sonido y el lenguaje contienen todos los elementos requeridos para mover a distintos tipos de agentes creadores que responden a las vocales y las consonantes y construyen formas, mejor o peor adaptadas a las necesidades. La palabra encubre el pensamiento, idea o designio y el sonido hace posible que se plasme en uno u otro de los siete planos.

El sonido o el habla es, después del pensamiento, el agente kármico más elevado empleado por el ser humano. De cada palabra nace una causa que se plasmará en un efecto que irremediablemente se concretará y tendrá lugar antes o después.

 

La ciencia de las palabras ha comenzado a ser investigada desde distintos enfoques. Recientes investigaciones apuntan a que el ADN puede ser influido y reprogramado por palabras y frecuencias de sonidos, sin reemplazar genes individuales ni seccionar cadenas. Solo el 10% de nuestro ADN se utiliza para construir proteínas, y este pequeño porcentaje del total que compone el ADN es el que estudian la mayor parte de los investigadores. El otro 90% es un gran desconocido. Investigadores rusos, en colaboración con lingüistas y genetistas, han explorado ese 90 %, y han encontrado sorprendentes resultados que indican que nuestro ADN no sólo es el responsable de la construcción de nuestro cuerpo, sino que también sirve como almacén de información y para la comunicación a todos los niveles de la biología. El código genético, especialmente en el 90 % desconocido, sigue las mismas reglas de todos nuestros lenguajes humanos. Compararon las reglas de sintaxis (la forma en que se colocan juntas las palabras para formar frases y oraciones), la semántica (el estudio del significado del lenguaje) y las reglas gramaticales básicas y así descubrieron que los alcalinos de nuestro ADN siguen una gramática regular y tienen reglas fijas, como nuestros idiomas. Por lo tanto, las reglas de los lenguajes humanos guardan una similar composición, no de forma casual, sino que son un reflejo de nuestro propio ADN.

Desde la ciencia se trabaja también en demostrar la fuerza de la mente cuando se traduce a palabras. Las premisas teóricas indican que cuando focalizamos nuestra mente en algo, y a esto le sumamos el sentimiento y la emoción para finalmente expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que estará afectando a todos los reinos de la materia. La energía liberada en cada palabra afecta no sólo a quien se la dirigimos sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.

Esto ya era conocido por diversas civilizaciones de la antigüedad. Los antiguos alfabetos, como el sánscrito, el arameo y el lenguaje hebreo expresan un alto nivel de energía. Los esenios sabían de la existencia de un enorme poder contenido en la oración, el verbo y la palabra, y utilizaron la energía que desprende el lenguaje cuando expresa pensamientos y emociones, y trata de ser un medio de comprensión del más alto grado de realidad posible.

Desde tiempos antiguos, en Oriente a través de los mantras y cánticos, y en Occidente a través de rezos y plegarias, se utilizó la palabra y el lenguaje para materializar estados internos y elevar la conciencia. Los estudios realizados por físicos cuánticos comienzan a redescubrir y validar el enorme conocimiento olvidado de antiguas culturas ancestrales.

Comienza a ser demostrada la capacidad que tiene la palabra para afectar la programación del ADN, lo que tiene enormes implicaciones en la mejora de la salud y el avance en la curación . El lenguaje no solo sirve para expresarnos y comunicarnos con los demás, sino también con nosotros mismos y tiene un inmenso poder de trasformación de la vida y un gran impacto en la psique y las emociones. Es muy importante utilizarlo adecuadamente, y elegir las palabras que vamos a pronunciar. El lenguaje conduce a la mente hacia mundos determinados, y moviliza emociones hacia escenarios positivos o negativos. Ya en los estudios de programación neurolingüística desarrollada en California, en la década de 1970, se descubrió que el lenguaje genera reacciones neurológicas, y estas intervienen en la visión y en las creencias personales, y se pueden emplear para aumentar la autoestima, disminuir la culpabilidad y desactivar creencias limitadoras.

Emoto Masaru, autor japonés, fallecido en 2014, conocido por sus controvertidas afirmaciones de que las palabras, oraciones, sonidos y pensamientos dirigidos hacia un volumen de agua influirían sobre la forma de los cristales de hielo obtenidos del mismo, ha desarrollado experimentos que son dignos de ser considerados.

Los experimentos de Emoto consisten en exponer agua en recipientes a diferentes palabras, dibujos o música y entonces congelarla y examinar la estética de los cristales resultantes mediante fotografías microscópicas. El punto esencial de las teorías de Emoto afirma que el pensamiento humano, las palabras, la música, las etiquetas en los envases, influyen sobre el agua y sí son positivas ésta cambia a mejor de forma definida, y sí son negativas lo hace en sentido contrario. Si el agua lo hace, nosotros que somos 70-80% agua deberíamos comportarnos igual. La prueba que aporta Emoto es la superior belleza de los cristales de hielo extraídos de agua “tratada” en sus experimentos frente a la baja belleza de los de agua “no tratada”. Los seguidores de Emoto, aceptan que mentalmente o por la palabra se puede influir en la estructura o propiedades de una sustancia química como el agua, y que dicha influencia, que puede ser extraordinariamente positiva, pasaría del agua al cuerpo humano posteriormente al ingerirla.

Las afirmaciones de Emoto están consideradas como pseudocientíficas y es ampliamente criticado por sus afirmaciones y por violar las leyes de la física por emplear métodos inapropiados para refrendarlas, sin embargo su línea de investigación sigue una lógica razonable en relación con la demostración física del poder de la palabras.

 

El buen uso de la palabra es todo un arte. Aprender a hablar bien exige poner atención en lo que se dice y ser consciente de lo que se piensa y de cómo se expresa. La forma en la que se habla indica el nivel de vibración de los cuerpos físico, emocional y mental. Un aprendizaje en el habla no puede separarse de la forma en la que se utiliza cada cuerpo. El buen uso de la palabra facilita la purificación de los cuerpos y permite que la energía fluya por los mismos al máximo nivel posible.

Hablar en positivo crea un escudo contra la gran cantidad de negatividad que circula en estos tiempos por el cinturón mental y emocional de la humanidad y desprograma la mente de la tendencia a pensar en negativo sobre la base de preocupaciones siempre infundadas. Lo positivo te conduce hacia el tiempo presente y te acerca a la realidad. La palabra “si” abre puertas y la palabra “no” las cierra; “si” dirige la atención hacia lo que se aspira y deja atrás la energía que se quiere evitar.

Conviene tener generosidad y utilizar palabras de gratitud: “por favor”, “gracias”, “¿Necesitas ayuda?”, “lo siento”, “perdón, no ha sido mi intención ofenderte”; pueden parecer simple cortesía, pero de su uso sincero se crea sana energía que ayuda a curar en vez de herir.

Las palabras de queja deben ser erradicadas del mundo. Cabe la reflexión constructiva, la lucha por la justicia y los derechos, la defensa de la verdad; pero la queja es destructiva por naturaleza, incide en la maldad, en la desconfianza, en el mal pensar; arrastra la energía más densa y más oscura; obstruye la libre circulación del amor; está cargada de espejismos y contagia de amargura todo lo que toca. La queja es antinatural y fortalecida con la palabra se convierte en una peligrosa arma de destrucción.

Hay que cuidar las afirmaciones verbales hacia los semejantes, saber elegir a quien destinamos lo que vamos a decir, tomar conciencia de las consecuencias de cada palabra, y hacerse responsable de lo que pueda ocurrir . De lo que se siembra se cosecha, tarde o temprano. Una buena protección contra excesos en afirmaciones personales es hablar como si la persona a la que van dirigidas estuviera presente y nos estuviera escuchando, y todavía mejor protección es hablar sobre los demás solo cuando están presentes.

Escoger bien las palabras, de forma concreta y con claridad, ayuda a ver las cosas de la forma más sencilla y más útil. Quedarán bien definidos los logros que se persiguen o las situaciones que se pretenden transformar, y el cerebro recibirá órdenes firmes y compactas que poner en práctica.

Con la pronunciación de cada palabra haya que ser consciente de la emoción que se está asociando y la energía que se desprende. La calma y la observación pausada, las sensaciones y las pequeñas intuiciones nos indicarán si vamos en buena dirección.

Elegir la palabra correcta también es un arte. Siempre hay una palabra correcta o un silencio correcto para cada situación. Lo correcto es caminar en la dirección de la verdad y del amor, lo que te inmuniza contra tus propios errores y las negatividades ajenas. Las palabras deberían reservarse para hablar con fines altruistas, y para difundir la energía del amor. Reservar la palabra conserva su fortaleza; utilizar la palabra, bien elegida y hablada, ayuda a la distribución del amor en nuestro universo, una buena aportación por pequeña que pueda parecer. Se debe aprender a estar silencioso ante la maldad, a callar ante los sufrimientos del mundo, sin malgastar tiempo en quejas inútiles y en demostraciones de dolor e indignación sobreactuadas, y emplear la energía de ese silencio en trabajar para aligerar las cargas del mundo, sin desperdiciar energía en palabras. Sin embargo, se debe hablar donde se necesite dar ánimos, infundir esperanza, construir en el amor, para que la magia que genera esa forma de hablar fluya libre y pueda aliviar cargas y ayudar a trasmutar el dolor en amor y compasión y evitar que el dolor se pueda convertir en sufrimiento innecesario.

 

Controlar la palabra en todo momento no es nada fácil. Control no es represión, ni reticencia al hablar, ni silencio. El empleo controlado de las palabras consiste en saber utilizarlas cuando se precisan y no jugar con ellas cuando no hay nada que decir; supone ser consciente del poder de la palabra hablada, y de la comprensión del proceso creativo que conlleva el manejo de la mente y su proyección en la movilización de sustancia física.

La palabra cuidada y manejada con amor nos acerca hacia nuestras posibilidades espirituales más elevadas. La utilización de las palabras bien elegidas y habladas, y en su justa medida, reequilibra la energía, nos induce hacía un estado de armonía y tranquilidad, aumenta la percepción y la atención, y dirige la conciencia hacia el alma.

El factor más poderoso para controlar la palabra reside en un corazón amoroso. Hablar desde el corazón, con limpieza y sentido de fraternidad, sin juzgar, valorando lo bueno que hay en todo ser humano, nos protege contra la tendencia a la crítica y a las habladurías. Hablar poco, lo justo y necesario; bien hablado; con conocimiento de causa: y con discreción, orienta a saber cómo y a quien hablar.

No es fácil dominar la lengua en todos los instantes del día, pero su práctica continuada te acerca a nuevas cotas de libertad y permite ampliar el campo de expansión de la conciencia.

 

Para saber cuándo se habla de más hay que prestar atención a los mensajes internos que llegan a través de sensaciones de desarmonía y alteración del equilibrio, que nos informan de que es momento de callar. Saber cuándo hablar es tan importante como saber cuándo callar. También hay que intentar saber a quién se puede hablar de determinados temas. Muchas personas escuchan con un filtro de negatividad y desconfianza con el que analizan todo; cuanta más información les das, mas tema tienen para la crítica. A su vez, cuando el interlocutor escucha con el corazón, se puede hablar con libertad y sin inhibiciones.

 

El silencio no significa abstenerse de hablar. Guardar silencio es abstenerse de indagar en determinadas corrientes del pensamiento, evitar el uso insano de la imaginación y el abuso de la fantasía. Hay un tipo de silencio para cada cuerpo: un silencio físico, de pronunciación de palabras; un silencio emocional, con la ausencia de deseos; y un silencio mental, sin prestar atención a la infinita cadena de pensamientos que asaltan las mentes poco disciplinadas y que los alimentan con una atención innecesaria.

El habla no se controla con la represión, con la acumulación de impulsos, o su supresión violenta, que a la larga acabaran produciendo una explosión verbal salida de tono. Se regula a través de cultivar el silencio mental, que no significa pensar silenciosamente, sino evitar líneas indeseables de pensamientos y hábitos mentales insanos con acercamientos a ideas poco recomendables. Se logra aplicando el proceso de sustitución, no de supresión; la atención no debe estar reprimida, se trata simplemente de dirigirla en otro sentido más evolutivo, de aprender a concentrarla de forma relajada e inteligente.

El verdadero silencio oculto nace de un corazón libre de dudas y no como resultado de haber cerrado una puerta. Reflexionar en el silencio de un corazón amoroso hace aflorar la luz y el calor interno que hace posible escuchar la voz del silencio.

 

En la magia de las palabras está la esencia de la magia y su carácter creativo. En realidad la magia está basada en la palabra y en el poder del sonido. Siempre que utilizamos palabras movemos algún tipo de energía de mayor o menor grado. Cuando las palabras son sinceras, limpias, basadas en el amor: hacemos magia blanca; cuando usamos palabras oscuras, teñidas de emociones negativas y con intenciones de agresión y separación: hacemos magia negra. El poder creador de la palabra puede atraer luz y vida renovada, o producir dolor y destrucción. Cada palabra es pura magia, y su uso equivocado es magia negra. Con la palabra podemos hacer mucho bien o mucho daño; podemos dar esperanza, apoyo desinteresado y abrir caminos hacia la libertad; o podemos dañar, confundir, incitar al odio y a la toma de decisiones erróneas.

Cada palabra que pronunciamos altera en alguna medida el escenario en el que tiene lugar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Todo está en continuo cambio aunque parezca lento y cotidiano, y conscientes o no, lo estamos transformando por acción o inacción.

La palabra es un regalo divino que nos ha sido concedido a los seres humanos y que nos otorga un significativo papel en la vida planetaria, en la que no somos el centro del universo. La palabra es una herramienta que puede ser muy poderosa y la responsabilidad de su uso debería tomarse con todo cuidado. Mediante la palabra se expresa el poder creativo, que está en la base de todo lo manifestado. La energía sigue al pensamiento, y adquiere objetividad a través de la palabra. Toda forma es el resultado del pensamiento y el sonido. Cada forma oculta una idea o concepto creador, es por tanto el símbolo, la representación de esa idea. Por ello un símbolo es un signo externo y visible de una realidad interna, de carácter espiritual.

La palabra se sirve del sonido para crear, y todos los sonidos se expresan también como color. La palabra pronunciada tiene un color, un tono y una forma definida y única, con un determinado grado de energía o actividad y una carga de vida creadora con algún grado de conciencia, de la que podemos ser más o menos conscientes.

 

La lectura de la palabra escrita, y el esfuerzo dedicado a entender el texto y comprender su significado, para poder luego expresar esa comprensión en palabras, ayuda a manifestar la percepción intuitiva en el plano físico. En ello se basa el estudio, que está destinado a comprender y no sólo a leer frases y palabras y acumular datos mejor o peor ordenados en la memoria. Aunque la verdadera comprensión siempre opera través de la experiencia, escuchar o leer un lenguaje inspirador prepara para la experiencia, entrena en las actitudes más evolutivas y crea recursos mentales que podrán ser utilizados en su momento.

Hay palabras con cierto contenido filosófico y de búsqueda interior que van más allá de la lógica lineal y estimulan la abstracción y el uso de la mente superior. Algunos conceptos no tienen la palabra imprescindible que los defina y describa, y al cerebro le cuesta intervenir en ese proceso, por lo que determinadas palabras solo se comprenden por la intuición. Siempre es aconsejable dedicar algún tiempo del día o de la semana a leer este tipo de palabras inspiradoras, que cada cual puede elegir en función de sus capacidades y de los temas que le atraen y desea explorar. Tratar de pensar y percibir en el nivel de conciencia más elevado posible es un esfuerzo que ira dando sus mejores frutos a medio y largo plazo. Tal vez no se llegue a captar todo el pleno significado de las palabras, pero se desarrollará una tendencia a percibir y reaccionar ante impresiones y energías que nunca sospechamos que pudieran existir.

La “Lectura espiritual” en realidad significa leer con los ojos del alma, con la visión interna alerta, para descubrir lo que se busca.

 

Para escribir o hablar con corrección es preciso cultivar la exactitud en la palabra y disponer de una percepción sincronizada con la realidad. Cuando se consigue centrar la atención en expresarse con un alto grado de relación entre lo que se ha comprendido con claridad y lo que realmente se dice se puede conseguir revestir las ideas en forma apropiada, con sencillez y naturalidad. Pero la palabra exacta no es un concepto que deba entenderse de forma lineal. La concreción no significa la perfecta manifestación de lo que se piensa y la generalización nunca es una completa expresión de la verdad. También cada palabra puede tener varios significados y además no existen palabras para muchos conceptos abstractos o las que se emplean son limitadas.

El esfuerzo para leer, comprender y luego expresar esa comprensión en palabras, ayuda a manifestar la percepción intuitiva en el plano físico. El estudio e incluso la repetición constante de una verdad bien conocida, sirve a veces para llegar a comprender su exactitud, pero nunca debe olvidarse que toda comprensión es relativa y que sobre el mismo concepto existe una comprensión más elevada en una nueva espiral de manifestación de la conciencia. Por ello la absoluta certeza puede convertirse en una visión parcial y se corre el peligro de caer en la tendencia a imponer el propio punto de vista, lo que indica falta de comprensión. La pureza de pensamiento se complementa con la precisión en la palabra y habilidad en la acción.

Las principales características de una persona con buena capacidad de comunicación son la claridad mental, una sincera impersonalidad, tolerancia espiritual y sencillez en el uso de las palabras, sobre todo cuando encierran conceptos y tienen significados profundos.

 

En las antiguas tradiciones espirituales de Oriente se han desarrollado los ‘mántram’ que son frases construidas de palabras y sílabas que repitiéndolas generan un determinado estado energético y de conciencia. Su correcta entonación genera un poderoso efecto y un canal directo de comunicación entre quien emite el mántram y quien recibe el sonido.

El mántram más conocido, tanto en Oriente como en Occidente es el Om, (también Auṃ ) (en silabario devánagari); es uno de los mántras más sagrados en religiones como el hinduismo y el budismo. Es considerado el sonido primordial, principio de la mayoría de los mántras, palabras o sonidos divinos y poderosos. El Oṃ es el símbolo de lo esencial, significa unidad con lo supremo, la combinación de lo físico con lo espiritual.

Al emitir la Palabra Sagrada se atrae hacia los cuerpos materia más refinada y se facilita la expulsión de la más burda. El principal efecto de su empleo consiste en la purificación, estabilización y centralización. Su uso vitaliza el cuerpo físico al energetizar el cuerpo etérico. Intensifica la vibración del cuerpo emocional, expulsando las vibraciones opuestas y armonizándolas con el ritmo superior y permitiendo la afluencia de sentimientos más elevados, lo que facilita el equilibrio. Estimula la mente inferior, y crea al mismo tiempo un vínculo con la mente superior que estabiliza a la mente concreta inferior. Las formas mentales atraerán materia más refinada y rechazaran las de vibración inferior. Además crea una envoltura protectora tanto individual como colectiva si se pronuncia en grupo.

El Om consiste en A+U+M. La A y la U en sánscrito cuando se unen suenan O, y por tanto A, U, M producen el sonido OM. El primer sonido es A, que se pronuncia como una prolongada “AH”. El sonido se inicia en la parte posterior de la garganta. Al pronunciarlo, se puede sentir el plexo solar y el pecho vibrando. El segundo sonido es la U, que se pronuncia como una prolongada “oo”; el sonido transfiere suavemente la vibración a la parte trasera de la boca, pudiendo sentir esta vibración también en la garganta. El tercer elemento es M, y se pronuncia como una prolongada “mmmm” con los dientes delanteros tocando suavemente. La vibración se siente ahora en la boca y en toda la cabeza. El último elemento es el silencio profundo del Infinito. Al pronunciarlo hace cerrar los labios, que es como cerrar la puerta del mundo exterior y volcarnos hacia dentro de nosotros mismos.

Las vibraciones y la pronunciación rítmica también tienen un efecto físico en nuestro cuerpo. Om y su vibración, ralentiza el sistema nervioso y calma la mente, preparando el camino hacia la meditación. Cuando la mente está relajada, la presión arterial disminuye y ello beneficia al corazón y al sistema circulatorio.

Al pronunciar un mántra y en especial el Om, el pensamiento se vuelve puro. Al entonarlo nos sintonizamos y reconocemos nuestra conexión con todos los demás y con todos los seres vivos, con la naturaleza en su conjunto y con el universo. Es también una forma de conectar con nuestro interior y elevar nuestro estado de conciencia.

El sonido o sonidos físicos, tienen un poderoso efecto, pero relativo. Es más importante la capacidad para sentir la Palabra Sagrada cuando se emite silenciosamente. La cualidad de su idea es la que producirá el efecto correcto, y no el modo en que produce un sonido con la ayuda de las cuerdas vocales y la boca. La energía sigue al pensamiento, por ello la comprensión del significado de las palabras y la habilidad de pensar con corrección y enviar el significado acertado a las palabras las dota de un poder especial, facilitando el paso de la forma al espíritu. Para el mejor empleo del Om se precisa mantener firmemente su significado en la conciencia.

 

La verdad es lo que en definitiva produce la eficacia de las palabras y los actos. Pero descubrir la verdad es una tarea compleja. No se trata solo de exactitud o concordancia con la realidad, la verdad es relativa y se modifica continuamente en el progreso por el camino evolutivo. La verdad en la palabra es la manifestación en el plano físico de la expresión de realidad que somos capaces de percibir y comprender. Implica la capacidad de penetrar en el mundo subjetivo y establecer contacto con lo que toda forma encubre, y conlleva la habilidad para construir una forma verbal que exprese la verdad tal cual se percibe. Tan importante es una correcta percepción, como una fiel construcción de las palabras adecuadas para expresar el grado de realidad al que tenemos acceso. Cuando se llega a conseguir que este proceso se realice limpio de espejismos, de proyecciones y deseos personales, se hace posible la magia en las palabras y el acceso a la especial energía de los mántram y palabras de poder, y además de ver la verdad en todas las cosas se puede prestar un gran servicio ayudando al proceso evolutivo, despejando las densas nieblas en la que vive envuelta buena parte de la humanidad.

La actitud de trabajo hacia la verdad en la palabra implica seguir unos sencillos pasos sin desviarse del rumbo en ningún momento. Hay que esforzarse en mantener una estricta atención a todas las formas verbales que se emplean; emplear con inteligencia el silencio; observar y estudiar las causas de cada acto, para decidir con sensatez si proceder actuar o no; y llevar a cabo un esfuerzo constante para ver la realidad en todas las formas. Este permanente esfuerzo, debe adoptarse sin rigidez, con una buena dosis de amor, y una desapegada esperanza de que una mayor comprensión y un mayor grado de conciencia, sean la motivación legítima que anima nuestro camino de servicio.

Incluso aunque el esfuerzo aplicado no pueda ser expresado en palabras no se debe caer en el desánimo ya que esa atención concentrada produce una precipitación de la mente abstracta y la capacidad de intuición, lo cual a su vez estimula y desarrolla las células cerebrales y produce una constante estabilidad del poder de permanecer en el “ser espiritual”. La vibración de ese estado influye en todo lo que nos rodea, aunque no se expresa palabra alguna.

 

Hablar desde el corazón es una de formas más sencillas de lograr la “correcta palabra”. El corazón no se equivoca, no es invasivo, llena la mente de honestidad, es sincero, nada sabe de egoísmos y no sirve al pequeño yo.

El lenguaje del corazón dota a cada palabra del grado de conciencia más elevado posible al que se tiene acceso y sus efectos serán benéficos y positivos. Crea palabras basadas en la verdad y presenta esa verdad de tal manera, que convence sin invadir y atrae aún sin convencer.

Desde el corazón el propio espíritu se estabiliza y facilita que se actúe con serenidad y decisión, en armonía con el entorno, con corrección y con respecto hacia toda forma de vida.

Hablar desde el corazón acerca a la mente abstracta, hacia la intuición, llama a las puertas del alma y atrae la atención del Ser, al que se ofrece la creación de formas mentales adecuadas para manifestar su esencia en el plano físico, en el mundo objetivo.

El lenguaje del corazón es la forma en la que se expresa la poesía auténtica, profunda y plena de vida.

 

Que tu palabra, pensada, escrita o hablada, sea oportuna y moderada, clara, amable y agradable, de un tono firme y sosegado, que no exprese ni el deseo ni el odio, que invite al amor a iluminar la belleza que todo mundo oculta.