La visión de la muerte

Indice:

1. ¿ Qué es la muerte?
2. Temor a la muerte
3. Causas de la muerte
4. Muerte y Filosofía
5. Experiencias cercanas a la muerte
6. La realidad del alma: inmortalidad
7. Proceso de la muerte
8. La Cremación
9. Técnica de morir
10. Preparación en vida para la muerte
11. Actitud ante la muerte
12. La muerte como consejera
13. Hoy es un buen día para morir
14. El duelo
15. Karma y Reencarnación
16. La visión de la muerte
17. Bibliografía y referencias

1. ¿Qué es la muerte?

La muerte no existe. El espíritu del ser humano es inmortal, perdura eternamente, saltando de un nivel de conciencia a otro, hasta donde no somos capaces de imaginar. Lo único que muere son nuestros vehículos que, cuando han cumplido su función, se desintegran, y su energía y su materia vuelven a ser restituidas a su lugar de origen, disponibles para dar forma a nueva vida.
La muerte suele ser ese tema olvidado que todo el mundo evita. Pero sin enfrentar el tema de la muerte no se puede ser feliz, ni se puede lograr un adecuado equilibrio emocional y mental.
Vemos la muerte a nuestro alrededor continuamente, y entendemos con facilidad que se trata de un proceso natural en el reino vegetal y animal, pero por alguna extraña razón rehuimos encarar la muerte a nivel humano, a pesar de que asistimos a entierros de gente cercana y vemos noticias de muertes que llegan por todas partes. Nos las arreglamos para evitar reflexionar sobre el sentido de la muerte, como si fuera algo que no va con nosotros, cometiendo uno de los errores que más daño hace a nuestra evolución y a la vida en libertad.
La muerte no existe, solo hay una entrada en una vida más plena, sin las limitaciones que imponen los vehículos para expresarse en el plano físico denso, ese plano que creemos conocer bien y que solemos considerar como el principio y el fin de todas las cosas.
La muerte, tal como se concibe por la humanidad actual, es un gran espejismo, una creación de la imaginación humana, que intentamos pasar por realidad cubriéndola de velos cargados de conceptos erróneos, de mitos y de prejuicios distorsionados por miedos infundados. La muerte puede ser mejor considerada como la experiencia que nos libera de la ilusión de la forma.
Nuestras ideas sobre la muerte han sido erróneas desde hace cientos de años. Venimos considerando a la muerte como un terrible final que hay que evitar a toda costa, pero en realidad es la gran evasión, la entrada en una vida más plena y activa, liberada de la forma inadecuada en la que acaba por convertirse un vehículo envejecido y cristalizado. Morir es simplemente la transición entre el fin de un ciclo vital en encarnación física que termina, y el paso a una vida más plena en un plano de conciencia que no necesita ya de cuerpos físico, emocional o mental, y que culminará con el inicio de otro ciclo vital, una nueva reencarnación en una nueva vida física.
La muerte es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos pasado muchas veces por ese proceso y seguiremos pasando hasta que nuestra evolución haya llegado tan lejos que no precise de nuevas encarnaciones. La muerte indica una transición definida de un estado de conciencia a otro, y no es otra cosa que el retiro de la energía y la desintegración. Lo que llamamos muerte es cuestión de conciencia. En cierto momento estamos conscientes en el plano físico; en otro, nos retraemos a otro plano y estamos allí activamente conscientes, con mucha más plenitud. Tan pronto como nos reconozcamos como almas y seamos capaces de experimentar el cambio de conciencia de un plano a otro, la muerte pasara a ser un simple proceso de transición y dejará de causar preocupación.
Una ley básica de la naturaleza es la ley de renacimiento, la reencarnación, más allá de creencias o ideologías, y esa ley dicta que no existe la muerte. Las únicas muertes que hoy prevalecen en el mundo, son la muerte de la libertad, la muerte de la justicia, de la hermandad, la muerte de los valores que nos dan derecho a llamarnos humanos, y la muerte de los valores espirituales superiores, con la negación del amor que subyace detrás del atormentado escenario en que convertimos la belleza de la vida en la tierra, y la muerte de la verdad de lo verdaderamente real. Al lado de estas trágicas muertes, la muerte de una forma física es algo insignificante y puede ser corregido por la oportunidad de un nuevo renacimiento.
Con el paso de los años, y en las últimas etapas de la vida encarnada, la forma física termina por cristalizarse, y el Ser, atrapado en un cuerpo, toma conciencia de lo inadecuado de su situación, dejando paso a la feliz liberación llamada muerte, el momento más grandioso y sublime de toda su vida. La muerte es la “gran liberadora”, que destruye las formas y provoca la muerte de lo que está corporificado, cristalizado y densificado en extremo.
El proceso de muerte y resurrección tiene lugar continuamente en todos los reinos de la naturaleza; cada muerte prepara el camino para una mayor vivencia y amor, que se plasmará en una nueva rencarnación, en una nueva vida renovada, dispuesta a recorrer un nuevo trecho del largo camino evolutivo.

2. Temor a la muerte

¿Nacemos con algún tipo de temor?. Algunos científicos plantean que al nacer venimos acompañados de dos miedos: el miedo a las alturas y el miedo al ruido, aunque más que miedos podrían ser reacciones intensas a las primeras situaciones evaluadas instintivamente como de peligro. Al margen de que en casos extremos traigamos miedos heredados de vivencias traumáticas o de malos hábitos de otras vidas, parece evidente que el miedo a la muerte no nos viene de nacimiento y se genera con equivocado esfuerzo a lo largo de las experiencias de la vida, de los condicionamientos culturales y de la elección poco acertada de nuestras emociones y pensamientos. La buena noticia es que, sí el temor es aprendido se puede desaprender y sustituir por alguna idea más inteligente y más adaptada a las auténticas necesidades evolutivas.
La muerte para la mayor parte de la gente constituye una tragedia. Supone el fin de todo lo amado, de lo familiar y lo deseado; es una brusca entrada en lo desconocido, en la incertidumbre, y la abrupta terminación de todos los planes y proyectos en unos casos, y en otros el final de un vida cotidiana basada en la seguridad y en la comodidad de lo conocido. La personalidad es reacia a desaparecer y busca cualquier anclaje al mundo de los vivos.
Tarde o temprano la muerte se presenta, y hay que encarar el momento inevitable. Es triste que se tenga que llegar al final sin ninguna preparación, con un temor que se ha ocultado con esfuerzo durante años, y que dificulta vivir con plena conciencia y comprensión una de las experiencias más grandes que puede tener el ser humano en toda su vida encarnada.
Desapegarse de la identificación con el cuerpo físico no se aprende de repente, como tampoco se aprende en un instante a afrontar la soledad. Por eso es normal que un temor irracional se apodere de muchos cuando ven venir la muerte, algo que podrían haber evitado si en los momentos de salud y energía de la vida hubieran dedicado un tiempo inteligente a tratar con esa magnífica liberación que nos espera a todos.
El temor a la muerte se sustenta en una serie de premisas, todas ellas equivocadas, fruto de un espejismo que se transmite culturalmente con gran facilidad. Se tiene miedo a lo desconocido, al supuesto dolor y desgarro del proceso de la muerte, a abandonar a los seres queridos y que ellos dejen de recordarnos. El temor se produce sobre todo por aferrarse al cuerpo e identificarse con él, por tener la creencia tan pobre de que todo lo que somos sea un simple vehículo. Las dudas sobre la inmortalidad, y las viejas enseñanzas referentes el cielo y al infierno, acaban por fortalecer el espejismo del miedo a la muerte, con una carga venenosa de infelicidad que puede marcar toda una vida.
Por el temor se ve uno de los acontecimientos más mágicos y liberadores de la existencia, como algo a evitar y a tener solo en cuenta cuando lleguen los últimos días de la vejez. Pero casi nadie es consciente de que su tiempo se acaba. Cuando alguien tiene setenta años suele decir que es normal llegar a los ochenta, luego cuando cumple ochenta piensa que tal vez podría cumplir seis o siete años más, como ese o aquel conocido. Si con noventa aún vive, tiene a mano referencias de personas más longevas, y la muerte sorprende hasta las personas centenarias. No hay ningún calendario de referencia, solo existe el momento presente, y nadie sabe a ciencia cierta si está viviendo los últimos minutos de su vida. Por eso no hay tiempo que perder para afrontar la muerte.
Sin resolver el espejismo de la muerte no hay felicidad posible. Sin dejar paso a la luz del alma que vela el misterio de la muerte, no hay acceso a la alegría interior.
Cuando se teme a la muerte se sufre también innecesariamente por los seres queridos que se van. El dolor por la separación puede tener su parte de natural, pero no el dolor por lo que pueda pasarle al que se va, que a buen seguro va a un mundo mejor. El mejor homenaje que puede hacerse a un ser querido que se ha ido es hacer un renovado esfuerzo por lograr vivir feliz y en paz el tiempo que quede hasta reencontrarse en el “otro lado”.
Puede parecer que la muerte no tiene ningún sentido, pero es algo que simplemente no comprendemos porque no conocemos la intención del alma. Salvo las muertes provocadas por una intención insana de la personalidad, es el alma el que retira el hilo de vida y el hilo de conciencia. Por eso, y no solo porque lo digan las leyes, no es lícito quitar la vida a nadie, ni quitársela a sí mismo. Va contra el principio de vida que habita en el plano del alma.
El que se suicida también busca la felicidad, o al menos trata de evitar la infelicidad. Pero, ¿Cómo saber lo que va a ocurrir mañana?, ¿Cómo saber si la angustia y el dolor están a punto de terminar?, ¿Cómo saber que la muerte es una solución mejor?, ¿Cómo saber si al mundo al que se va, y de la forma que se va, es la mejor de las opciones disponibles?. Tal vez quitarse la vida suponga que habrá que recorrer un largo camino para volver a encontrar la misma prueba en una vida posterior. Es la locura de la personalidad la que intenta el suicidio, nunca el alma. Al alma le basta con retirar el hilo de la vida, y cuando lo hace es porque es lo más adecuado, lo más evolutivo, lo más perfecto para el Ser que solo cambia de plano, y conoce mayor principio de vida.
Se celebra el nacimiento y se sufre y se teme por la muerte, y más bien debería ser al contrario: el nacimiento encierra al alma en una auténtica prisión y la muerte física es el inicio de una gran liberación.
Al nacer, el alma queda inmersa en un cuerpo, que tarda un buen tiempo en valerse por sí mismo. Cuando se vuelve a la encarnación no se traen recuerdos de otras vidas, ni del plano del alma, en una soledad inicial que solo será mitigada cuando se establezca contacto con otras almas encarnadas, con las que posiblemente existen antiguos lazos.
Al morir se encuentra a seres conocidos con los que se tuvo vinculación en el plano físico. Se vive como alma y no hay lugar para la forma de entender la soledad del mundo de los “vivos”. También se es consciente de los que poseen aún cuerpos físicos; puede verlos, captar sus emociones y también sus pensamientos, pues no existiendo el cerebro físico no actúa como un obstáculo.
Una fuente de temor que por desgracia ha calado hondo en muchas culturas proviene de la religión mal entendida y mal aplicada, sobre todo por los fundamentalistas que tratan de imponer sus creencias a todo el mundo. Se basan en la búsqueda de la salvación al seguir las estrictas normas de conducta de sus iglesias y en el castigo desproporcionado y eterno que le espera al que cometa errores y desviaciones, aplicado por un Dios iracundo, convertido en duro juez al que no le tiembla el pulso al condenar a las penas del infierno, sin la más mínima piedad. El sentimiento de pecado o culpa acompaña a muchas personas a lo largo de su vida y se acrecienta cuando les llega la hora de abandonar sus cuerpos y les impide maravillarse con la inmensa liberación que se acerca. No existe ese tipo de Dios, ni ningún infierno que no esté en la propia tierra y creado por los seres humanos que la habitan avivado por el odio. Al otro lado solo nos espera amor.
Parece contradictorio que tantas personas que se consideran creyentes vivan con miedo a la muerte, ya que en sus prácticas religiosas dan por cierto que al fallecimiento del cuerpo físico se les abren las puertas a una vida mucho más gloriosa, plena de los dones del espíritu. Seguramente no integran en su corazón lo que afirman creer y todo es una especie de ilusión mental cargada de emocionalismo.
Para un verdadero filósofo la muerte es algo natural, forma parte de la vida, y para un verdadero científico también. La energía y la materia son dos formas de una misma cosa, la materia puede ser convertida en energía y la energía en materia. Todo se transforma, todo vuelve al lugar del que partió. El miedo a la muerte en realidad es irracional. En la antigua Grecia, los Epicúreos pensaban que la muerte es un estado de inexistencia y por ello no hay que temerla. Uno de sus textos dice: “Así que el más espantoso de los males nada es para nosotros, puesto que mientras somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta, ya no existimos. En nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquellos no está y éstos ya no son”. El temor a la muerte tiene una importante raíz cultural. En aquellas comunidades en las que se celebra la muerte no existe ese tipo de temor, o al menos no con tanta intensidad. Si la muerte fuera considerada como algo heroico, o fuera entendida socialmente como algo bueno y natural tampoco causaría inquietud o angustia.
El miedo a la muerte se basa en el materialismo en el que vivimos inmersos. Si se logra elevar la identificación con el cuerpo y su área de actividad hacia algo más espiritual, la realidad del plano físico va perdiendo peso y la conciencia se libera de la presión de la forma. En el amor a la forma propia, a la de aquellos a los que amamos con apego y a las de nuestro medio ambiente, tiene su fundamento el temor al proceso de cambio de plano de conciencia al que llamamos muerte. Este tipo de amor debe dejar paso a nuestra verdadera esencia, al contacto con el alma, eterna e inmortal, para que se expresen sus cualidades espirituales dentro de los vehículos corporales. Ello hará desaparecer el dolor, la soledad, la tristeza y amargura como reacciones a la muerte, así como las erróneas ideas oscuras y negativas sobre una gran experiencia llena de alegría y liberación. El temor a la muerte es una distorsión de la realidad divina, que se erradicará cuando se comprenda que en realidad es el proceso final liberador de una encarnación que limita la expresión del espíritu temporalmente en su camino de evolución por el plano físico de la tierra. La muerte no existe. Solo hay una entrada en una vida más plena con la liberación de los obstáculos y limitaciones de los cuerpos. El momento tan temido de la muerte es un simple corte de conciencia, una desconexión cerebral. Seguramente a muchos les sorprenderá la sencillez del paso al otro lado, y verán lo inútil del miedo y la resistencia al cambio. Por lo general la muerte es la entrada en un sueño, pero de mayor duración, y lo que cada uno encuentra al otro lado está en relación con su nivel de conciencia. Para aquellos muy evolucionados que ya expresaban el alma en vida, las cosas no serán muy diferentes.
Lo que nos espere llegará en su momento, y su consideración solo tiene sentido para perder los miedos y mantener abiertas las esperanzas de nuevas realidades. Lo que sí conviene hacer es prepararse para vivir, que es la mejor forma de prepararse para morir.

3. Causas de la muerte

Se tiende a creer que hay algún tipo de responsabilidad personal en el paso al que llamamos muerte, aunque tiene mucho más de natural y puede ser causado por múltiples factores, muchos de ellos externos a la voluntad de la sufrida personalidad que espera con inquietud el momento inevitable. En buena parte del planeta morir se considera un fracaso y una oportunidad de vida perdida, cuando en realidad es el tránsito a una vida más plena, libre de las limitaciones que impone el plano físico más denso.
Muchas enfermedades y otras causas de la muerte se deben a las condiciones ambientales, sin ninguna responsabilidad por parte de quien muere. Los accidentes, aunque pueden ser causados por algún descuido propio, a menudo se deben a descuidos de otras personas, acontecimientos grupales violentos, envenenamientos accidentales, ataques de animales, y muchas otras causas. Las infecciones llegan desde el exterior por contagios de bacterias, virus y otros microorganismos que no pertenecen a nadie. La contaminación del medio ambiente, sin duda producida por la humanidad, suele dañar más a quién menos contamina. La herencia genética determina en gran medida las condiciones y duración de la vida del cuerpo físico. Las enfermedades debidas a falta de alimentos o de agua potable no son la elección de una importante parte de la población mundial que las padece.
Al margen de causas de muerte externas, la muerte sobreviene como resultado de la lucha entre fuerzas en conflicto entre el cuerpo etérico o energético y el cuerpo físico, a menudo inducida por una enfermedad que no deja paso a las energías que llegan desde el exterior y que renuevan continuamente la vida. Entonces desaparece en el cuerpo físico la voluntad de vivir y es remplazada por la voluntad de abstracción.
La enfermedad es a veces el escenario del proceso por el cual el alma abandona su casa temporal del plano físico. A esto le llamamos muerte y puede venir de forma rápida e inesperada cuando el alma se retira de repente del cuerpo, o dilatarse durante un largo período, tal vez de meses o años, en los que el alma se desprende de forma lenta y gradual de sus vehículos, en una larga agonía, cuyo sentido es difícil comprender desde la limitada visión de la personalidad. La moderna medicina trata por todos los medios de mantener la vida en cuerpos que han llegado al final de su camino, a pesar de la evidencia de curaciones imposibles, obstaculizando muchas veces la renuncia que el alma ha hecho de sus vehículos, que pasan a ser una prisión sin sentido, e impiden que quede liberada para otro servicio.
La muerte no es algo horrible, es más bien una buena amiga al final de un largo trayecto no exento de dolor y dificultades. Cada vez será más habitual que la ciencia médica en colaboración con la ciencia de la psicología y otras escuelas de curación y sanación alternativas, cooperen entre sí para facilitar la muerte a un enfermo terminal y evitarle un calvario innecesario. Enfermedad y muerte son factores liberadores cuando se producen como resultado del exacto momento elegido por el alma. La forma física vive porque así lo establece la voluntad del alma que mantiene la vitalidad del cuerpo etérico o energético y la integración de sus centros y canales de energía; lo que se proyecta en su molde, en el cuerpo físico, dando coherencia y equilibrio a sus átomos, moléculas, células y sistemas orgánicos. Si el alma enfoca la dirección de su conciencia en otro plano, la forma se desvitaliza y se desintegra gradualmente. La enfermedad puede ser así un aspecto de la muerte, el proceso por el que el alma se libera de la forma. Es un gran error considerar a este proceso como un fracaso o algo malo e indeseable, la verdadera equivocación es obstaculizar un proceso liberador y negarse a abrirse a posibilidades espirituales más elevadas.
La muerte se produce bajo la dirección del alma y no tiene ninguna trascendencia el hecho de que la personalidad no tenga conciencia de esa dirección. Para la mayor parte de la humanidad la retirada de la atención del alma produce la muerte inmediata, por la retirada del hilo de la conciencia y del hilo de la vida. El alma se conecta con los cuerpos de la personalidad por dos vías: a través del llamado hilo de la conciencia y del hilo de la vida. El hilo de la conciencia está introducido en la cabeza cerca de la glándula pineal. El hilo de la vida está arraigado en el corazón. Este último proviene del Ser, pasa a través del cuerpo del alma y va al centro cardiaco; el otro proviene directamente del alma y va al centro más elevado de la cabeza. Cuando estos hilos se cortan se produce la muerte en el plano físico. Si se corta el hilo de la vida la muerte es inevitable, si se corta únicamente el hilo de la conciencia permanece el principio vida en los cuerpos, pero en un estado vegetativo carente de toda conciencia.
La muerte libera al alma que se abstrae y permanece en su plano ocupada en asuntos que escapan de la comprensión de la personalidad, y lo que queda de la materia que un día formo parte de los cuerpos se disgrega con rapidez y vuelve a quedar disponible para participar en la creación de una nueva forma por la que circulará la vida, demostrando una vez más que “la energía ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma”.

4. Muerte y Filosofía

El intento por comprender la muerte ha sido el principal desafío y la pesadilla de muchos filósofos que han dedicado a ello los mayores esfuerzos de su conciencia. Un rápido recorrido por las mentes de los considerados grandes pensadores nos puede acercar a como ha sido entendida la muerte a lo largo de nuestra trayectoria como seres humanos.

En el pensamiento occidental antiguo, los griegos establecían una clasificación para considerar algo o alguien mortal. Las plantas y animales no lo son pues no saben que van a morir; por lo tanto, no es mortal quien muere sino quien está seguro de que va a morir. Los auténticos seres vivos seriamos entonces los seres humanos porque sabemos que dejaremos de vivir y en eso reside uno de los significados de la vida.

Según Sócrates, (471-399 a.C.), filósofo clásico ateniense, el sabio es aquel que conoce por el afán de conocer, el amor al saber por el saber. Es por ello que afirma que “Temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer saber lo que no se sabe”. La filosofía nos prepara para la muerte debido a que nos hace más conscientes acerca de nuestra propia vida. Tener una conciencia acerca de lo finito puede ser un punto de partida para la búsqueda de la verdad y el bien, para la “riqueza del alma”. Sócrates, fue el primero en dudar de su condición de filósofo, quizá porque consideraba que su saber era negativo o limitado, ante lo ilimitado del mundo y la impotencia de la razón para comprenderlo; tal vez por ello no escribió ningún libro

Platón, (427-347a.C.), filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles, afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Presenta la muerte como verdadera liberación del alma y el camino de ésta para alcanzar el Bien Supremo. Para Platon, el alma es la esencia de los seres humanos, y con la muerte cambia de lugar y se libera de la cárcel del cuerpo, reencarnando hasta su purificación, para después ir al mundo divino y eterno de las ideas. Él no veía a la muerte como algo malo, o algo por lo cual asustarse ya que simplemente era una transición del alma, un cambio de espacio, una liberación del alma del mundo tangible para acceder al mundo de las ideas donde ya estuvo antes de unirse al cuerpo.

En Aristóteles, (388-322 a.C.), macedonio, filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia, la temática de la muerte aparece cargada de una racionalidad ética, centrada en aprender a vivir una vida con sentido, sabiendo que es temporal. Coincidirá con Platón en la concepción de que el hombre es un compuesto de alma y cuerpo; pero se separará de él al concebir que el alma sólo existe mientras existe el cuerpo; la distinción entre alma y cuerpo es real, pero sólo puede ser pensada, negando así la inmortalidad del alma.

Epícteto, (55-135), filósofo griego de la escuela estoica que vivió parte de su vida en Roma, nos instruye respecto de lo inevitable de la muerte y nos exhorta a prepararnos día a día para llegar a su encuentro viviendo plenamente. Nos dice que así como las espigas nacen para ser segadas una vez que han madurado, y a nadie se le ocurre dejarlas en los campos como si fuesen cosas sagradas e intangibles, el hombre debe saber que también su vida será segada. Quien vive con sensatez sabe que no existe la posibilidad de no morir, ya que para el hombre no morir sería como para la espiga no ser segada. Simplemente somos hombres, una parte del universo, como una hora es una parte del día, y así como cada hora llega y pasa, nosotros debemos pasar también, pues el hombre es un ser mortal. Epicteto nos invita a valorar cada bien material, cada cosa provechosa, todo aquello que nos cause satisfacción y alegrías, comenzando por las más insignificantes, pero teniendo presente que en cualquier momento podemos dejar de tenerlas.

Séneca, (4 a.C. 65 d.C.), filósofo cordobés español, afirma que el error del hombre es que no piensa de sí mismo como un ser que caduca, y por ello vive como si la vida tuviera que durar por siempre. Esto le hace vivir como si el tiempo fuera algo sobrado y abundante, que pierde en vanas ocupaciones, en inútiles trabajos, pidiéndolo y dándolo como si no valiera nada. Según Séneca, es la inmaterialidad del tiempo lo que hace que el hombre no lo aprecie como la cosa más valiosa de la existencia; sin embargo, su curso se mantiene sin desvíos ni detenciones. Desde el mismo día de nuestro nacimiento el tiempo inicia su marcha y nada podrá detener nunca su carrera. La valoración del tiempo, su buena administración y el buen provecho que logremos sacar de él son fundamentales para estar preparados para la muerte.

Marco Aurelio (121-180), emperador romano, apodado “el Sabio” o “el Philosofho”, recuerda que la muerte es tan natural como el nacimiento, es una parte del ciclo creador de la naturaleza, una combinación distinta de los mismos elementos que, si se disuelven, es para formar seres nuevos. Por consiguiente, si aceptamos la muerte como un proceso natural, no hay nada en ella que deba repugnarnos o parecernos humillante. El destino de todos, hombres y mujeres, es el de envejecer y luego morir, generación tras generación. La pérdida de la vida no es otra cosa que un cambio de estado, un juego de la naturaleza universal que tan bien lo hace todo, pues desde el principio de los tiempos la naturaleza ha actuado y continuará haciéndolo hasta el fin de los siglos.

Cicerón (106 a.C-46 a.C.) jurista, político, filósofo, escritor y orador romano decía que la filosofía no es más que una “commentatio mortis”, un “reflexionar sobre la muerte”. Manifestaba que para superar el miedo a la muerte ayuda pensar que todas las cosas naturales duran poco tiempo. A los jóvenes les aconsejaba reflexionar a menudo sobre ella y a todos, caminar a su encuentro “alegres y seguros” como las legiones romanas. “Con la misma facilidad que quien construye una nave, un edificio, de igual modo la naturaleza destruye al hombre, y separa lo que ella misma unió”, comenta Cicerón, quien creía que el espíritu del hombre es inmortal y, por tanto, no consideraba la muerte como algo triste. Reconocía que el miedo a la muerte es algo por lo que todos los hombres tienen que pasar, pero sabiendo que esto dura poco “puesto que una vez muerto ya no existe esa sensación”. Se preguntaba, porque son precisamente los sabios los que mueren con un espíritu más sosegado, mientras que con los necios sucede todo lo contrario. La respuesta que encontró es que se trata de espíritus que ven más y con mayor amplitud, y perciben que con la muerte se accede a una situación mejor.

Para la visión cristiana la muerte parece un bien deseable: “Para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia”, decía san Pablo a los Filipenses. Los ascetas cristianos han entendido la vida humana como un “memento mori”, un “ars moriendi”, un tiempo para aprender a morir, para prepararse al trance final. El cristiano espera con certeza que con la muerte se desvanecerán para siempre todos los sueños humanos vacíos, y que Dios le ha creado haciéndole a su imagen y semejanza; y cuando se avecine la prueba suprema, Cristo le confortará, convirtiendo sus angustias de muerte en dolor de redención. Está convencido de que el mismo Jesús, al que ha servido, imitado y amado en esta tierra, le recibirá en el Cielo, colmándole de gloria y felicidad.

Agustín de Hipona (354-430), fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio. En Las Confesiones (de carácter autobiográfico en donde desarrolla su conversión a la fe y trata del problema del sentido de la vida), en su libro undécimo se aprecia claramente los presupuestos teológicos y la reflexión metafísica en torno al tiempo y ser del hombre, quien vive a la deriva ontológica, rodeado de la multiplicidad, el tiempo y la pérdida constante de su ser, hasta el momento de su muerte. Agustín nos dice que el recogimiento en la vida religiosa es prestar atención a una verdad revelada supra temporal que es Dios, y llegamos a él gracias a la fe y razón en conjunto. Para él “todo es incierto; sólo la muerte es cierta”.
Escribió “La muerte no es el final”, una reflexión en forma de oración cargada de esperanza:
“La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente.
No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.
No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!
Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”.

Rumi (Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī), (1207 -1273) fue un erudito islámico, teólogo, místico y poeta sufí; nació en la entonces Persia, en Balj, en la actual Afganistán. La importancia de Rumí trasciende lo puramente nacional y étnico. A través de los siglos ha tenido una significativa influencia en la literatura persa, urdú y turca. Sus poemas son diariamente leídos en los países de habla persa como Irán, Afganistán y Tayikistán y han sido ampliamente traducidos a varios idiomas alrededor del mundo. Rumi es poesía, para sufistas y derviches, para budistas, cristianos, judíos, musulmanes y ateos. Para Rumi el amor es universal y no tiene religión. Sus citas sobre la muerte están llenas de amor a la vida:
“La muerte sin temor:
Morí cuando era piedra, y desperté de nuevo en forma de una planta;
Morí cuando era planta, y me levante de nuevo convertido en un animal:
Morí cuando era animal, y me levante transformado en ser humano.
Mineral, Planta, Animal, Ser Humano.
Por qué debo temer ahora?
Si nunca he perdido nada con la muerte”.
“Antes de que la muerte se lleve lo que se te ha dado, da lo que tienes para dar”.
“Mi alma es de otro lugar, estoy seguro de eso, y tengo la intención de terminar allí”.

Shanz de Tabriz, (1185–1248) fue un místico Sufi irani, y maestro espiritual de Rumi. Escribió un conjunto de 40 reglas de la religión y del amor, que se han convertido en las reglas básicas del sufismo. En algunas de esas reglas dice:
“25 – El infierno está en el aquí y el ahora. Lo mismo que el cielo. Deja de inquietarte por el infierno o de soñar con el cielo, porque ambos están presentes en este preciso instante . Cada vez que nos enamoramos, subimos al cielo. Cada vez que odiamos, cada vez que envidiamos o cada vez que pegamos a alguien, caemos derechos en el fuego del infierno”.
“28 – El pasado es una interpretación. El futuro es una ilusión. El mundo no pasa a través del tiempo como si fuera una línea recta que vaya del pasado al futuro. No, el tiempo progresa a través de nosotros, en nosotros, en espirales infinitas. La eternidad no significa el tiempo infinito sino simplemente la ausencia del tiempo. Si quieres hacer la experiencia de la iluminación eterna, ignora el pasado y el futuro, concentra tu espíritu y permanece en el momento presente”.
“33 – Mientras que cada uno, en este mundo, lucha por llegar a alguna parte y convertirse en alguien, sabiendo que todo esto se quedará tras ellos cuando mueran, tu objetivo es la etapa final de la vacuidad. Vivir esta vida como si fuera tan ligera y vacía como el número cero. Toma esta vida como si fuera tan ligera y vacía como el número cero. No somos diferentes de las ollas: no son las decoraciones exteriores, sino la vida interior la que nos mantiene erguidos”.

Benjamín Franklin (1706-1790) fue un político, científico e inventor estadounidense. Es considerado uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos. Acostumbraba a escribir frases que se han hecho celebres por la facilidad con que llega su contenido. “En este mundo nada es cierto, menos la muerte y los impuestos”, escribía pocos meses antes de su propio tránsito.
“El hombre débil teme la muerte; el desgraciado la llama; el valentón la provoca y el hombre sensato la espera”.
"Amas a la vida? Pues no pierdas el tiempo, porque de eso está hecha la vida"
"Las tres cosas más difíciles de esta vida son: guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo.
“La vida en la tierra es una preparación para una vida más completa después del momento de la muerte. La muerte se parece más a un merecido sueño después de un duro día de trabajo".

Georg Wilhelm Friedrich Hegel, (1770-1831) fue un filósofo alemán al que le fascinaron las obras de Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Kant, Rousseau, así como la Revolución Francesa, la cual acabó rechazando cuando esta cayó en manos del terror jacobino. Para Hegel el hombre es “la muerte que una vida humana vive”; el hombre está presente en el seno de la Naturaleza como una noche en la luz, como una intimidad en la exterioridad de esas cosas que son en sí, como una fantasmagoría donde no hay nada que se forme sino para deshacerse, nada que aparezca sino para desaparecer. El hombre difiere de la Nada sólo por un cierto tiempo. Hegel, siguiendo la tradición judeo-cristiana, concibe al hombre como un ser espiritual, pero a diferencia de ésta, lo entiende como un ser necesariamente temporal y finito; es decir, sólo la muerte asegura la existencia de un ser espiritual. Si el hombre no muriera, si la muerte no fuera una fuente de angustia, no existiría la libertad; es más, no existiría el hombre mismo. por otro lado, si el hombre halla complacencia en lo que le angustia, si pone en juego su ser, el hombre entonces se separa del animal inmutable y se convierte en esa Negatividad que lo arroga en la historia incesante. Sólo la historia, dice Hegel, tiene el poder de acabarlo todo en el desarrollo del tiempo; más allá del tiempo no hay Nada, es en la historia donde se desarrolla la totalidad del ser.

Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855) filósofo y teólogo danés del siglo XIX, al que se considera padre del Existencialismo, por hacer filosofía de la condición de la existencia humana, expresaba un marcado desdén hacia las imágenes que presentan la muerte bajo una luz positiva, como si fuese algo capaz de realizar al hombre, como si fuese, por ejemplo, “una noche de reposo”, o “un dulce sueño”. Según la opinión de Kierkegaard, el hombre lleva en sí algo más que no será satisfecho por una vida sensual. Este algo más es lo eterno. El hombre está hecho de partes diversas y opuestas. Él es una síntesis de cuerpo y espíritu, de temporal y eterno, de finito e infinito, de necesidad y libertad.
Ante la muerte, realidad inevitable para el ser humano, que genera la angustia y la desesperación, nos queda el salto de la fe, que brinda una posibilidad que en la realidad del pensamiento filosófico objetivo no se encuentra, ya que sale del ámbito de lo racional, para entrar en el ámbito de lo espiritual.
Kierkegaard da un nuevo matiz a la fe, pasando de una fe dogmática, a una fe justificante, una fe fundada en las contradicciones entre lo divino y humano, entre lo trascendente y lo inmanente, entre lo temporal y lo eterno. Por ello, la fe es, en primera instancia, una opción libre de cada individuo, es un desarraigo de las seguridades que se tienen para ir hacia el absurdo. Por ello, a diferencia de la fe dogmática que brinda seguridad a los creyentes, la fe de Kierkegaard quita toda seguridad para poder trascender.

Arthur Schopenhauer, (1788-1860), filósofo alemán, concibe la vida como una navegación entre el dolor y el tedio, entre el deseo y su cumplimiento efímero, entre el hambre y el eros insatisfecho. La vida es una ilusión que acaba en desilusión, un engaño que acaba en desengaño, una admiración que acaba en decepción. En la primera mitad de la vida nos preocupa una felicidad huidiza, en la segunda mitad de la vida nos preocupa una felicidad huida. Para Schopenhauer el fundamento de la existencia es el sufrimiento, la negatividad real e infraestructural de la existencia; frente a ella, el placer comparece como una positividad meramente supraestructural, vana e inútil. En efecto, la vida es irracional voluntad de vivir, pulsión ciega e inconsciente, necesidad que una vez satisfecha acarrea saturación y acaba en aburrimiento existencial.
Schopenhauer nos ofrece una versión platónica del deseo, considerado como voluntad ciega que hay que contener ascéticamente y sublimar místicamente en el arte sublime, en la filosofía sapiencial y en la religión compasiva tanto budista como cristiana. El afán occidental de vivir debe apaciguarse de acuerdo a la tradicional sabiduría oriental; se trata de enfriar la pasión de vivir y encajar el dolor de sobrevivir, aunque ni siquiera el sabio es capaz de una total superación a causa de su misma sensibilidad.
El Dios de Schopenhauer es un Dios que no quiere ser ni existir, de modo que la divinidad schopenhaueriana es la nada mística, el vacío nirvánico, el tran-ser o transrealidad silente. Según nuestro autor, todo auténtico iniciado o despierto considera que esta vida es un sueño del que despertamos al morir.
Por encima de todo, la muerte es la gran ocasión de no ser ya el yo. ¡Dichoso entonces el que sabe aprovecharse de ello! Durante la vida, la voluntad del hombre está sin libertad. Su conducta siempre se basa en su carácter invariable. Está ligada a la cadena de los motivos, regida por la necesidad. Ahora bien, cada uno lleva en sí mismo el recuerdo de muchas acciones que le hacen estar descontento de sí mismo. Si su existencia llegara a prolongarse infinitamente, en virtud de la invariabilidad de su carácter, no dejaría nunca de comportarse de la misma forma. Por eso debe dejar de ser lo que es, para poder salir del germen de su ser bajo una forma nueva y diferente. La muerte, pues, desata estos lazos. La voluntad vuelve a ser libre, La muerte es el momento de la liberación de una individualidad estrecha y uniforme que, lejos de constituir la sustancia íntima de nuestro ser, representa más bien como una especie de aberración. La libertad auténtica y primitiva reaparece en ese momento que, en el sentido apuntado, puede considerarse como una restitución al estado primitivo. De aquí procede, al parecer, esa expresión de paz y sosiego que se dibuja en el rostro de la mayor parte de los muertos.

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, ha bebido en las fuentes pesimistas de su maestro Schopenhauer, pero ha reaccionado de un modo claramente positivo, afirmando la vida y el vivir hasta sus últimas consecuencias; por ello defiende un heroísmo que se enfrenta al antiheroísmo de Schopenhauer. Nietzsche parte del ateísmo: “la religión no es una experiencia verdadera pues Dios no existe”; y explica que el estado de ánimo que promueve el éxito de las creencias religiosas, de la invención de un mundo religioso, es el de resentimiento, el de no sentirse cómodo en la vida, el afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia. Nietzsche describió a la cristiandad como una religión nihilista porque evadía el desafío de encontrar sentido en la vida terrenal, y que en vez de eso crea una proyección espiritual donde la mortalidad y el sufrimiento son suprimidos en vez de transcendidos. Uno de los argumentos fundamentales de Nietzsche era que los valores tradicionales (representados en esencia por el cristianismo) habían perdido su poder en las vidas de las personas, lo que llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en su tajante proclamación "Dios ha muerto".
La muerte de Dios decreta el fin de cualquier intento de establecer una verdad absoluta, una moral absoluta o un sentido absoluto para la vida humana. Tales absolutismos ya no existen. El hombre está solo en el mundo. Ya no puede refugiarse bajo la existencia de Dios. Se ve obligado a inventar sus propias verdades, valores morales y significados. Esta es la base sobre la que ha de construirse, según Nietzsche, la nueva filosofía. El hombre provoca, en primer lugar, la muerte de Dios, sin apenas darse cuenta de ello. En segundo lugar, el hombre toma conciencia plena de la muerte de Dios y se reafirma en ella. En tercer lugar, y como consecuencia de todo lo anterior, el hombre se descubre a sí mismo como responsable de la muerte de Dios descubriendo, al mismo tiempo, el poder de la voluntad, e intuyendo la voluntad como máximo valor.

Jean-Paul Sartre (1905-1980), fue un filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Para él la muerte es ella misma, frente a la cual el ser humano reacciona con angustia, un sentimiento, una tonalidad afectiva, una vacuidad que nos embarga cuando nos enfrentamos a la nada, que se da cuando pensamos en la posibilidad dejar de estar en el mundo sea por decisión propia o debido a algún factor externo como una enfermedad o un accidente, y esta posibilidad se presenta como un hecho que es muy difícil de asumir, de elaborar a nivel intelectual, y que ocurre en la más profunda soledad. La muerte es entendida entonces, como una consecuencia de la vida, en donde no se debe confundir la angustia que produce en el ser humano con el miedo a la muerte que pueda llegar a sentir. Esta conciencia espontánea de la impropiedad de la muerte llevaba a Jean-Paul Sartre a reflexionar coherentemente sobre lo absurdo que es una vida que se apaga con la muerte, y concluye: “todo lo que existe nace sin razón, se prolonga en la debilidad, y muere por casualidad”. No se puede decir, sin embargo, que la muerte sea antinatural, añade Sartre, por la sencilla razón que no existe una naturaleza humana definible con respecto a la cual “pudiera comprobarse el carácter absurdo de la muerte”. Sartre ha criticado como absurda la visión superficialmente optimista del hombre que vive lúcidamente como un ser-para-la-muerte.
Sartre crítica la idea del infierno, ya que para él el infierno son las miradas de los demás que nos juzgan y nos quitan la libertad, es un infierno aquí mismo en el mundo físico, las críticas de los demás nos quitan nuestras libertades, Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Desde que nacemos hablamos los que nos dicen y se vive una vida donde la sociedad elije por nosotros, solo cuando decidimos por nosotros mismos es cuando tenemos esa libertad que debió ser nuestra al nacer.
La idea de un Dios para Sartre no existe, más bien él dice que si hubiera Dios, entonces no podríamos ser libres. Pero como no existe, el hombre está condenado a ser libre y elegir su propia conducta que lo lleve a finalizar su proyecto de vida y lo único que nos roba y destruye todo eso es la muerte. Es por eso que es odiada y temida por el hombre desde que nace y no hay otra opción más que ceder al morir. Hay que recalcar algo, que la muerte está siempre al acecho no es el hombre quien decide su muerte, unas personas mueren en vejez y otros en edad prematura; no hay ninguna razón determinada es todo un juego de azar y la muerte no limita la libertad si no que como la libertad jamás encuentra un límite la muerte se la da.
Sartre considera que el ser humano está "condenado a ser libre", es decir, arrojado a la acción y responsable plenamente de su vida, sin excusas. Aunque admite algunos condicionamientos, como los culturales, no admite determinismos. Concibe la existencia humana como existencia consciente. El ser del hombre se distingue del ser de la cosa porque es consciente. La existencia humana es un fenómeno subjetivo, en el sentido de que es conciencia del mundo y conciencia de sí (de ahí lo subjetivo).

Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español (1864-1936), dejó clara y continua constancia del desasosiego que la idea de terminar su vida le producía. Su obra intenta buscar un sentido a la existencia humana a través de la idea de la inmortalidad.
“Mi religión —escribe Unamuno — es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio.”
Para Unamuno lo que caracteriza al hombre, a cada hombre, es el experimentarse a sí mismo como un ser que pone todo su esfuerzo en ser y en ser siempre. El hombre “no es sino el conato, el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir”. Nuestra esencia es perseverar en nuestro ser, en oponernos constantemente a nuestra posible nada, en esforzarnos por nuestra inmortalidad.
"El hombre que nunca haya dudado de su propia existencia sustancial, de que sea algo más que una ficción, una sombra, un sueño o el sueño de una sombra (...) no está liberado."
Para Unamuno la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo, pensaba que la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir, que se necesita creer en un Dios, tener fe, lo cual no es racional; así siempre hay conflicto interior entre la necesidad de la fe y la razón que niega tal fe.
Unamuno se pregunta por los motivos de su afán de saber: “¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí? Y si muero, ya no tiene sentido”. Se pregunta también si el ansia de inmortalidad no será el verdadero punto de partida de toda filosofía.
Movido por el temor a la nada, a la destrucción de la personalidad, se aferra el filósofo a la esperanza, por lo que las razones a favor de la mortalidad no bastan para destruir su confianza, la esperanza que se mantiene firme a pesar de la certeza de la mortalidad. Unamuno reivindica enérgicamente la exigencia de no morir del todo, y se resiste a confundir la pervivencia personal en sentido estricto con ningún sustitutivo, llámese éste fama, obra, posteridad, aniquilación o disolución en el gran Todo. Hay dos formas de perduración: una, consistente en no morir o, por lo menos, no morir del todo, en ser -total o parcialmente- inmortal. La otra, que supone la muerte previa, consiste en la resurrección.

José Ortega y Gasset (1883- 1955), filósofo y ensayista español, había escrito en su juventud: “Los muertos no mueren por completo cuando mueren; largo tiempo permanecen; largo tiempo flota entre los vivos que les amaron algo incierto de ellos. Si en esa sazón respiramos a plenos pulmones y abrimos las puertecillas de nuestro sentimentalismo, los muertos entran dentro de nosotros, hacen en nosotros morada, y agradecidos como sólo los muertos saben serlo, dejándonos en herencia la henchida aljaba de sus virtudes”.
Para Ortega la vida humana eterna sería insoportable. Cobra valor precisamente porque su brevedad la aprieta, densifica y hace compacta. A través de su obra expresa que actuar dentro de nuestras convicciones puede llevarnos a la muerte, pero es una muerte que lleva consigo, inevitablemente, una resurrección. Para él la vida es la realidad más radical en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás realidades. No se nos da hecha, la vida tenemos que hacérnosla nosotros. La vida simplemente nos es dada. La vida es quehacer, nos encontramos siempre forzados a hacer algo, pero algo no determinado. Antes que hacer algo tiene el hombre que decidir por su cuenta y riesgo que es lo que va a hacer. Y para ello necesita tener unas creencias y que su vida dependa de las creencias en que esté, y que los cambios más decisivos de la humanidad sean los cambios de creencias.
Ortega manifiesta que la vida, la vida humana es irreductible a cuerpo o alma, es la realidad radical: en ella radican y se instalan las demás realidades (mundo físico, mundo psíquico, valores,...,) que son lo que son y tienen algún significado sólo en la medida en que se hacen presentes en ella. No podemos identificar la vida con las estructuras y funciones biológicas de las que nos habla la ciencia (células, sistema nervioso, digestión, ...), ni con el alma de la que hablaba la tradición filosófica y la religión, ni siquiera con la mente, al menos tal y como nos la puede explicar y describir la psicología científica. El cuerpo del que nos habla la ciencia, la mente de la que nos habla la psicología y el alma a la que se refiere la teología son construcciones con más o menos fundamento, hipótesis que nos formulamos. Y frente a ellas nos encontramos con la realidad palmaria de nuestro vivir, de la vida tal y como inmediatamente la experimentamos, y no en abstracto, sino la de cada uno; esto es realmente el dato que se hace presente en todo momento en el que nuestra mirada se preocupe por atenderla. “La vida es el conjunto de vivencias. Es el conjunto de actos y sucesos que la van, por decirlo así, amueblando”. Frente a las realidades hipotéticas citadas (cuerpo y alma) nos encontramos con nuestro vivir concreto, con nuestra propia experiencia del mundo, nuestro sentir, pensar, sufrir, amar, imaginar, desear concreto. La vida es lo que nos es más próximo. No puede ser definida como una cosa pues no tiene naturaleza ni es una substancia. “No tiene naturaleza, ocurre, pasa en nosotros, es un continuo hacerse a sí misma”.

Josef Pieper, (1904-1997), fue un filósofo alemán, describió la muerte de diversas maneras “Que la muerte y el hecho de morir es un final, o que es un tránsito; que es una calamidad, o que es una liberación; que es algo violento, o que madura por sí solo y se desprende; que es un acontecer inevitable, o que es obra de la propia mano; que es algo natural y producido por la naturaleza, o que es algo que contradice el deseo innato”.
El autor encarece la relevancia de la muerte como tema eminentemente filosófico. Distingue los temas de muerte e inmortalidad, con la preocupación de salir al paso del concepto de inmortalidad propio del idealismo alemán. Analiza el lenguaje en torno a la muerte. Aparece un pensamiento que se va a repetir después: “Pero lo más importante es que en esa expresión se vea que el difunto no es el que aguantó en pura pasividad, sino que fue sujeto de operaciones. El morir no es algo que pasa sobre nosotros, mientras permanecemos pasivos; la muerte es, junto con lo inevitable, un acto del hombre mismo; un acto en el que él dispone de su ánima en una forma que no le fue dado disponer hasta el momento de la muerte; es decir, una disposición sobre su vida, sobre sí mismo”. Para él la muerte nunca es inconsciente. Afirma que es el hombre el que muere y no sólo el cuerpo; el alma separada no es persona.
Pieper dice: “Al morir salta el hombre una tapia, que ya siempre quedará a su espalda, sin que el hombre pueda volver a encaramarse sobre ella. No hay retorno”.

Michele Federico Sciacca (1908-1975) fue un filósofo realista italiano, que describe con fuerza la seriedad de la muerte y su presencia en cada acto de la vida del hombre, y “los infinitos “disfraces de la muerte” que el hombre inventa”. Para Sciacca la manera de afrontar la muerte y la inmortalidad debe responder a la verdad sobre el ser humano, sin elevarlo mas allá de sus límites ni rebajarlo a menos de lo que es. El hombre es síntesis de elementos contrapuestos: es sentimiento corporeo y en cuanto tal, un ser de la naturaleza, pero es también espíritu, en tensión hacia lo infinito gracias a la presencia del ser como Idea. Por el espíritu el hombre puede y debe personalizar la vida que también es. Entre los seres de la naturaleza solamente el hombre es persona, es decir, un ser que puede afirmarse a sí mismo como existente.
Para Siacca la muerte no es un simple hecho de la naturaleza, sino un acto del espíritu. Por eso, la inmortalidad es personal o no es. La inmortalidad es supervivencia a esta vida, no perpetuidad en el tiempo, ni infuturación, como solo pueden proponer el naturalismo y el historicismo, respectivamente. Ambas posiciones disuelven el desequilibro que es el hombre a favor de su finitud y hacen que el hombre sea menos que hombre. Para no ser menos que hombre la actitud ante la muerte no puede ser principalmente aceptación de lo irremediable, sino que debe ser vista como una victoria metafísica. Y también como una liberación, ya que permite el cumplimiento de fines que la vida no puede satisfacer.
Sciacca propone tres clases de argumentos de la inmortalidad: el metafísico, el psicológico y el moral. Los dos últimos reciben su fuerza del primero, que se apoya en la naturaleza del espíritu, ya que propuestos independientemente se reducen a una expresión de deseo o a una mera exigencia sin fundamento.
Pero no basta con decir que solamente el hombre muere, si ese morir es el fin absoluto de su existencia. Sciacca ve mas hondo cuando advierte que no es posible tener verdadera conciencia de la muerte si no se participa de una existencia que va mas allá de esa vida que se abandona. La muerte es un verdadero acto del espíritu, no algo que le ocurra, mientras que el perecer es un hecho y como tal no plantea ningún problema especial a la filosof’a. La rigurosa conclusión que se puede obtener de la filosofía de Sciacca, es la paradoja de que el hombre muere porque es inmortal.

Louis-Vincent Thomas (1922-1994), fue un profesor universitario e investigador francés, especialista en África, cuya cultura estudió simultáneamente desde los ángulos de la sociología, la antropología y la etnología. Prestó especial atención a los saberes teológicos, filosóficos y científicos relativos a la muerte. En sus estudios sobre las implicaciones antropológicas de la muerte, describe una especie de acuerdo tácito entre muchos hombres de nuestra época de no hablar de la muerte, ni escribir sobre ella, ni pensar en ella. El hombre prefiere considerar la muerte como un fenómeno que afecta a la naturaleza humana en general, a los demás, y no al individuo, a nosotros mismos.
Aborda el tema de la muerte desde diversas perspectivas, de la biológica a las creencias, de la individual a la colectiva. El resultado es una visión de la muerte como algo horrible y a la vez fascinante: horrible porque hace que nuestros cuerpos se descompongan, se conviertan en nada; fascinante porque, entre otras cosas, inspira una buena parte de nuestras reflexiones y de nuestras obras artísticas. Contemplado desde tres puntos de vista -su naturaleza, las modalidades del morir, las creencias y las prácticas referentes al "después de la muerte"-, el fenómeno queda así reflejado como objeto necesario de una urgente desmitificación: aprender a convivir con la muerte en todos sus niveles, abordarla como tema educativo en sus relaciones con la ciencia y con la técnica, son labores que podrán ayudarnos a entender que quien no acepta y comprende la muerte, no ama verdaderamente la vida.

No terminaríamos nunca de citar filósofos y autores que tratan de buscar una respuesta y un sentido a la muerte a través del uso de la mente, a menudo con una gran lucidez, siempre con mucho pensamiento y mucha reflexión, pero con relativa poca intuición, esa cualidad que se activa en la parte más elevada de la mente cuando se establece contacto con el alma.
La filosofía de las escuelas llamadas esotéricas ha aportado respuestas a las preguntas sobre la muerte de una forma muy sencilla, pero su comprensión exige corazones abiertos y con espíritu científico dispuesto a desvelar lo que está detrás de las apariencias. Esotérico hace referencia a lo aún no revelado, a lo desconocido u oculto para la mayor parte de la humanidad, no a una malsana visión de lo oculto, palabra a la que se carga de negatividad y se considera algo oscuro relacionado con prácticas de maldad. Oculto significa velado, sobre todo del conocimiento y la ciencia que sostiene la vida. El esoterismo es la filosofía del proceso evolutivo, y el ocultismo es la ciencia de las energías que mueven la evolución. El espíritu científico es una cualidad de la mente abierta que está destinada a revelar uno tras otro todos los misterios de este mundo.
Comprender en profundidad la muerte no está al acceso de la personalidad, se precisa despertar la intuición y establecer algún tipo de contacto con el alma para que el misterio se desvele por sí solo.

5. Experiencias cercanas a la muerte

Las dudas sobre la inmortalidad acechan incluso hasta los creyentes en otra vida. Se tiende a aceptar que nadie vuelve del “otro lado”, pero se conocen experiencias reales de personas cuyos cuerpos han estado técnicamente muertos durante amplios periodos de tiempo, y que han vuelto a la vida, dejándonos testimonios de los que no podemos desentendernos. Algunos investigadores se han atrevido a recopilar de forma minuciosa y científica esas experiencias, mucho más numerosas de lo que se pueda pensar, recogiendo pruebas de médicos y hospitales, y han constatado que los relatos de las experiencias cercanas a la muerte coinciden de una forma sorprendente. Todos cuentan una experiencia que ha marcado su vida para siempre. Hablan del estado de paz y plenitud que nos espera; de la belleza de la luz; del contacto con seres queridos que han pasado antes por ese trance; de conocer en un instante el sentido y propósito de la vida física, sin velos ni espejismos; de haber sentido más amor del que nunca habían sido capaces de percibir.
Las experiencias cercanas a la muerte son percepciones internas y del entorno narradas por personas que han estado a punto de morir o que han pasado por una muerte clínica y han sobrevivido. Hay numerosos testimonios, sobre todo desde el desarrollo de las técnicas de resucitación cardiaca, y según algunas estadísticas, podrían suceder aproximadamente a una de cada cinco personas que superan una muerte clínica. Lo que más ha sorprendido a los investigadores de este fenómeno es que el detallado relato de aquellas personas que han pasado por este tipo de experiencia coincide en su gran mayoría en un patrón general de varias fases consecutivas, aunque no todos completan este itinerario y algunos solo atraviesan por algunas.
El proceso descrito en las experiencias cercanas a la muerte comienza cuando el paciente se siente flotar sobre su cuerpo, y ve el dormitorio, el quirófano o el lugar en el que se encontraba en el momento previo a la experiencia, e incluso oye la declaración de su propio fallecimiento. Después, siente que se eleva y que atraviesa un oscuro túnel mediante una escalera o flotando en el vacío, y con una relativa rapidez. Ve aparecer una figura al final del túnel, que suele describirse como hermosa, blanca o transparente, a veces con paisajes, voces o música. El paciente pasa a ser espectador, no siente dolor ni molestias: sólo percibe una paz interior difícil de describir. Familiares o amigos fallecidos van a su encuentro. Aparece una presencia o voz que suelen definir en función de las creencias religiosas del paciente, como Jesucristo, un ángel, o un ser muy elevado, y se establece un diálogo sin palabras con ese ser que parece conocer todo sobre el moribundo. Se presenta una visión global pero íntegra de lo vivido, como si viese “su película”; el modelo más ajustado para describirlo según los testimonios es como el de una sucesión de filminas de momentos sueltos de la vida, no necesariamente importantes con un recuerdo panorámico en el que se contempla toda la vida pasada y todo esto sucediendo al mismo tiempo y de forma instantánea. Tras esta revisión se lleva a cabo una evaluación ética de las experiencias. El sujeto se ve delante de un obstáculo o "frontera" y toma conciencia de que aún no ha muerto, y aunque sigue sintiendo una paz y tranquilidad indescriptibles y acogedoras, se da cuenta, y también eso le indican sus acompañantes, de que debe volver. Se produce un retorno a la vida terrena, acompañado de un sentimiento de pesar por no ser capaz de permanecer en el más allá, y una sensación de sufrimiento para volver a su cuerpo físico.
Muchas de las personas que atraviesan por esta experiencia lo cuentan a las personas que las han atendido y a sus seres más allegados, con el deseo vehemente de hacerlo, como un deber de compartir algo muy valioso e importante, pero su información se suele recibir con incredulidad, o lo achacan a un deterioro temporal de la conciencia, así que desisten pronto de seguir informando de su experiencia a los demás por miedo a no ser creído. Sin embargo en sus vidas renovadas se transforman en profundidad con la desaparición del miedo a la muerte. Ya no se desea morir, pero se contempla la muerte ahora como una transición feliz a una realidad superior. Se produce una mejora sustancial de los valores en que se vive la vida, colocando como el objetivo principal el amor y las buenas relaciones. Además se toman las cosas con más calma, serenidad y filosofía y, en cierta medida, son mejores personas, se preocupan más de los demás y son más felices.

Uno de los primeros y principales investigadores de las experiencias cercanas a la muerte fue el estadounidense Raymond Moody, médico psiquiatra y uno de los pioneros en el tema con su libro, publicado en 1975, Vida después de la vida, (Editorial EDAF; Madrid, 2009), donde recoge relatos de personas que habían superado la muerte clínica y se constata la existencia y coincidencia entre ellas de experiencias extracorporales. Su estudio empírico sobre cientos de casos demuestra que estas siguen el patrón común antes descrito.

A similares conclusiones llegó la psiquiatra y escritora suizo-estadounidense Elisabeth Kubler Ross una de las mayores investigadoras mundiales en la muerte, personas moribundas y los cuidados paliativos. Su obra versa sobre la muerte y el acto de morir y va describiendo diferentes fases del enfermo según va llegando su muerte en el conocido como modelo Kübler Ross (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Durante los primeros años de la década de los 70, entre el doctor Mwalimu y ella entrevistaron a cientos de personas de todas las edades, de culturas tan diversas como la esquimal, los indios norte americanos, aborígenes australianos, la religión protestante, musulmana, cristiana e incluso entre aquellos que se creían ateos o agnósticos. Hasta ese entonces ni ella misma había creído en una vida después de la muerte pero todos estos casos la convencieron de que no eran alucinaciones ni coincidencias.
Todas las experiencias recopiladas de estas personas nos explican que no hay palabras ni imágenes para describir cómo se han sentido y lo que han visto en ese más allá. Elisabeth Kubler Ross diferencia una serie de etapas en el ser humano a partir de que se desprende de su cuerpo: En una primera fase, afirma que las personas salían flotando de su cuerpo ya sea que hubieran muerto en quirófano, suicidio, accidente... Se sabe lo que ocurre alrededor, se escuchan conversaciones, se perciben los pensamientos. También se experimenta la salud total, por ejemplo una persona ciega ahora podía volver a ver, o una persona inválida podía volver a bailar. La segunda fase la describe como espíritu-energía. Le consolaba saber que ningún ser humano muere solo. Fuese cual fuese el lugar donde hubieran muerto eran capaces de ir a cualquier parte con la velocidad del pensamiento. En esta fase se encuentran con guías o seres, los que de pequeños solíamos llamar ángeles de la guarda que luego olvidamos, que los llevaban a presencia de familiares y amigos ya fallecidos. En la tercera fase se entraba por lo general, según lo descrito por algunas de las personas que tuvieron experiencias cercanas a la muerte, como en un túnel o una puerta de paso, y a la vez que pasan los envuelve una gran luz que ninguno puede explicar, algunos dicen que es Buda, otros Jesús, Mahoma,...pero todos coinciden que es el Amor Incondicional. Según los relatos, en esta cuarta fase se encuentran en presencia de la fuente suprema, Dios, el Absoluto... En este estado la persona hacía una revisión de su vida, un proceso en el que veía todos los actos, palabras y pensamientos de su existencia. Se le hacía comprender el motivo de todos sus pensamientos, decisiones, actos y de qué manera éstos habían afectado a otros, incluso a desconocidos. Veía como podía haber sido su vida, toda la capacidad en potencia que poseía, se le hacía ver que las vidas de todas las personas están interrelacionadas, entrelazadas. En esta fase no se preguntan sobre sucesos o logros materiales, se le pregunta a la persona: ¿Qué servicios has prestado? ¿Cuánto has sido capaz de dar a los demás? Ésta es la pregunta más difícil de contestar. Ahí descubrían si habían aprendido las lecciones, de las cuales la principal y definitiva es el Amor incondicional. Las personas que han vuelto han quedado completamente transformadas, encontrando un nuevo sentido a sus vidas y un fuerte impulso para aprovechar el tiempo sobre la base de correctas relaciones.

En 2008, un equipo de científicos de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, inició el primer estudio a gran escala de las llamadas “experiencias cercanas a la muerte”. La investigación, bautizada entonces como AWARE, fue realizada en centros hospitalarios del Reino Unido, de Norteamérica y de Europa con pacientes al borde de la muerte, y que fueron posteriormente reanimados. Se han publicado sus resultados, en la revista Resuscitation, obtenidos del análisis de 2.060 pacientes en muerte clínica (por paro cardiaco) que fueron atendidos en 15 hospitales de diversos países, en un primer estudio que duró cuatro años. Entre los hallazgos realizados destaca que en todos estos pacientes, la conciencia pareció darse durante un período de tres minutos tras la pérdida de latido, a pesar de que se considera que el cerebro deja normalmente de funcionar tras 20 ó 30 segundos de haberse producido la parada cardiaca; y de que no se reactiva de nuevo hasta que el corazón se ha puesto otra vez en marcha. Al estado de muerte clínica lo sigue un periodo de tiempo, de entre unos segundos y una hora aproximadamente, en el que los esfuerzos médicos pueden conseguir revertir el proceso de la muerte. El estudio AWARE ha usado para tratar de caracterizar este proceso una sofisticada tecnología de análisis del cerebro y la conciencia humanos, durante las paradas cardiorrespiratorias. Asimismo, ha examinado la capacidad de “ver” y “oír” durante el estado de muerte clínica (con pruebas auditivas; también se usaron imágenes aleatoriamente generadas, que se ocultaron para poder ser vistas sólo desde arriba, en caso de que los pacientes pudieran percibir sus cuerpos desde “fuera”, en las experiencias extracorpóreas). La investigación fue completada con tests psicológicos y técnicas de registro de la actividad cerebral. En general, las sensaciones de siempre relatadas por pacientes que han superado la muerte clínica (como abandonar el cuerpo, levitar, miedo extremo, serenidad total, seguridad, calidez, absoluta disolución o la visión de una gran luz al final del túnel o de seres –que, según las creencias de cada individuo suelen identificarse con Dios, los ángeles, familiares fallecidos, etc.-) han hecho que se le dé al proceso de morir una perspectiva espiritual e incluso paranormal.
El estudio AWARE ha tratado de aportar una respuesta científica a este respecto, siendo demostrado que la muerte no es un momento específico. En realidad, es un proceso que comienza cuando el corazón deja de latir, los pulmones dejan de trabajar y el cerebro deja de funcionar. Una condición médica llamada arresto cardíaco, que desde un punto de vista biológico es sinónimo de muerte clínica. Durante un paro cardíaco, los tres criterios de muerte están presentes. Posteriormente, hay un período de tiempo, que va desde unos pocos segundos a una hora o más, en el que los esfuerzos médicos de emergencia pueden tener éxito en reiniciar la actividad del corazón y revertir el proceso de muerte. Lo que la gente experimenta en este período de paro cardíaco ofrece una ventana única de comprensión en el proceso de la muerte. Una serie de recientes estudios científicos llevados a cabo por investigadores independientes han demostrado que entre un 10 y un 20 por ciento de las personas que pasan por un paro cardíaco (y en condiciones de muerte clínica) informan de procesos de pensamiento lúcido, incluida la memoria, pues recuerdan eventos sucedidos después de la muerte con todo detalle. El punto destacable de estas experiencias es que mientras que los estudios del cerebro durante la parada cardíaca han demostrado que no hay actividad cerebral medible, estos testimonios han informado de percepciones detalladas que indican lo contrario, es decir, un alto nivel de conciencia en ausencia de actividad cerebral detectable. Si objetivamente se pueden verificar estas afirmaciones, los resultados podrían tener profundas implicaciones no sólo para la comunidad científica, sino en la manera en que entendemos la vida y la muerte.”

El doctor sevillano Enrique Vila, Jefe de Medicina Preventiva en el Hospital Universitario Virgen Macarena de la capital hispalense, que en compañía de su esposa, Ángeles Garfia, desarrolló durante 30 años, hasta su fallecimiento en 2007, un intenso trabajo de indagación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte, entrevistando por toda la geografía española a cientos de personas que las habían tenido y comprobando las grandes similitudes de lo sentido y percibido por ellas. Su libro póstumo Yo ví la luz (Ediciones Absalon; Cádiz, 2010) recopila los resultados de una parte de tales entrevistas.

El doctor Pim van Lommel, reputado cardiólogo holandés, que trabajó durante más de 25 años en un hospital docente con ochocientas camas. Al hablar con cientos de sus pacientes que habían sufrido un paro cardíaco, descubrió que, lejos de haber perdido la conciencia durante el período en que habían estado clínicamente muertos, recordaban haber vivido una experiencia extraordinaria, algo que a Van Lommel, como científico, le era difícil de aceptar. Ante ello, decidió estudiar el fenómeno sistemáticamente durante dos décadas en su clínica con un equipo especializado. Fruto de ello lo recoge en su libro Conciencia más allá de la vida libro (Editorial Atalanta; Girona, 2012), que ofrece abundantes pruebas científicas de que las experiencias cercanas a la muerte son un fenómeno que no puede atribuirse a la imaginación, la psicosis o la falta de oxígeno. Pim van Lommel introduce estas experiencias en un amplio contexto cultural que va desde las diferentes visiones religiosas hasta los nuevos presupuestos de la física cuántica, en donde estos fenómenos tienen un lugar coherente dentro de sus modelos teóricos.

Emilio Carrillo Benito, escritor sevillano constata muchas de estas conclusiones a partir de una experiencia propia cercana a la muerte en la UCI de una clínica sevillana, en la tarde del lunes 29 de noviembre de 2010. Todo ello lo recoge su El Tránsito: vida más allá de la vida y experiencias cercanas a la muerte, (Editorial Sirio).

Hay otras muchas investigaciones realizadas y en marcha sobre experiencias cercanas a la muerte que están llegando a similares resultados. La amplia difusión de estas experiencias en los últimos años se ha visto proyectada en argumentos de películas y en novelas con mayor o menor carga de ficción. Ante esta evidencia científica se han elaborado diversas hipótesis explicativas desde distintos campos científicos, algunas de ellas enfocadas en negar la realidad y con muy poca ciencia.
En 1976 se sugirió que las experiencias cercanas a la muerte eran una forma de despersonalización, de disociación, que actúa como defensa ante la amenaza de muerte en situaciones de extremo peligro. Psiquiátricamente, la disociación se define como una respuesta adaptativa a un trauma físico o emocional intolerable. La disociación es la capacidad de abstraerse de la realidad; este tipo de respuesta aparece en algunas víctimas de trauma (secuestros, violaciones…) que, inconscientemente, intentan evitar esta realidad desagradable con fantasías más apacibles. Pero la experiencia cercana a la muerte y la disociación no son el mismo fenómeno no se trata del mismo tipo de fenómeno, ya que las experiencias cercanas a la muerte son percibidas como completamente reales, al contrario que la despersonalización típica; y también se diferencian de la despersonalización en que lo alterado no es el sentido de la identidad propia, sino la asociación de esta identidad con las sensaciones corporales.
Otra hipótesis psicológica relacionada con las experiencias cercanas a la muerte, formulada por el astrofísico y cosmólogo Carl Sagan, mantiene que el sistema neurológico se reinicia tras la experiencia traumática de la muerte; por eso la luz al final del túnel es una regresión al momento del parto y la salida del útero, donde no hay luz, al exterior, fuertemente iluminado, a través del canal del parto, y las personas conocidas serían las figuras de los padres y la sensación de bienestar la suministrada por las endorfinas de la leche materna. Pero un niño nunca nace mirando hacia delante sino exponiendo la coronilla, y la experiencia del viaje a través del túnel la han sufrido también personas que han nacido por cesárea;
Desde un punto de vista fisiológico se estableció la hipótesis de la anoxia. Cuando el cerebro se queda sin oxígeno y se produce lo que se llama un black-out: va desapareciendo la visión periférica, cerrándose el campo visual en un túnel hasta que, por fin, se pierde el conocimiento. Así mismo, en una situación de hipoxia cerebral, la corteza visual se desinhibe, de modo que las neuronas empiezan a dispararse anárquicamente. Dado que el 90% de las células de la retina (y, por tanto, del córtex visual) están en la fóvea, en la región central del campo visual, la percepción que se tiene de ese disparo aleatorio es la visión de un centro más iluminado que se va ampliando según más células empiezan a descargar. Pero las personas que han sufrido una experiencia cercana a la muerte han sido capaces de razonar con claridad, mientras que en la hipoxia ocurre lo contrario, pues se caracteriza por una capacidad de juicio reducida y un pensamiento errático. En cualquier caso, de una manera incompleta se podría explicar la visión de túnel, pero no otros fenómenos como las visiones divinas y los flashbacks de memoria.
Respecto a las sensaciones de bienestar y paz, se ha especulado con la secreción endógena de endorfinas. También se ha relacionado con la secreción de serotonina, pero ninguna sustancia de producción interna o externa parece suficiente para explicar la profundidad y el alcance de la experiencia ni los sucesos que ocurren en una experiencia cercana a la muerte.
Para otros investigadores las experiencia cercanas a la muerte podrían ser un ejemplo de telepatía: la hipótesis sería que la mente al despertar y aun antes de que el sujeto retome la conciencia, interroga telepática-mente a los participantes en la maniobra y construye una imagen onírica de lo sucedido. Se trata de una explicación muy limitada y poco fundada, que en realidad explica muy poco.

Lo que parece más evidente y lo que tiene más carga intuitiva es plantear que las experiencia cercanas a la muerte son una prueba de que la mente, consciencia, psique, alma o espíritu como entidad inmaterial, se separa del cuerpo físico, que actúa como mero soporte material, para dirigirse a otro lugar, a otro plano, a otro campo de conciencia, a otro reino. Los relatos de tantas personas sobre una experiencia que las ha cambiado el sentido de sus vidas y su percepción del mundo no pueden ser fruto de la imaginación o las drogas.
Las experiencias cercanas a la muerte, bien estudiadas y bien explicadas, deberían ayudar a que la humanidad cambie su perspectiva sobre la muerte y desaparezca el temor infundado a un proceso natural que no tiene nada de trágico ni de oscuro, todo lo contrario, supone liberación, luz y plenitud de conciencia.

6. La realidad del alma: inmortalidad

Muchas personas tenemos la certeza de que la vida continua después del proceso llamado muerte. Es algo casi innato, intuitivo, que da esperanza a mucha gente durante toda su vida, a veces apoyados en creencias, otras simplemente basadas en su percepción.
No parece lógico que tanta gente sea víctima de una alucinación colectiva, que tantos cerebros coincidan en fabricar las mismas locuras. Tiene más sentido aceptar la muerte como una enorme expansión de conciencia, al menos como una hipótesis razonable a investigar.
Uno de los mayores sueños de los seres humanos de todos los tiempos es llegar a ser inmortal. La mayor parte de la humanidad se resiste a la muerte con todas sus fuerzas, no sólo por la natural aversión que experimenta ante el sufrimiento, ante el deterioro del cuerpo que precede al final inevitable; sino más bien por la profunda aspiración que experimenta hacia la inmortalidad, hacia el quedarse para siempre, a cualquier precio. Esto en realidad son arrebatos emocionales con una ligera carga de pensamientos de mente inferior, condenados a desaparecer ante la presencia de la muerte.
La inmortalidad de la personalidad sería una terrible tragedia. “No tengo miedo a la muerte”, decía en una ocasión el escritor Jorge Luis Borges. “He visto morir a muchas personas. Pero tengo miedo a la inmortalidad. Estoy cansado de ser Borges”. Esta misma reflexión ha pasado por la mente de grandes filósofos. Platón llamó a la inmortalidad un “terrible peligro”, y San Agustín dijo que “una vez que hayas llegado a saber que eres inmortal; ¿estás seguro que eso te basta? Eso será algo grande; pero para mí no es suficiente”.
Para algunas personas que son conscientes de que su paso por la vida terrena es finita, el anhelo de perdurar para siempre lo trasladan a que su memoria permanezca en la cultura popular, por las grandes obras y hazañas que llevó a cabo en su tiempo de encarnación.
Pero todos estos anhelos de inmortalidad vienen de la personalidad, desde luego no del alma que es inmortal por naturaleza, y son anhelos incoherentes, absurdos, llenos de espejismo.
Hay otro tipo de aspiración a la inmortalidad, más propio del sabio, del ser espiritual, que acepta sin angustia ni obsesión el tiempo limitado de vida de su cuerpo, de sus vehículos, intuyendo la liberación que el proceso de la muerte traerá a su alma inmortal, que además consolidará su experiencia en los mundos de la forma, y los valores y virtudes que haya alcanzado a realizar. Así la muerte no significará la aniquilación del individuo, sino más bien la continuación para siempre de su parte mejor y espiritual, el alma, una vez disueltos los lazos de la carne, del mundo, de lo perecedero, de la vida ordinaria y de su historia vivida y acumulada durante los años que pasó en el plano físico más denso, sobre la tierra.
En todo caso, como decía Platón: “vale la pena arriesgarse en creer en la inmortalidad del alma. Con todo, es un riesgo hermoso”.

La palabra “inmortalidad” evoca infinitud y esa infinitud existe en aquello que no es perecedero o está condicionado por el tiempo que es simplemente la sucesión de estados de conciencia. El presente se pierde instantáneamente en el pasado y se fusiona con el futuro. Todo ello indica un estado de conciencia en el que no hay sucesión de acontecimientos, ni realizaciones. Pero este es un lenguaje difícil de comprender para la mente cuando trata de interpretar ideas en coordenadas “espacio-tiempo”, y no puede entenderse en profundidad hasta haber desarrollado la conciencia del alma, que vive en el “eterno ahora”, donde se comprende la inmortalidad de forma intuitiva y natural.
En cuanto la conciencia cesa de identificarse con sus vehículos, con los cuerpos físico, emocional y mental, el germen de todo verdadero conocimiento y comprensión empieza a expandirse. La conciencia siempre es la misma, esté en encarnación o no, y el desarrollo puede llevarse a cabo con mayor facilidad fuera de encarnación que cuando está limitado y condicionado por la conciencia cerebral. Pero cuando los obstáculos a la expresión del alma que se sitúan en el campo de la personalidad se purifican a lo largo del camino evolutivo, la personalidad deja de ser una limitación y se convierte en un medio de expresión y servicio para el alma.
La muerte es una verdadera actividad del alma, es un “toque del alma”, demasiado fuerte para que el cuerpo la pueda resistir. Es por eso que la liberación del alma, por medio de la enfermedad y la muerte, no es necesariamente un acontecimiento desgraciado.
La inmortalidad es un aspecto del ser espiritual viviente, y no un fin en sí misma, como muchas veces nos obstinamos en tratar de entenderla.
“Yo soy”, lo dice el ser humano personal que se identifica con la forma cambiante donde tiempo y espacio son verdaderas realidades. “Yo soy Ese”, es la expresión de aquel que aspira a conocerse realmente. “Yo soy Ese Yo soy”, es la expresión del alma liberada, para la que no existe tiempo y espacio.

7. Proceso de la muerte

Muchas personas no relacionan la muerte con el sueño. Después de todo, la muerte es sólo un intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al exterior” por un periodo más largo. Se olvida por lo general que todas las noches, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. Olvidan también que han adquirido ya la facilidad de dejar el cuerpo físico, pero aún no pueden conservar en la conciencia del cerebro físico los recuerdos de esa muerte.
Dos corrientes principales de energía penetran en el cuerpo físico produciendo su actividad, su cualidad y tipo de expresión, y todo lo que llamamos vida.
La corriente de energía dinámica penetra en el cuerpo, por la cabeza, y desciende hasta el corazón, enfocándose allí durante el ciclo de vida. La corriente de vida energetiza y mantiene coherentemente integrado al cuerpo físico.
La corriente de conciencia individual, está anclada en la cabeza; es un aspecto del alma, y revela el tipo de conciencia que a su vez indica la etapa alcanzada en la evolución.
El proceso del sueño diario y el proceso de la muerte ocasional son idénticos, con la única diferencia que en el sueño el hilo magnético o corriente de energía, a través de la cual corren las fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el camino de retorno al cuerpo. Con la muerte, este hilo de vida se rompe o corta. Cuando esto ha acontecido, la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico denso, y al faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra.
La muerte difiere del sueño en que ambas corrientes de energía son retiradas. En el sueño se retira el hilo de energía introducido en el cerebro, y cuando esto ocurre, el ser humano queda inconsciente, pero su conciencia o sentido de percepción está enfocado en otra parte. Su atención no está ya dirigida a las cosas tangibles y físicas, sino que se desvía hacia otro mundo del ser y queda centralizada en otro mecanismo. Al morir, los dos hilos son retirados o unificados en el hilo de la vida. La vitalidad cesa de penetrar a través de la corriente sanguínea y el corazón deja de funcionar, lo mismo que el cerebro deja de registrar y se apaga.

En diferentes textos de distintas tradiciones se ha intentado recoger todo lo que sobre la muerte es conocido por las personas más sabias. Este es el caso del Bardo Thodol o Gran Libro de la Liberación Natural mediante la comprensión en el Estado Intermedio (mal titulado a menudo como Libro Tibetano de los Muertos), que constituye una completa guía de instrucciones, redactada en torno al siglo VIII, para afrontar el tránsito, para el que se estima una duración de 49 días. Específicamente, la obra divide el tránsito (Estado Intermedio o Bardo) en tres fases, de las que se ocupa en cada una de la triada de partes en las que se estructuran sus páginas: primera, el mismo momento del óbito o Estado Transitorio del Momento de la Muerte: segunda, lo que se experimenta después de fallecer o Estado Transitorio de la Realidad; y tercera, el Estado Transitorio del Renacimiento, esto es, todo lo relativo a lo que antecede al nuevo nacimiento físico o reencarnación, incluyendo el nuevo arranque de los instintos físicos.
Por parte del conocido como Maestro Tibetano, Djwhal Khul, a través de una discípula inglesa Alice A. Bailey, por un proceso de alumbramiento telepático, se ha dado en varios de sus libros, escritos entre 1919 y 1949, una amplia información muy detallada sobre el proceso de la muerte del que haremos un breve resumen, suficiente para dejar a la intuición que explore la verdad que encierra este proceso bien relatado. En todo caso aceptarlo como una más que posible hipótesis mantiene la mente abierta y alerta para detectar los significados más sutiles, y protegerá al mismo tiempo de la credulidad y la estrechez mental.
La muerte no existe. Hay una liberación de los obstáculos del vehículo carnal, y una entrada en una vida más plena. El tan temido proceso de desgarramiento no existe, excepto en los casos de muerte violenta o repentina, entonces lo único desagradable es la sensación instantánea y abrumadora de peligro y destrucción inminente, y algo que se parece a un shock eléctrico. Nada más. Para los no evolucionados, la muerte es un sueño y un olvido, porque la mente no está bastante despierta para reaccionar, y el archivo de la memoria está prácticamente vacío. Para el ciudadano común y bueno, la muerte es la continuidad en su conciencia del proceso de la vida, y lleva a cabo los intereses y tendencias de esa vida. Su conciencia y sentido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha diferencia, está bien cuidado, y a menudo no se da cuenta que ha pasado por la muerte. Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven únicamente para el aspecto material, se produce esa situación denominada “atados a la tierra”. Los vínculos, que han forjado con la tierra, y la atracción hacia ella, de todos sus deseos, los obliga a permanecer cerca de la misma y de su último medio ambiente terreno. Tratan desesperadamente por todos los medios posibles, de ponerse en contacto y volver a penetrar en él. En contados casos, un gran amor personal por quienes han dejado, o el incumplimiento de un deber reconocido y urgente, mantienen a quienes poseen bondad y belleza, en semejante situación. Para el aspirante, la muerte es la entrada inmediata en una esfera de servicio y de expresión a que está muy acostumbrado, percibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente funciona en él durante las veinticuatro horas (hablando en términos de tiempo del plano físico) en vez de las breves horas de sueño en la tierra.
El proceso oculto de la muerte pasa por una primera etapa que consiste en retirar la fuerza vital del cuerpo físico, y la consiguiente dispersión de sus “elementos”. El hombre objetivo desaparece y el ojo físico ya no lo ve aunque se halla en su cuerpo etérico. La segunda etapa consiste en retirar la fuerza vital del cuerpo etérico y en desvitalizarlo. La tercera etapa consiste en retirar la fuerza vital de la forma astral o emocional, para que ésta sea desintegrada en forma similar. La etapa final consiste en ser retirado del vehículo mental. Las fuerzas vitales, después de esta cuádruple abstracción, son centralizadas totalmente en el alma.
Los acontecimientos que suceden en el lecho de muerte siguen la siguiente secuencia:
-El alma da la orden de retirarse a su propio plano, e inmediatamente se produce una reacción interna en el plano físico: tienen lugar ciertos sucesos fisiológicos que afectan a la corriente sanguínea, el sistema nervioso en sus diversas expresiones, y el sistema endocrino, cuya patología conoce bien la ciencia médica. Una vibración corre a lo largo de los nadis, que son la contraparte etérica de todo el sistema nervioso y subyacen en todo nervio del cuerpo físico, respondiendo a la “atracción” del alma, y entonces se organizan para la abstracción. La corriente sanguínea es afectada a través de las glándulas, en respuesta al llamado de la muerte, inyectan en la corriente sanguínea una sustancia que a su vez afecta al corazón, donde está anclado el hilo de vida. Se produce el temblor síquico cuyo efecto es aflojar o romper la conexión entre los nadis y el sistema nervioso; por ello el cuerpo etérico se desprenderá de su envoltura densa, aunque todavía interpenetre cada una de sus partes.
-Se produce frecuentemente una pausa en este punto, de corta o larga duración. Esto es permitido a fin de que el proceso de aflojamiento se lleve a cabo lo más suavemente posible y sin dolor. Dicho aflojamiento de los nadis comienza en los ojos. Este proceso de desprendimiento a menudo se demuestra en el relajamiento y falta de temor que el moribundo demuestra a menudo; evidencia una condición de paz y la voluntad de irse, más la incapacidad de hacer un esfuerzo mental. Parecería como si el moribundo, conservando aún su conciencia, reuniera todos sus recursos para la abstracción final.
-El cuerpo etérico organizado, desprendido de toda relación nerviosa, debido a la acción de los nadis, comienza a recogerse para la partida final. Se retira de las extremidades hacia la requerida “puerta de salida”, enfocándose en la zona alrededor de esa puerta, esperando el “tirón” final del alma directriz. Ahora se hace sentir otro “tirón” o impulso atractivo. El cuerpo físico denso, la totalidad de los órganos, células y átomos, se van liberando constantemente de la potencia integradora del cuerpo vital mediante la acción de los nadis, y comienzan a responder al tirón atractivo de la materia misma.
-Nuevamente se produce una pausa. En este punto el elemental físico puede a veces recobrar su aferramiento sobre el cuerpo etérico, si el alma lo considera deseable y si la muerte no es parte del plan interno, o si el elemental físico es tan poderoso que puede prolongar el proceso de la muerte. Esta vida elemental a veces libra una batalla que dura días y semanas. Sin embargo, cuando la muerte es inevitable, la pausa en este punto será excesivamente breve y a veces durará segundos.
-El cuerpo etérico sale del cuerpo físico denso en etapas graduales y por un punto escogido de salida. Los puntos de abstracción final son tres: la cabeza, para los discípulos e iniciados y también los tipos mentales avanzados; el corazón, para los aspi-rantes, las personas de buena voluntad y todos aquellos que han logrado cierta medida de integridad de la personalidad y están tratando de cumplir, hasta donde les es posible, con la ley del amor; y el plexo solar, para las personas no desarrolladas y emocionalmente polarizadas. Cuando ha terminado de salir, el cuerpo vital asume entonces los vagos contornos de la forma que energetizó, haciéndolo bajo la influencia de la forma mental que el mismo ha construido de sí mismo durante años. Esta forma mental existe en el caso de cada ser humano, y debe ser destruida antes que la segunda etapa de eliminación se haya completado. Aunque liberado de la prisión del cuerpo físico, el cuerpo etérico no está aún libre de su influencia. Existe todavía una pequeña relación entre ambos, la cual mantiene al hombre espiritual cerca del cuerpo recién abandonado. Debido a ello los clarividentes pretenden a menudo haber visto el cuerpo etérico flotando alrededor del lecho de muerte o del ataúd. Interpenetrando todavía al cuerpo etérico se hallan las energías integradas que llamamos cuerpo astral y vehículo mental, y en el centro existe un punto de luz que indica la presencia del alma.
-El cuerpo etérico se dispersa gradualmente a medida que las energías que lo componen se reorganizan y retiran, dejando únicamente la sustancia pránica que se identifica con el vehículo etérico del planeta mismo. En el caso de una persona no evo-lucionada, el cuerpo etérico puede permanecer durante largo tiempo en la cercanía de su cascarón externo en desintegración, porque la atracción del alma no es potente y el aspecto material lo es. Cuando es una persona evolucionada y su pensamiento está desligado del plano físico, la disolución del cuerpo vital puede ser excesivamente rá¬pida. Una vez que esto se ha realizado, el proceso de restitución ha concluido; el ser humano está libre, temporalmente al menos, de toda reacción provocada por el tirón atractivo de la materia física; permanece en sus cuerpos sutiles preparado para la siguiente fase.
-En la siguiente fase, conocida como de eliminación, tiene lugar el “rechazo” de los vehículos mental-emocional. Estos forman un cuerpo, un vehículo deseo-mente, ya que en realidad no existe tal cosa como plano o cuerpo astral. Así como el cuerpo físico está compuesto de materia que no es considerada un principio, así el cuerpo astral -en lo que concierne a la naturaleza mental- se halla en la misma categoría. Desde el ángulo del plano mental, el cuerpo astral es “una ficción de la imaginación”, no un principio. El empleo masivo de la imaginación, puesta al servicio del deseo, ha construido, sin embargo, un ilusorio mundo de espejismos, el mundo del plano astral. Durante la encarnación física y antes de entrar en el sendero del discipulado, el plano astral es muy real y posee vida y vitalidad propias. Después de la primera fase de la muerte (la muerte del cuerpo físico) sigue siendo igualmente real. Pero su potencia va desvaneciéndose lentamente a través del proceso de eliminación.
-Posteriormente, se produce una última fase, que es un proceso de Integración. Se refiere a la tarea del hombre espiritual liberado, cuando se fusiona con el alma (la superalma) en los niveles superiores del plano mental. El alma desencarnada queda libre del control de la materia; está purificada (temporariamente por las fases de Restitución y Eliminación) de toda contaminación por la sustancia. Esto se adquiere, no por medio de alguna actividad del alma en la forma, el alma humana, sino como resultado de la actividad del alma en su propio plano, abstrayendo la fracción de sí misma que llamamos alma humana. El alma humana durante esta etapa, sólo responde a la atracción o fuerza atractiva del alma espiritual cuando ésta, con deliberada intención, extrae el alma humana de las envolturas que la aprisionan.

Desde el momento de la total separación de los cuerpos físico denso y etérico, y a medida que se emprende el proceso de eliminación, se es consciente del pasado y del presente. Cuando la eliminación es total y ha llegado el momento de hacer contacto con el alma y el vehículo mental está en proceso de destrucción, entonces inmediatamente tiene conciencia del futuro, pues la predicción es un haber de la conciencia del alma, participando de ella temporariamente. Por lo tanto, el pasado, el presente y el futuro se ven como uno; entre una encarnación y otra y durante el continuado proceso de renacimiento se va desarrollando el reconocimiento del “Eterno Ahora”. Esto constituye un estado de conciencia (característico del estado normal del hombre evolucionado) que puede ser denominado devachánico.
“Devachan” es un estado de conciencia en el plano mental, al cual pasa el alma desprovista de su cuerpo astral, actuando en su cuerpo mental o limitada por él. La bienaventuranza que en él se disfruta es más mental de lo que entendemos comúnmente por esa palabra; no obstante se halla todavía en el mundo inferior de la forma y será trascendido una vez practicado el desapego.
Existe un estado de mayor liberación conocido como “Pralaya”, un estado de existencia no-mental, no-astral, no-material entre la muerte y el renacimiento, donde el impulso de la vida está en suspensión. Una experiencia de paz perfecta y dicha infinita previa a tomar la próxima encarnación. Se corresponde con la idea cristiana del paraíso.

8. La Cremación

La cremación es en primer lugar una cuestión de salud planetaria, es la única forma científica e higiénica de deshacerse de los cuerpos de aquellos que salen de la encarnación. La humanidad arrastra desde tiempos remotos una serie de enfermedades, como el cáncer, la sífilis o la tuberculosis, que mediante la práctica del enterramiento, genera que los gérmenes de estas enfermedades sean absorbidos en la tierra, entren en la cadena alimenticia y sean reabsorbidas tanto por los animales como por las personas. Esto ocurre desde hace miles de años por lo que estas enfermedades son endémicas y costará muchos años y mucho esfuerzo para erradicarlas de la tierra.
En muchos países se prohíbe el enterramiento de animales muertos provenientes de granjas por su carga contaminante, y sin embargo se tiende a olvidar que los seres humanos también utilizamos cuerpos de carácter animal. Afortunadamente para la especie humana la cremación se va imponiendo y es de esperar que dentro de poco tiempo la tarea de sepultar a los muertos en la tierra se considere contraria a la ley, y la cremación se imponga como una medida obligatoria, saludable y sanitaria. Tampoco nos debería importar que desaparezcan esos lugares síquicos e insalubres llamados cementerios. La adoración y el culto a los antepasados va desapareciendo tanto en Oriente como en Occidente, y se van desarrollando otras formas de respetar y recordar a los seres queridos fallecidos con menos oscurantismo.
Pero la cremación es mucho más importante y necesaria desde el punto de vista esotérico. Acelera la liberación de los vehículos sutiles (que aún envuelven al alma) del cuerpo etérico, produciendo así la liberación en pocas horas en lugar de unos cuantos días; es además un medio muy necesario para purificar el plano astral e impedir al deseo “la tendencia al descenso”, que obstaculiza grandemente al alma encarnante. No encuentra ningún punto de enfoque, porque el fuego repele esencialmente el aspecto de crear formas que posee el deseo, y es una expresión mayor de la divinidad que no tiene una verdadera relación el plano astral.
Mediante la aplicación del fuego, todas las formas son disueltas; cuanto más rápidamente se destruye el vehículo físico humano, con más rapidez se rompe el aferra-miento del alma que se retira. En cuanto se ha establecido científicamente la verdadera muerte por el médico encargado del caso y se ha asegurado que no queda una chispa de vida en el cuerpo físico, entonces es posible la cremación. Esta total o verdadera muerte se produce cuando el hilo de la conciencia y el hilo de la vida han sido retirados totalmente de la cabeza y del corazón.
Se deben respetar las costumbres y leyes locales, así como las exigencias familiares y las formalidades de los sepelios, pero esto se refiere a las necesidades de los que quedan y no de los que se van. La falsa idea de que el cuerpo etérico no debe ser precipitadamente cremado y la creencia de que debe deambular durante un período determinado de varios días, no tienen una verdadera base. No existe una necesidad etérica para esta demora. Cuando el hombre interno se retira de su vehículo físico, lo hace simultáneamente del cuerpo etérico. Cuando el cuerpo físico es enterrado el cuerpo etérico puede deambular por un largo período en el “campo de emanación”, y frecuentemente persistirá hasta la total desintegración del cuerpo denso. El proceso de momificación, tal como se practicó en Egipto. y el embalsamiento, tal como se practica en Occidente, han sido responsables de la perpetuación del cuerpo etérico, a veces durante siglos. Esto es particularmente así cuando la momia o la persona embalsamada fue un individuo malo durante su vida; el ambulante cuerpo etérico, el “cascarón”, a menudo es “poseído” por una entidad mala o una fuerza maligna; esta es la causa de los ataques y desastres que frecuentemente persiguen a quienes descubren antiguas tumbas y sus moradores, las antiguas momias, y desentierran a ellas y sus posesiones. Pero esa fuerza maligna que se aferra en el “cascarón”, en ningún caso es el fallecido atrapado con ansia de hacer daño, como si su maldad fuera inmortal, tal como se describe en relatos macabros o de terror llenos de fantasía.
Donde se practica la cremación no sólo se logra la inmediata destrucción del cuerpo físico y su restitución a la fuente de sustancia, sino que el cuerpo vital también rápidamente se disuelve y sus fuerzas son conducidas al depósito de energías vitales. Si es necesario esperar debido al sentimiento de la familia o a los requerimientos municipales, la cremación debería hacerse dentro de las treinta y seis horas; cuando no hay razón para esperar, la cremación puede hacerse doce horas después, un tiempo suficientemente prudente de espera para asegurarse que se ha producido la verdadera muerte.

9. Técnica de morir

Existe una técnica de morir, así como existe una de vivir, pero se ha perdido en gran parte en Occidente y casi en Oriente. Los rituales de religiones y tradiciones espirituales han perdido gran parte de su contenido original, que estaba más dirigido a prestar ayuda al tránsito del que se va, que a las propias liturgias. Pero, sin necesidad de practicar ningún culto, se puede facilitar el paso hacia el plano del alma de quién está a punto de pasar por el proceso de la muerte, a pesar de que la sociedad moderna no ha tomado consciencia de la importancia de este apoyo, que se rehúye por temor y falsos prejuicios, con lo que se pierde la oportunidad de compartir el hecho más trascendente de la vida de un ser querido cuando enfoca su viaje final.
Hay una serie de puntos que pueden observarse y sobre los que reflexionar cuando se pretende ayudar a alguien que se prepara para morir.
Aunque es un trabajo previo que debería estar resuelto por parte del que va a iniciar el tránsito, se le puede ayudar a resolver sus asuntos pendientes, con su permiso, y preferiblemente previa petición. Mucha de la angustia que se experimenta en los momentos previos a la muerte tiene que ver con esas cosas sin resolver que impiden la relajación y enquistan el aferramiento a la forma. Esta ayuda puede pasar por dejar resueltos con el máximo detalle los asuntos económicos y materiales, por facilitar hacer las paces con los familiares y amigos de quienes estén distanciados, perdonar ofensas e injurias que han dado lugar a que el odio envenene la conciencia, y ayudar a limpiar su corazón de negatividad y amargura. Manifestar amor incondicional es el mejor liberador de sentimientos de culpa, ira, frustración y aferramiento. El trato debe ser sincero y decir siempre la verdad, hablando desde el corazón, sin pretender dar consejos ni indicaciones de algo que no conocemos, con el mayor cariño posible. También es importante hacer ver al moribundo que le dejamos marchar con total libertad, alegrándonos por su destino en un mundo lleno de alma y vida plena, y que seremos valientes al afrontar su perdida.
La atmósfera que nos rodea en el momento de la muerte debe ser sea lo más pacífica y serena posible. Los amigos y parientes afligidos es mejor que no estén presentes junto al lecho del moribundo hasta que se tranquilicen, para evitar un exceso de emocionalidad que perturbará el momento de la muerte.
Si se está en un hospital o atendido por personal médico es importante que se no moleste a la persona que está muriendo con prácticas sanitarias que ya hayan perdido todo su sentido de curación o que infrinjan sufrimientos gratuitos e innecesarios a la persona. El dolor debe ser controlado y amortiguado pero sin enturbiar la conciencia del moribundo, y hoy en día eso puede hacerse mediante combinaciones de medicamentos y no sólo narcóticos.
Se debe guardar silencio en la habitación. Muchas veces la persona moribunda está inconsciente, pero esa inconsciencia es aparente, no real. De novecientos casos sobre mil hay percepción cerebral, con plena conciencia de lo que ocurre, pero existe parálisis completa de la voluntad para expresarse y total incapacidad para generar la energía indicadora de vida. Cuando el silencio y la comprensión reinan en la habitación del moribundo, el alma que parte, puede retener con claridad la posesión de su vehículo hasta el último minuto y hacer la debida preparación.
Se sabe aún poco sobre los colores, pero debería iluminarse la habitación del moribundo con la luz anaranjada. El color anaranjado ayuda al enfoque en la cabeza, así como el rojo estimula el plexo solar y el verde tiene un efecto definido sobre el corazón y las corrientes de la vida.
Tampoco se sabe mucho sobre la música más adecuada, pero ciertos tipos de música facilitan el trabajo del alma al abstraerse del cuerpo, algunas notas del órgano son efectivas.
La presión sobre ciertos centros nerviosos y arterias, facilitará el trabajo. Esta ciencia de la muerte es mantenida en custodia en algunos monasterios del Himalaya. La presión sobre la vena yugular y sobre ciertos grandes nervios en la región de la cabeza y en un punto especial de la médula oblongada, puede ser muy útil y efectiva, aunque debe ser practicada por maestros que sepan lo que hacen.
Existen frases mántricas que pueden ayudar a la conciencia del moribundo a enfocarse hacia el alma, y a crear la atmosfera de paz más adecuada. El uso de la Palabra Sagrada, “OM” entonada en voz baja o en una nota especial, que se ajuste a la vibración de la persona moribunda, podrá formar parte del ritual de transición acompañado con unción de aceite, según se practica en la Iglesia Católica. La extremaunción tiene una base oculta científica. La cima de la cabeza del moribundo debería también simbólicamente estar hacia el este y las manos y los pies cruzados. Debería quemarse en la habitación sólo madera de sándalo y no permitirse ninguna otra clase de incienso, porque la madera de sándalo es el incienso que más ayuda al alma que está en proceso de destruir su deteriorada morada en el plano físico.
Una vez hechos todos los preparativos posibles solo restar vibrar con el corazón activo y manifestar amor; y al estar despierta la intuición estaremos seguros de estar haciendo lo correcto en cada momento, y ser el mejor apoyo posible para el tránsito del ser querido.

10. Preparación en vida para la muerte

Como sabemos, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. El proceso del sueño diario y el proceso de la muerte son los mismos, con la única diferencia que en el sueño el hilo que une al alma con el corazón, o corriente de energía, a través de la cual corren las fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el camino de retorno al cuerpo, mientras que el hilo de la conciencia que une alma y cerebro esta temporalmente cortado. Con la muerte, el hilo de vida se rompe, y la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico denso, y al faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra. Tenemos la facilidad de dejar el cuerpo físico cada noche, y esto es algo que nos resulta muy sencillo, aunque el cerebro físico no acierte a conservar el recuerdo de este simple proceso natural, de esa pequeña muerte diaria. En realidad nos sorprendería saber lo preparados que estamos para morir, si tan solo dejáramos de complicarnos la vida con miedos y preocupaciones sin fundamento.
Existe un periodo del sueño, de ondas lentas, de corta duración, de cerca de media hora, que se da incluso aunque se duerma poco, en el que no se tienen sueños, y que otorga un especial poder de recuperación. Es una parte del sueño sobre el que se puede establecer la premisa de que el contacto con el alma es directo, y del que solo se conservan recuerdos cuando se tiene conciencia permanente del alma.
Se pueden seguir una serie de reglas sencillas para ser seguidas por aquellos que aspiran a estar preparados cuando les llegue el momento de retirarse de los vehículos, de dejar la envoltura externa.
Para cualquier actividad que deba ser establecida de forma constante, para cualquier cambio de actitud, para toda reorientación y reenfoque de la atención y de la conciencia, se precisa aumentar y estabilizar la capacidad de concentración. Si no es posible concentrarse, no hay nada que hacer con la visualización, ni con la meditación, imprescindibles para hacer contacto con el alma, para facilitar el paso de la conciencia entre planos, de lo físico a lo etéreo, del plano en el que vive la forma, al otro lado, al plano donde habitan las almas el plano físico. A la hora de afrontar todos los asuntos de la vida es conveniente haber aprendido a mantenerse enfocados en la cabeza, y que el chakra ajña, entre las cejas, sea el centro director, lo que garantizará el domino de la mente sobre la emoción; y es desde los planos más elevados de la mente, en la mente superior, donde comienza el verdadero contacto con el alma. Desarrollar la capacidad de vivir dirigidos desde “el trono entre las cejas”, precisa practicar la concentración en ese importante centro energético. Existen muchas prácticas de meditación en el centro ajña, pero todo se resume a mantener la atención en ese punto, de forma relajada, con olvido de sí mismo para evitar las luchas de poder de la personalidad, sin ansias de lograr el asalto a ningún paraíso. Tan solo basta con pretender disfrutar de la paz y de la armonía del silencio interno. Concentrarse en ajña, o tal vez deberíamos decir “mantener la presencia en ajña”, para evitar la rigidez con que muchas personas entienden la palabra “concentración”; supone sintonizar la frecuencia del alma, facilitar que las energías del alma se canalicen hacia los vehículos de la personalidad. Y esto no solo es aplicable a la meditación, en la vida diaria, en muchos pequeños momento del día, se puede redirigir la atención hacia el centro entre las cejas, un centro cuyo desarrollo facilita que los cambios de planos por lo que transita la conciencia sean reales y seguros.
Otra regla para prepararse en vida para la muerte consiste en enfocar las energías de la vida por encima del diafragma, para anular el atractivo poder del plexo solar. En consecuencia este centro será cada vez menos activo y no existirá el peligro de rasgar la trama etérica en ese lugar, cuando llegue el momento de abandonar el cuerpo físico. Enfocarse por encima del diafragma supone dejar de estar a meced de la emocionalidad que se dirige desde el plexo solar, por lo que todo aquello que facilite el enfoque en la mente y debilite el enfoque en la emoción, camina en una dirección correcta. Liberarse del poder invasivo de la emoción, supone abandonar el exceso de sí mismo, del ansia de ser el centro de universo; dejarse de importancia personal, tanto de orgullo como de autocompasión; desapegarse, dejar de desear ser amado o admirado, o cualquier logro material; respetar los destinos y los asuntos de los demás y no pretender saber lo que deben hacer: nadie tiene el derecho a decir a nadie que hacer o que pensar. Para todo ello la mejor medicina es el servicio. El servicio salva y libera y trae liberación en diversos niveles, a la conciencia aprisionada, algo parecido a lo que se consigue con la muerte. Servir sin exigir servicio, sin personalizar, es la práctica mas directa para mantener vivo el contacto con el alma. Prestar servicio despierta el interés del alma, desde un segundo plano, silenciosamente, desde el amor, olvida lo personal para satisfacer la necesidad circundante. Servir es la mejor manera de demostrar que somos un alma en encarnación.
Una práctica muy aconsejable consiste en aprender, antes de dormirse, a retirar la conciencia a la cabeza. Antes de entrar en el sueño de forma inconsciente, debería intentarse el relajamiento y dirigir la atención hacia el centro de la cabeza, de forma sutil y casi imperceptible, sin un indebido esfuerzo que impida el sueño. No hay que desalentarse por no conseguir logros inmediatos, lleva mucho tiempo y mucho arte entrar con cierta consciencia en el mundo de los sueños, y tampoco se trata de penetrar con la conciencia cerebral del estado despierto. Los primeros pasos deben darse con inteligencia y mucha paciencia, y seguirse durante muchos años, hasta hacer con facilidad el trabajo de abstracción.
Una sencilla técnica para entrar en los sueños como práctica diaria de abstracción podría ser así: después de lograr en lo posible una posición cómoda, tratar de adoptar la actitud interna de que suavemente se va desprendiendo del cuerpo físico, manteniendo el concepto en el plano mental, comprendiendo, sin embargo, que es una simple actividad cerebral. No se deba involucrar el corazón, ni ninguna actividad vital, que deben seguir siendo automáticas y permanecer en su justo lugar, por debajo del nivel de conciencia. La finalidad es mantenerse consciente cuando se aparta la conciencia del cerebro y se lleva a los niveles sutiles de la percepción. Sólo involucra mantener de forma constante una actitud y una fija determinación de seguir al punto de conciencia, con una viva expectativa. No se abandona permanentemente el cuerpo físico, por lo tanto, no está involucrado el hilo de vida arraigado en el corazón. Durante unas horas y mientras se está revestido con los vehículos astral y mental, el objetivo es mantenerse en otra parte de forma consciente. No se trata de salir del vehículo. No se debe poner ninguna atención en el vehículo físico, las preocupaciones, los intereses y las circunstancias de la vida diaria. Se trata de tener una actitud positiva hacia los planos internos y esperar que traigan un instante de liberación, quizás un destello de luz, la percepción de una puerta de escape o el reconocimiento de lo que lo circunda, sin buscar experiencias ni fenómenos paranormales. Con el tiempo se crea una inercia en la que el cuerpo físico no ofrece resistencia a la abstracción del sueño, y permanece pasivo. Cuando llegue la hora de la muerte podrá automáticamente y fácilmente hacer la Gran Transición sin preocuparse por lo desconocido ni temerlo.
Algunas veces el cuerpo se despierta sobresaltado inmediatamente después de dormirse. Esto se debe a que la conciencia no se desliza por la trama que está bien abierta, sino por un orificio parcialmente cerrado. Otros veces se puede oír un fuerte chasquido en la región de la cabeza. Es causado por una sensibilidad auditiva interna que causa percepción de sonidos siempre presentes, pero normalmente no registrados. Otras veces se verá una luz cuando se está a punto de dormir, nubes de colores o formas en movimiento de color violeta; éstos son todos fenómenos etéricos, sin real importancia, y se relacionan con el cuerpo vital, las emanaciones pránicas y la trama de luz. No hay que dejarse llevar por experiencias sensoriales, por atractivas que aparenten ser, que solo conseguirán dispersar la atención.

11. Actitud ante la muerte

La mayoría de la gente adopta una posición morbosa ante el tema de la muerte, como si hubiera algo malo que ocultar en todo destino, como si el paso inevitable por la muerte puede ser olvidado. La negativa a considerar la muerte cuando se goza de buena salud impide vivir con plenitud, aleja de la realidad y dificulta desarrollar la capacidad de vivir en este presente continuo que es lo único que verdaderamente existe. Alejando la inquietud que la muerte produce y evitando reflexionar y tomar conciencia sobre ello, no se puede encontrar el punto de libertad que necesita la vida para mostrar sus dones y su belleza. Bloquear la sana conciencia sobre la muerte y su natural percepción, es una condena a una prisión llenas de miedos, aunque vistamos nuestro devenir con una supuesta vida apacible y motivada. Sin resolver el tema de la muerte, no habrá nunca verdadera libertad.
Se necesita valor para enfrentar la realidad de la muerte, y para formular en forma definida nuestras creencias y expectativas sobre el único hecho que podemos predecir con absoluta seguridad. Estamos encarnados aquí y ahora, y no existe ningún seguro, ninguna cláusula de protección que garantice que la muerte no va con nosotros. Es evidente que nuestra historia personal, con su tiempo determinado en el plano físico, acabará con la muerte, pero podemos morir en cualquier momento. La vida está en permanente cambio, es una ley de la naturaleza, y sin embargo, la mayoría de los seres humanos se niega a considerarlo, hasta que la muerte llegue de forma inminente y personal, y sin tiempo para nada.
Algunas personas, a pesar de haber estado toda su vida evitando pensar y hablar sobre la muerte, tienen el privilegio de tener un poco de tiempo antes de su muerte que se anuncia con toda contundencia, aunque este privilegio se suele considerar como sufrimiento y desdicha. Las personas enfrentan su muerte de muy diversas maneras. Algunas con un sentimiento de autocompasión, se hallan tan preocupadas por lo que dejan, por lo que termina para ellas, por el hecho de abandonar todo lo que acumularon en la vida, que se encuentran obsesionadas por todo lo que supuestamente pierden, y el verdadero significado del futuro inmediato e inevitable les pasa inadvertido. Otras la enfrentan con valor y miran la muerte con osadía, porque no pueden hacer nada más, un cierto orgullo los ayuda a salir al paso del acontecimiento. Aún otros rehusan considerar en absoluto esa posibilidad. Se autohipnotizan hasta llegar a un estado donde el pensamiento de la muerte es rechazado por la conciencia, que no lo considera posible, de modo que cuando llega, los toma de sorpresa; están inermes y lo único que pueden hacer es sencillamente morir de la forma menos consciente posible. Las actitudes religiosas, por lo general, intentan aceptar la voluntad de Dios, de lo divino, agarrándose a sus creencias que consideraran el acontecimiento como lo mejor que pudiera ocurrir, aun cuando no lo parezca, y dejan espacio para las dudas y las inquietudes de última hora.
Pero la muerte puede ser más que todas esas cosas y enfrentada de distintas maneras. Puede tener cabida definida en la vida y en el pensamiento, y podemos prepararnos para ella, no sólo como algo inevitable, sino sobre todo como el portal para un cambio de plano, un tránsito de nuestra conciencia a una vida más libre, sin los muchos condicionamientos de los vehículos, del cuerpo físico, emocional y mental. De este modo haremos del proceso de la muerte una parte planeada de todo nuestro propósito de vida. Podemos vivir teniendo conciencia de la inmortalidad, lo que agregará colorido y belleza a nuestra vida, y nos ayudará a descargarnos de ansiedad y de deseos insatisfechos, que pierden toda su atracción a la luz de la liberación que está por venir. Podemos fomentar la conciencia de nuestra futura transición y vivir con la esperanza de su prodigio. La muerte así encarada, considerada como un preludio para una ulterior experiencia viviente, cobra un significado distinto. La muerte nos trae la liberación temporaria de la naturaleza corporal, de la existencia en el plano físico y de la experiencia visible; constituirá la liberación de toda limitación y nos indicará con absoluta sencillez una transición definida de un estado de conciencia a otro.

Aquellas personas que han descubierto la importancia del servicio a los demás y a la necesidad inmediata, y actúan en consecuencia, no necesitan luchar por mantener una actitud adecuada hacia la muerte, porque su trayectoria al servir les conduce una y otra vez a vivir orientados hacia el alma, que es la forma natural de asimilar y comprender el proceso de la muerte. Sin embargo, con el paso de los años, todo servidor debe tratar de no relajarse indebidamente y seguir adelante a pesar de la fatiga de la edad y del creciente desgaste del mecanismo humano, sin perder nunca el rumbo hacia el constante servicio y contacto con los demás. Así cuando se libere del cuerpo físico y se encuentre en el más allá, continuará con el mismo ritmo de servicio, sin interrupción, en una vida todavía más fructífera. Debe esforzarse, hasta donde sea posible, por mantener la continuidad de su conciencia como servidor, una actividad que no es fácil debido al natural y normal deterioro del vehículo físico a medida que envejece, lo cual requiere una concentración definida del esfuerzo, acrecentando así la tensión en la que vive habitualmente. En cierto sentido debe acostumbrase a la presión y hacer en cada momento lo que haya que hacer, con comprensión y esfuerzo deliberado, y mantener intacto y libre de todo deterioro su “estado mental” durante los años que restan de esta vida, que pronto pasará por el proceso de disolución, y así hasta la liberación en el más allá.
La edad avanzada de una vida bien aprovechada debería otorgar el don de glorificarse ante la expectativa de la gran aventura que supone el tránsito de su conciencia a un plano de vida más intenso, sin las limitaciones del plano físico. Esta expectativa debería deslumbrar también la conciencia de las personas jóvenes que hayan descubierto la capacidad de ver la belleza y sean capaces de conservarla, lo que dará alegría a sus vidas y hará que en realidad nunca envejezcan. Cualquiera, que a pesar de la edad, llegue a enfrentar la muerte maravillado con la gran liberación que se avecina, se irá con un eterno espíritu joven y nunca habrá conocido la vejez.
Un antiguo proverbio chino resume con sabiduría la actitud ante la muerte, en pocas palabras, dice: “Sueña como si fueras a vivir toda la vida, pero vive como si fueras a morir mañana”.

12. La muerte como consejera

Una sana práctica diaria de la muerte es la mejor forma para dejar de temerla. Si se hace bien se pierde el temor, porque se llega a comprender que no hay muerte alguna. Se trata de vivir como si fuera a llegar la muerte y no tener nada de que arrepentirnos, nada que lamentar.
En la tradición chamánica de los indios toltecas mexicanos se practicaba una forma de comprender la muerte muy valiosa. Se trataba de “utilizar la muerte como consejera”, una forma de optimizar las oportunidades de la vida ante la idea de la presencia de la muerte. Ante una situación de dureza, de desamparo, de crisis, de desesperación; ante un problema de difícil solución, utilizar la muerte como consejera es tener presente que en cualquier momento vamos a morir, y encontrar el sentido de proporción, relativizar la gravedad de la situación, darse un respiro, porque solo estamos de paso, y nada es tan importante como para hundirnos y perder el control. Con una referencia, con un punto de orientación de que estamos aquí y ahora, se puede actuar con tranquilidad, con paz, con amor.
Carlos Castaneda, (1925-1998), fue un antropólogo y escritor peruano nacionalizado estadounidense. Es autor de una serie de libros que describen las enseñanzas transmitidas por Juan Matus, “Don Juan”, un indio yaquí mejicano del desierto de Sonora depositario del antiguo conocimiento chamánico, que algunos han llamado brujería. En su libro “Viaje a Ixlan”, explica con detalle lo que supone la muerte para lo que llama el “camino del guerrero”, y como se convierte en su mejor consejera. Al margen del interés que se pueda o no tener sobre el chamanismo, y la mayor o menor validez de lo narrado en esos libros, es interesante la forma que Don Juan enseña para relacionarse con la muerte, y muchas de las claves que da sobre el camino del guerrero, cuyos antiguos principios pueden ser adaptados a nuestra vida moderna.
Para un guerrero la muerte es su eterna compañera, que le está continuamente acechando. La certeza de esta presencia le impide darse tanta importancia personal. Cuando está inquieto, impaciente, soberbio, molesto, cargado de quejas, de temores, de dudas; voltea la cabeza a la izquierda y pide consejo a tu muerte. Un inmensa cantidad de mezquindad se pierde con sólo que tu muerte te haga un gesto, o alcances a echarle un vistazo, o nada más con que tengas la sensación de que tu compañera está allí vigilándote. Nada es importante excepto el toque de la muerte, y no te ha tocado, por lo que tomar plena conciencia de este instante hace recobrar el gozo de estar vivo, de estar siempre consciente de estar vivo transitoriamente, disfrutando de todas estas maravillas que un día nuestros ojos nunca más verán. De ahí el golpe a nuestra importancia personal, porque aunque nos sintamos muy grandes, la muerte nos iguala a todos y nos enseña a vivir con humildad y con intensa alegría.
Los científicos estiman que cada día mueren miles de células y neuronas en nuestro amado cuerpo. En todos los seres vivos, la muerte está siempre muy cerca, pero la sociedad moderna se caracteriza por guardar silencio sobre la muerte. Toda referencia a la muerte está proscrita, y los muertos son un tema del que se habla lo menos posible. Para el guerrero, la muerte es, por el contrario, la única compañía verdadera, la consejera que testimonia todos sus actos. Y ello, sin obsesión, sin morbosidad, ni tristeza, ni remordimiento, sino por el contrario con el sentimiento lúcido de que sin ella el mundo sería muy complicado. Si fuéramos eternos, tenderíamos a no hacer otra cosa que permanecer indecisos, eludir las responsabilidades, y posiblemente convertirnos en el ser mezquino que tanto abunda en un universo en el que la muerte es el final inevitable de todos los seres. Y nadie puede estar seguro de que la muerte no le golpeará en cualquier instante; y no es fácil cambiar nada para quien no tiene presente esta evidencia.
El guerrero es esencialmente alguien que camina con su muerte, y esa percepción le hace eficaz, si actúa con el sentimiento de la urgencia, jamás actúa con odio, y se comporta con honestidad y limpieza. El guerrero forja su paciencia, que es el arte de perseguir su objetivo sin proyectar nada de antemano, viviendo con plenitud el momento presente, y no puede perturbarse, ya que siempre está preparado. La muerte camina a su lado, por ello podemos sentirla físicamente, es la consejera que susurra sin cesar: no tienes tiempo. Así el sentimiento de la muerte, le torna dulce y bondadoso, pues para él, ante este fin irremediable, todos los destinos son válidos. El guerrero sólo tiene tiempo para decidir, y ha de decidir ante su muerte inevitable. Sus actos no testimonian timidez, cólera, vanidad, codicia, sino la sola muerte, y por eso son actos obligatorios y eficaces. Los actos tienen un poder, particularmente cuando quien actúa sabe que son la última batalla en la tierra. Hay una ardiente y extraña felicidad en el hecho de actuar sabiendo que este acto bien puede ser el último de la vida.
Don Juan dice que la idea de la muerte desata suficientemente al guerrero hasta el punto de hacerle incapaz de abandonarse. Sólo la idea de la muerte le libera suficientemente hasta el punto de no poder considerar ya que se priva de nada. Así no desea, a pesar de todo, absolutamente nada, pues ha adquirido un silencioso apetito por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que la muerte le acecha, que no le dará tiempo de agarrarse a nada; por tanto, sin experimentar un deseo obsesivo, prueba la totalidad de todo. La percepción de la muerte hace actuar con la perfección y el desapego de quien no cree en nada, quien no codicia nada, pues todo el placer radica en no tener nada que ganar, nada que perder.
Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza. Los guerreros se esfuerzan sin medida por tener su muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza sino la de morir. Ese conocimiento les da el valor de tener paciencia sin dejar de actuar, el valor de acceder, el valor de aceptar todo sin caer en la estupidez y, sobre todo, les otorga el valor para no entregarse a la importancia personal.

13. Hoy es un buen día para morir

Los indios de las llanuras de Norteamerica, cuando se enfrentaban a un gran reto, y lo debían hacer a menudo, tenían una magnífica frase: "Hoka Hey", “hoy es un buen día para morir”, que en realidad quiere decir “hoy es un buen día para vivir”, para enfrentar la vida con valor, para vivir el instante presente al máximo, como si fuera el último.
Los Lakota, pertenecientes a la Gran Nación Sioux de Norteamérica, son dueños de una rica espiritualidad y un profundo respeto por toda la vida visible e invisible. La palabra Lakota significa "considerados amigos" o "alianza de amigos". Existe una manera de vivir a la que los Lakota llaman "Caminar en la Belleza." Se dice que uno Camina en la Belleza cuando tiene su Tierra (sus aspectos físicos) y su Cielo (su vida interior, su espiritualidad) en Armonía. O dicho en otras palabras vive para el Espíritu pero con los pies en la tierra. Una antigua y bella oración Lakota dice: “Wakantanka”, “Gran Misterio”, enséñame a confiar en mi corazón, en mi mente, en mi intuición, en mi sabiduría interna, en los sentidos de mi cuerpo, en las bendiciones de mi espíritu. Enséñame a confiar en estas cosas, para que pueda entrar en mi Espacio Sagrado y amar más allá de mi miedo, y así Caminar en la Belleza con el paso de cada glorioso Sol.
“¡Hoka Hey!”, en lengua lakota:“¡Hoy es un buen día para morir!”, fue un grito de guerra que se escuchó en las cercanías del río Little Big Horn, en el territorio de Montana, Estados Unidos, a finales de junio de 1876, cuando se llevó a cabo la célebre batalla entre “Tasunka Witko” (“Crazy Horse“ o literalmente: “Su caballo es loco”, 1840 – 1877), el gran guerrero y jefe de la tribu Sioux Oglala y el infame comandante del 7º Regimiento de Caballería de USA, el Teniente Coronel George Armstrong Custer, que pereció en la batalla con todos sus hombres. El primero, comandando a los bravos guerreros de su tribu natal, luchando por su tierra y su derecho a vivir en libertad; el segundo, un genocida y racista, con pretensiones políticas para la Casa Blanca, que no dudó en matar a centenares de hombres, mujeres y niños aborígenes americanos y violar todos los tratados existentes, para lograr sus fines.
Pero no es el valor en la lucha, ni el recuerdo de una batalla, lo que ese hito histórico mejor nos enseña, sino sobre todo la impecable actitud hacia la muerte de gentes libres, que por no tener nada que perder, disponían de un extraordinario poder para vivir con total intensidad.
Hoy día, en las situaciones que se desenvuelve la mayoría de la gente, afortunadamente no tenemos que arriesgar la vida continuamente, pero nuestras pequeñas batallas no son en el fondo muy diferentes, en cada una de ellas nos jugamos la dignidad, la capacidad de amar, la virtud de perdonar, la sinceridad, la honestidad, el arte de no temer; y muchos otros valores dignos de ser defendidos, y que son a menudo atacados en nuestras modernas sociedades “civilizadas”. A diferencia de los guerreros de las grandes praderas que se aceptaban íntegramente como somos seres mortales, preparados para morir, y que tenían que luchar, matar o morir en aras de la supervivencia de su raza, nosotros tenemos la libertad de elegir como librar cada una de nuestras pequeñas batallas; pero la meta es la misma: liberar nuestro espíritu de los condicionamientos que le impiden volar. Saber morir es tan importante como saber vivir, hay que estar preparado para morir en el momento presente, vivir cada día como si fuera el último. Para vivir bien, hay que saber morir bien y para morir bien hay que haber vivido bien. Todos los humanos queremos tener una buena vida, plena de disfrutes, logros y satisfacciones. Sin embargo y aun sabiendo que a todos nos llegará la última hora, pocos son quienes se preocupan por tener una hermosa muerte.
“Un buen día para morir”, no se trata de desear una vida corta o una muerte dramática. De lo que se trata es de no optar por vivir más, sino por vivir mejor. No se trata de buscar la muerte, pero tampoco escapar de la vida, del destino o de los desafíos que se presenten para tratar de evitar que ese sea el postrero. Aceptando que, cada nueva jornada, puede ser la última, se vivirán todos y cada de los días con la intensidad del héroe, del guerrero. Se valora en exceso a las personas que se aferran a la vida, aún en los últimos momentos de agonía, tan solo por vivir una hora más. Ese tipo de resistencia no es una virtud, sino el efecto o la expresión del temor y la ignorancia. Una cosa es no aceptar la muerte sin luchar, porque nadie conoce si realmente es su destino morir en ese momento y otra muy diferente es no saber aceptarla con serenidad, dignidad y alegría, cuando ya no quedan dudas de que se ha llegado al final en el aquí y ahora del plano físico.
“Hoy es un buen día para morir”, implica que además es “un mejor día para vivir”, o que, si es mi destino, “ningún día de mi vida sería mejor que el de hoy, para que me llegue la muerte”. Vivir así la vida valdrá la pena y producirá una sonrisa final, en el momento de cerrar los ojos por última vez, por haber conseguido llenar de intensidad cada momento, cada presente.
No se trata de recomendar que nadie trate de tener una “hermosa muerte”. Más bien se trata de no buscar una muerte lenta y decrépita, una larga agonía sin sentido. Como dicen los indios nativos americanos, “la muerte no existe, sólo es un cambio de mundos”.

14. El duelo

A lo largo de la vida todos tenemos que enfrentarnos a una de las situaciones más tristes y dolorosas que se nos pueden presentar, y esa es la muerte de un ser querido. Cuando perdemos a alguien a quien amamos, nuestro pequeño mundo se descoloca y se desestabiliza, y en cierto sentido se desmorona; algo muy querido se ha ido para siempre y el mundo ha cambiado. La naturaleza nos recuerda de nuevo que nada es permanente, que todo está en continuo cambio, pero en ese momento de impotencia, aceptar ese principio natural puede resultar muy difícil, y el dolor parece ser la única respuesta. Ese dolor, es diferente para cada persona, varía en su intensidad y en la forma de manifestarse, e indica el comienzo de un proceso individual para aceptar que nuestro ser querido se ha ido para siempre, y que se ha dado en denominar “el duelo”.
La palabra duelo (del latín dolus) significa dolor. El duelo es un proceso de adaptación emocional, de intensidad y duración variable, por el que pasa una persona que sufre una pérdida que trastoca su vida. En principio, y a pesar de su dureza, es un proceso normal que cumple una función adaptativa para ayudarnos a asimilar la pérdida y a aprender a vivir sin la persona que se ha ido, pero se puede complicar y convertirse en toda una patología que puede llegar a bloquear de forma permanente la vida emocional y mental, y deteriorar aspectos básicos de la relación con los demás y con el entorno.
Adaptarse es conseguir aceptar el cambio como algo natural y recobrar la armonía perdida, algo que parece imposible al comienzo del duelo donde todo es confuso y tiende al abatimiento, en medio de un dolor que amenaza en quedarse para siempre.
En el campo de la psicología se estudia el duelo en función de una serie de fases por las que pasa la mayoría de las personas que pierden un ser querido. Precursora en la investigación de las fases del duelo fue la psiquiatra suizo-estadounidense “Elisabeth Kübler-Ross” (1926-2004) en su libro On death and dying, en 1969, que describe el proceso del duelo en cinco fases, en el conocido como “Modelo Kübler-Ross.
En ese modelo la primera fase es la “negación”, la primera defensa temporal que trata de evitar lo que está pasando, con intentos de evitar emociones más dolorosas en base a pensamientos simples como: “Esto no esto no me puede estar pasando”, “Estoy bien”, “No me lo creo, esto solo es una pesadilla”. Se niega a sí mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida, además se acompaña con una sensibilidad aumentada de las situaciones e individuos que son dejados atrás después de la muerte.
La segunda fase se caracteriza por la “ira, el enfado, la indiferencia”, cuando la negación es imposible de mantener, siempre centrado en sí mismo: “Por qué me pasa esto a mí”, “No me lo merezco”, en un estado de descontento por no poder evitar la pérdida, buscando razones causales y culpabilidad.
La tercera fase es de “negociación”, un proceso de trato consigo mismo o con el entorno, entendiendo los pros y contras de la pérdida, intentando buscar una solución a la pérdida a pesar de conocerse la imposibilidad de que suceda.
La cuarta fase es de “dolor emocional y depresión”. Se experimenta tristeza por la pérdida. Pueden llegar a sucederse episodios depresivos que deberían ceder con el tiempo.
La quinta y última fase es de “aceptación”, en la que se asume que la pérdida es inevitable. Supone un cambio de visión de la situación sin la pérdida; siempre teniendo en cuenta que no es lo mismo aceptar que olvidar.
El proceso de duelo suele durar entre 2 y 12 semanas, aunque puede persistir hasta los 6 meses cuando se trata de la pérdida de un ser querido muy allegado. No siempre se cumplen todas las etapas, ni necesariamente ocurren en el orden señalado.
Otros investigadores cuestionan este modelo y proponen otros modelos con diversas variantes, que podrían resumirse en las siguientes fases: Fase de entumecimiento o shock, en la que aparecen reacciones como el aturdimiento, la negación, la ira, y la no aceptación de la pérdida. Fase de anhelo y búsqueda en la que persona siente una añoranza intensa y busca a la persona fallecida; es frecuente en esta fase la inquietud física y los pensamientos permanentes sobre el fallecido. Fase de desorganización y desesperanza, en la que destaca la sintomatología, similar a la depresión, como es el caso de la apatía, la indiferencia, el insomnio, la pérdida de peso, y la sensación de que la vida ha perdido sentido; todo ello se acompaña de recuerdos constantes del fallecido. Fase de reorganización, en la que comienzan a remitir los aspectos más dolorosos del duelo, y el afectado empieza a experimentar la sensación de retomar su vida; en este momento los recuerdos del fallecido combinan emociones como la alegría y la tristeza.
Todas estas fases en el duelo, explicadas de una u otra forma con diversas variantes, no son estáticas. Es decir, a pesar de que progresemos en el proceso de duelo, pueden existir días (e incluso semanas) en los que la persona se sienta tan mal como al comienzo del proceso, sin que esto signifique que haya retrocedido en la elaboración del duelo.
Conocer las fases del duelo por la muerte de un ser querido, ayuda al comprender y asimilar el dolor, a entender que este proceso le pasa a muchas personas en situaciones similares, y a adoptar recursos de afrontamiento ante cada una de estas etapas.
Muchas veces el proceso de duelo por la muerte de un ser querido transcurre de una forma natural, a través de varias o todas las fases descritas, pero en algunos casos se ve alterado, dando lugar a un “duelo complicado”, que no camina hacia la asimilación de la perdida, sino al enquistamiento en el dolor, y al bloqueo en algún punto del proceso. Estos casos se detectan porque aparecen una serie de comportamientos y de actitudes que revelan la oscura prisión en la que ha caído el afectado. La persona no puede hablar del fallecido sin experimentar un dolor intenso, aunque haya pasado mucho tiempo. Acontecimientos relativamente poco importantes desencadenan una intensa reacción emocional. En el contenido de su discurso aparecen temas de pérdidas. No quiere desprenderse de cosas del fallecido, lo quiere dejar todo igual. Aparecen cambios radicales en su estilo de vida, evitan amigos, actividades asociadas al fallecido…Aparece un sentimiento de culpa persistente, baja autoestima, falsa euforia, etcétera. Experimenta una tristeza inexplicable.
Para esas personas que soportan el duelo por más tiempo y se sienten incapaces de llevar a cabo sus actividades cotidianas, les podría beneficiar la ayuda de un profesional de salud mental calificado como un psicólogo especializado en el duelo.
Todos reaccionamos de forma diferente a la muerte y echamos mano de nuestros propios mecanismos para sobrellevar el dolor. Las investigaciones indican que el paso del tiempo les permite a la mayoría de las personas recuperarse de la pérdida, sobre todo si se pueda contar con apoyo de su entorno social y se mantienen hábitos saludables. Aceptar la muerte de alguien cercano puede tomar desde meses hasta un año. No hay una duración “normal” de duelo. Investigaciones recientes sugieren que la mayoría de las personas no pasan por estas fases de forma progresiva. En general se puede decir que los seres humanos, por naturaleza, tenemos una gran capacidad de resistencia a la adversidad.
A las personas que están pasando por el duelo podrían resultarles útiles algunas de las estrategias que pone a su disposición la moderna psicología. Hablar sobre la muerte del ser querido con familiares y amigos ayuda a comprender lo que ha sucedido y a recoger buenos recuerdos del fallecido; además evita el aislamiento que es el peor de los entornos en esos momentos. Aceptar los sentimientos después de la muerte de alguien cercano, facilita el reequilibrio del cuerpo emocional; es normal sentir tristeza, rabia, frustración y hasta agotamiento, y no hay que darle más importancia. Cuidarse, comer bien, hacer ejercicio y descansar ayuda a ir superando cada día y a seguir adelante; se precisa energía para hacer frente al estrés del duelo. Contactar y ayudar a otras personas que están pasando por el mismo trance, es a su vez una buena ayuda para sí mismo; cualquier trabajo o dedicación a favor de los demás evita centrarse en sí mismo y facilita la recuperación del contacto con el resto del mundo, temporalmente bloqueado por el duelo. Rememorar y celebrar la vida del ser querido que ya no está es una forma de cerrar una relación sobre la base del amor y los buenos recuerdos; tal vez finalizar algo que dejo pendiente el fallecido, plantar un árbol en su memoria, enmarcar momentos felices, o cualquier acción significativa digna de honrar la relación que mantuvieron juntos.
Si las emociones por la pérdida son especialmente dolorosas o parecen insuperables, puede ser aconsejable hablar con un psicólogo u otro profesional de salud mental calificado. El apoyo de un psicólogo puede ayudar a desarrollar resiliencia, que es la capacidad de una persona para superar situaciones traumáticas, y a buscar estrategias para superar la tristeza. También puede ser muy útil apoyarse en colectivos, asociaciones y foros, que ha surgido en los últimos tiempos para tratar de ayudar a las personas que sufren la pérdida de un ser querido. En su mayoría están compuestos por personas que han vivido el mismo trance y ponen a disposición de los demás su propia experiencia de duelo, y aportan algo muy necesario en esos difíciles momentos, como es no encontrarse solo y contar con el apoyo de gente comprensiva que ha recorrido antes ese duro camino.

Existe otro tipo de duelo, y es el de quién sabe que está a punto de morir y su muerte es inevitable. Las fases de este proceso pueden ser similares a las de la pérdida de un ser querido, al fin y al cabo es también la pérdida de un ser querido, nada menos que la de tu propio cuerpo físico, emocional y mental. También supone la pérdida, vista siempre desde el prisma de la personalidad, de los seres queridos que vas a dejar atrás, y que seguirán encarnados. En cualquier caso este duelo será corto, la muerte acabará con él de golpe, justo en el instante que el cerebro deje de procesar; y en el otro lado no existe el dolor, ni la pérdida, ni el vacío, ni el deseo, ni emociones que gestionar.

El duelo para alguien que vive enfocado hacia el alma se vive de una forma muy diferente. No hay ningún dolor justificable por el que se ha ido para quien sabe que va hacia una vida más plena y más libre; solo puede quedar dolor para el que se queda, para el que ha perdido un eslabón importante de su vida cotidiana y una buena compañía. Tener la certeza de que el duelo es por nosotros, por la pérdida que supone para nuestra personalidad, pone las cosas en su justo punto. El alma nunca pierde nada; en el plano del alma no hay pérdidas de seres queridos, allí somos inmortales. El dolor y el sufrimiento solo son posibles en el plano físico; tal vez tener esta certeza no sea suficiente para evitar cierto dolor, pero el sentido de la proporción estará más ajustado a la realidad y así el dolor no se convertirá en sufrimiento, es decir en sucesivas reinterpretaciones del dolor. Dejar de resistirse al cambio, aceptar la nueva realidad, enfocar la visión y el recuerdo del que se ha ido, agradecidos por saber que ha entrado en la máxima liberación que somos capaces de concebir, ayuda a gestionar el dolor con amor, que es la mejor de las medicinas, que en poco tiempo transmutará ese dolor en compasión, en respeto por la vida, en amor desapegado, en paz interior y exterior.

15. Karma y Rencarnación

El Karma es la palabra de moda en Occidente, aunque en Oriente es conocida desde tiempos inmemoriales. Pero ¿Qué es el Karma?. Cada pensamiento y acción que generamos pone en funcionamiento una serie de causas. Los efectos que provienen de estas causas son las circunstancias y condiciones en las que se desarrolla nuestra vida, en lo bueno y deseable, y en lo no tan bueno. Todo lo que ocurre es el resultado de nuestra respuesta a estímulos externos e internos, y a todo lo que percibimos. En principio no podemos cambiar lo que nos sucede pero podemos cambiar nuestra reacción e interpretación de lo que nos ocurre. En cierto sentido nuestras decisiones y respuestas moldean la forma en la que se desenvuelve nuestra vida.
Karma sería el resultado de nuestras acciones e inacciones, el escenario en el que nos toca vivir, por razones que van más allá de nuestro campo de comprensión. Karma es la relación dinámica entre un acto y su resultado. La Ley del Karma es la Ley de Causa y Efecto, pero no es un ley vengativa, ni tiene que ir necesariamente asociada al pago por nuestros errores presentes, pasados, o perdidos en el tiempo. La Ley del Karma, no tiene por qué asociarse al dolor y el castigo; correctamente interpretada y manejada, trae la liberación del sufrimiento, el bienestar y la alegría. Creamos más Karma bueno que malo, más positivo que negativo. La ley del Karma es más una ley benefactora.
Nuestra vida refleja lo que hemos sido capaces de hacer por los demás. Recibimos aquello que supimos dar. En este sentido el Karma más que retributivo es instructivo. El Karma no castiga a nadie ni premia a nadie, es la ley del equilibrio y del balance.
Se suele tener una idea muy confusa sobre que el momento de la muerte lo determina el Karma, pero enfocado desde una visión simplista de castigo, de pago de deudas y de errores, que generan culpabilidad y temor. Se confunde Karma con destino con mucha facilidad. Por encima del karma individual se sitúa el Karma grupal, el Karma nacional, el Karma planetario. En todos los acontecimientos las naciones actuales están cosechando lo que han sembrado. Las condiciones históricas en las relaciones entre pueblos y países, los conflictos, las creencias religiosas y los ideales radicales, son causas muy antiguas de efectos que se pueden llegar a sentir mucho tiempo después. Todo lo que ocurre actualmente en el mundo, las cosas bellas y horribles, los grandes logros y los grandes fracasos, están fuertemente condicionados por el comportamiento pasado de la humanidad, que ha creado un Karma que delimita las circunstancias y condiciones en las que se manifiestan sus vidas, y que de una u otra forma tienen que ser enfrentadas.
La Ley de Causa y Efecto aplicada a nivel personal podría ser la que determine una muerte por enfermedad o vejez. Pero cuando la muerte se produce causada por guerra, por accidente, por asesinato o incluso por suicidio, intervienen otros factores que diluyen la responsabilidad por la trayectoria kármica personal. En todo caso, no es necesariamente un mal Karma el que ocasiona la muerte, en muchos casos morir es lo más evolutivo y liberador que nos puede ocurrir. La muerte no destruye nunca seres humanos, únicamente les libera de sus vehículos temporales y facilita el paso de la conciencia del plano físico a otros planos donde la vida vibra con mucha más intensidad.
Si se adopta una actitud más serena y equilibrada sobre lo que verdaderamente supone la muerte se despejará el temor y el nefasto sentimiento de culpabilidad que muchas personas padecen cuando se acerca el final de su relativamente breve historia personal. Por muy bien que se hagan las cosas y se tomen las decisiones correctas, el momento de la muerte llegará, porque el tiempo en el plano físico es siempre limitado. Es cierto que la muerte se puede adelantar e incluso provocar por actitudes imprudentes o por malos hábitos en el cuidado de los cuerpos, pero morir nunca es un castigo, ni una penitencia. En realidad el Karma se paga en este plano, en el mundo físico, por lo que morir supone un corte en las consecuencias que el Karma genera, sea bueno o no tan bueno, y no podrá ser retomado hasta una próxima reencarnación. Existe también una idea equivoca en considerar que está actuando la Ley del Karma en personas que nacen con grandes deficiencias, o que padecen graves enfermedades, y un alto grado de invalidez, que se mantienen inconscientes o fuertemente sedados, sin conciencia y sin ninguna capacidad de decisión, y que solo sobreviven por la acción invasiva de la medicina. La Ley del Karma frecuentemente queda en suspenso cuando las formas deberían haber sido descartadas y se mantienen sin servir a ningún propósito útil. En la mayoría de los casos esta preservación es impuesta por el grupo al que pertenece el sujeto y no por el sujeto mismo; esos son ejemplos definidos de la neutralización de la Ley del Karma.
Continuar viviendo en el cuerpo físico no constituye la meta más elevada posible. Podría serlo si hubiera que prestar un servicio muy importante, si se debiera cumplir aún con ciertas obligaciones o si tuviera que aprender otras lecciones. La existencia corpórea no es el bien más preciado. Liberarse de las limitaciones del cuerpo físico es verdaderamente beneficioso, por lo que lo más inteligente es reconocer y aceptar la Ley del Karma.
Puede que el Karma condicione las situaciones y sucesos que nos presenta la vida, pero aquel que sepa permanecer impasible, libre de quejas, de deseos insatisfechos, de rencores, tendrá siempre abierta una oportunidad para hacer lo correcto y dejar de ser esclavo de “lo que ocurre”.
Hay una serie de factores que ayudan a crear Karma beneficioso e instructivo como: vivir una vida limpia en pensamientos, motivos, palabras, emociones y acciones, enfocados hacia la bondad; tratar de ser justos y actuar con sinceridad y dignidad; desarrollar la alegría interior a través del amor; vivir en libertad y ayudar a los demás a ser libres; asumir la responsabilidad de nuestros actos, palabras y pensamientos; vivir enfocados hacia la unidad; confiar en uno mismo y en los demás descubriendo el lado bueno de todo ser humano;… son todos ellos factores que disuelven como arte de magia las condiciones kármicas heredadas o creadas recientemente, y generan una gran “reserva del bien”, que facilitará el logro más simple y más complejo de todos: ser feliz.
La inofensividad ante cualquier situación es el agente más importante para neutralizar el Karma, y para evitar crear nuevas relaciones kármicas. Hay quien piensa que puede evolucionar sin hacer nada por otros, en soledad, tal vez recluido en un lugar inaccesible, lejos de los ruidos y ajetreos de la sociedad. Pero muy pocos progresos de verdadera importancia se pueden lograr sin relacionarse con nadie. Nadie puede progresar sin hacer progresar a otros, ni puede expandir su luz, sin ayudar a otros a iluminar sus vidas. Nadie puede conseguir la felicidad sin hacer felices a otros. Lo queramos o no, vivimos en un mundo grupal interconectado, y en el plano del alma no existe “yo” ni “tú”, tal como lo conocen las personalidades. El mayor factor liberador de Karma es el servicio y tratar de mejorar, elevar y transformar la vida de la gente. Pero lo que pone fin de forma definitiva a la influencia del Karma, es el amor: un amor sincero, desapegado, y libre que no se rinda nunca, y se crezca ante las dificultades.

La reencarnación es un concepto muy simple, pero muy controvertido. Se basa en la existencia del alma, la esencia de cada ser humano, que adopta un cuerpo material cada vez que se proyecta en el plano físico en su largo camino evolutivo.
En Occidente se tiene la idea de que la reencarnación es cosa de religiones de Oriente, pero se desconoce que en los primeros quinientos años del cristianismo era parte esencial de la doctrina profesada por los padres de la iglesia, y que ha quedado reflejada en diversos pasajes de la Biblia.
El concepto de reencarnación desapareció de la tradición cristiana en el año 553 de la era presente, cuando el emperador romano Justiniano, en ausencia del Papa de la época, convocó un concilio en Constantinopla en el que condenó la creencia en la reencarnación, hasta entonces integrada en los orígenes del pensamiento cristiano y prohibió su existencia, así como la de sus antecedentes en la historia de la iglesia, y al parecer lo hizo con mucho éxito porque nunca se volvió a considerar el tema en la parte del mundo con influencia de las iglesias cristianas.
La evidencia de sobrevivir después de la muerte es irresistible. Es una creencia universal, la encontramos en el induísmo, budismo, taoísmo jainismo, gnosis, teosofía,… y en pueblos y culturas de distintos continentes, como la de los zulúes, los indios de Alaska, los celtas druidas, los aborígenes australianos. Incluso hasta un 40% de las personas que se consideran católicas aceptan este concepto, aunque con mucha confusión y desconocimiento.
El tema del renacimiento se presenta hoy día enfocado sobre los detalles que apasionan a las personalidades. Mucha gente, que en principio acepta que puede existir la reencarnación, acude a videntes para que les cuenten lo que fueron en vidas anteriores, interesados en los detalles más insustanciales; y estos supuestos conocedores de todo lo que se les pide, les informan de lo buenos o malos que fueron, pero siempre personas importantes, algo que excita a la parte más inferior de la personalidad, cerrando el círculo del espejismo, y perdiendo la perspectiva y el alcance del tema.
El concepto debe ser enfocado sobre sus aspectos trascendentes. Parece lógico pensar que una sola vida no es suficiente para que el ser humano se desarrolle y logre la perfección. El nacimiento en cuerpo físico de una nueva vida es ya de por sí un gran misterio, pero no tiene por qué ser una vida que nunca ha adoptado un cuerpo y que nada sabe de este plano de manifestación. Desde el punto de vista del alma una determinada encarnación no es un acontecimiento aislado, sino parte de una serie de vidas destinadas a experimentar con una proyección evolutiva.
Tenemos sólo un alma, pero hemos pasado por miles de cuerpos, y sí en cada nueva reencarnación se integran nuevos valores adquiridos, tiene sentido que exista una especie de “código genético del alma”. Hay características que se expresan a través de la personalidad, sobre todo en la forma de poner corazón a las cosas, que no están en los padres, ni en la cultura cercana, ni en el entorno, y que pueden deberse a influencias de vidas anteriores. Tal vez pronto veamos en marcha investigaciones científicas sobre el mecanismo que transmite el código genético del alma.
La Ley de Renacimiento es una de las grandes leyes naturales de nuestro planeta. Está íntimamente relacionada y condicionada por la Ley de Causa y Efecto. Es un proceso de desenvolvimiento progresivo que permite al ser humano avanzar desde las formas más bastas, ancladas en el materialismo irracional, hasta lograr la perfección espiritual con la expansión de la conciencia más allá de lo que podamos visionar.
La existencia de la reencarnación explica las diferencias que existen entre los equipos de los seres humanos y justifica las diferentes circunstancias y actitudes hacia la vida. Es la expresión de la voluntad del alma y no el resultado de la decisión de una forma material; es el alma, quien reencarna, elige y construye los más adecuados vehículos físico, emocional y mental, para aprender las lecciones que más necesita.
Cuando el alma decide volver a rencarnar, después de un tiempo, largo o corto de acuerdo al grado de evolución, se produce una reorientación hacia la vida terrena desde el plano de conciencia pura del alma, que conduce a lo que se denomina “el proceso de descenso y llamado”, donde el ser humano se prepara de nuevo para la encarnación física. Revitaliza los “átomos permanentes”, que son pequeños centros de fuerza que no se pierden con el proceso de la muerte, y que contienen la base para construir a su alrededor los cuerpos físico, emocional y mental, con el mismo grado de materia y de luz que quedaron los cuerpos al finalizar su anterior periodo encarnatorio. Reúne la sustancia necesaria para formar sus futuros cuerpos de manifestación. Los matiza con las cualidades y características que ha adquirido mediante la experiencia de la vida. Organiza, en el plano etérico, la sustancia de su cuerpo vital, de tal modo que los siete centros adquieren forma y pueden convertirse en recipientes de fuerzas internas. Finalmente elige a quienes le proporcionarán la envoltura física densa necesaria, y luego espera el momento de la encarnación. Los padres sólo aportaran el cuerpo físico denso, un cuerpo de cualidad y naturaleza particular, que proporcionará el necesario vehículo de contacto con el medio ambiente exigido por el alma encarnante. También pueden proporcionar relación grupal, en cierta medida, allí donde la experiencia del alma es prolongada y se ha establecido una verdadera relación grupal.
Todas las almas reencarnan bajo la Ley del Renacimiento siempre con el objetivo genérico de establecer correctas relaciones consigo mismo y con los demás. En cada vida, con un bagaje de experiencias que se van acumulando, se sea o no consciente de ello, se ofrece la oportunidad de reasumir antiguas obligaciones, de restablecer antiguas relaciones, de saldar antiguas deudas, de reconocer antiguas amistades y enemistades, de solucionar todo tipo de detestables injusticias.
Las enseñanzas dadas sobre la reencarnación han puesto el énfasis sobre los aspectos materiales y anecdóticos, y en un tipo de justicia retributiva en línea con la limitada forma de hacer justicia de las sociedades que conocemos, pero se ha puesto poca atención sobre la naturaleza de la percepción en desarrollo y el desarrollo de la conciencia interna del verdadero ser humano; sin referirse a la comprensión adquirida en cada periodo encarnatorio, ni al impacto que ello produce en los cuerpos que se adoptan en cada vida.
Nos reencarnamos una y otra vez para espiritualizar la materia, para conseguir que en cada nueva vida afluya más luz a nuestros vehículos, hasta conseguir que la luz prevalezca sobre la materia. Cada vuelta a la reencarnación es un nuevo paso en el largo camino evolutivo, y una nueva oportunidad que debe ser aprovechada.
Si fuéramos conscientes de que antes de nacer elegimos el entorno de nuestra experiencia, y hasta la familia en la que vamos a crecer, las quejas sobre nuestro destino pasarían a segundo plano. Si se acepta La ley de Renacimiento, se descubre que es un magnífico agente liberador para situaciones de crisis o en casos de problemas psicológicos. El reconocimiento de que existen otras oportunidades, en nuestro momento presente, y un extenso sentido del factor tiempo, son tranquilizadores y de gran ayuda para muchos tipos de mente.
La reencarnación contiene una fuerte dosis de esperanza: facilita poder alzar la vista sobre nuestros pequeños espacios, despegar de las limitaciones y abrir la visión a todos los mundos que están por llegar. Tomar conciencia de la reencarnación alivia el estrés que produce en muchas personas la presencia de la muerte, que se quiera o no, forma parte de todos los procesos de la naturaleza. Además libera del sentimiento de culpa y pecado con el que algunas personas viven su espiritualidad y les llega a hacer fácilmente manipulables por todo tipo de creencias.
En el pasado la nota clave de religiones como el cristianismo ha sido la muerte, simbolizada por la muerte del Cristo y muy distorsionada por San Pablo en su esfuerzo por fusionar la nueva religión dada por Cristo y la antigua religión de la sangre de los judíos. Es de esperar que una sana evolución de las tergiversadas enseñanzas sobre la muerte termine con una concepción tan limitada de la muerte y que uno de los grandes objetivos de toda enseñanza religiosa se reenfoque sobre la resurrección del espíritu al separarse y liberarse de la forma.
Se debería sustituir la palabra muerte por la palabra “desencarnar”, ya que la verdadera naturaleza del ser humano nunca muere, solamente cambia de plano de conciencia. El empleo del término “inmortalidad” infiere infinitud, y enseña que esta infinitud existe en aquello que no es perecedero o está condicionado por el tiempo. El paso por la reencarnación se realiza sin apremio de tiempo, impulsado por el alma, con un claro sentido de responsabilidad, de acuerdo a las exigencias de las deudas kármicas, y para cumplir con obligaciones y los requisitos impuestos por un anterior quebrantamiento de leyes que rigen las correctas relaciones humanas.

16. La visión de la muerte

La ciencia terminará por encontrar nuevas pruebas de la continuidad de la vida del alma fuera del plano físico. Afortunadamente hay cada vez más científicos dispuestos a explorar la inmortalidad sin prejuicios, que demostraran que al abandonar el cuerpo físico el ser humano continúa siendo una entidad viviente y consciente, aunque desprovista de las carcasas y limitaciones de la vida física. Se descubrirá la forma de detectar el cuerpo etérico, y se verá que los hombres ocupan ese cuerpo en una zona definida del espacio, mientras que el cuerpo físico muerto o desintegrado, ha quedado atrás. El desarrollo de la visión etérica y el crecimiento del número de personas clariaudientes y clarividentes revelan constantemente la existencia del plano astral y la contraparte etérica del mundo físico. También aumenta el número de personas que perciben este reino subjetivo, y pueden ver a personas que han muerto o que durante el sueño han abandonado la envoltura física. En el campo de la fotografía y la radio se está avanzando también en esta dirección.
Nos identificamos con la forma y con la nacionalidad, pero solo somos provisionalmente, por unos años: españoles, chinos, americanos, rusos, o lo que diga nuestro pasaporte. Nuestros cuerpos son materia, y la materia es efímera, lo que perdura es el componente espiritual.
La muerte, el dolor, la tristeza, las perdidas y desgracias, son la forma en que la todavía limitada mente humana interpreta su mundo por identificarse con los cuerpos y no con el alma. En el momento en el que logra identificarse con el alma, no hay dolor, ni tristeza, ni verdadera muerte.
La muerte es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más. Es cuestión de donde está enfocada la conciencia. Unas veces estamos conscientes en el plano físico; en otras, trasladamos la conciencia a otro plano, y allí permanecemos activos.
Según la forma en la que vivimos podemos prever la forma en la que moriremos. Una muerte bella es el desenlace de una vida bella. Si a lo largo de la vida hemos encontrado la alegría interior, nos espera una muerte gloriosa, libre de temores, una experiencia que estará llena de lucidez y de cualidades del alma.
En los momentos previos a la muerte, el balance de la vida que tiene importancia no es de los momentos que hemos disfrutado o sufrido, sino de lo que hemos aprendido, lo que hemos llegado a comprender, y el nivel adquirido de evolución, según muestra el grado logrado de expansión de la conciencia.
Los tibetanos se refieren al proceso de la muerte como a la "entrada en la luz clara y fría". Es posible que la muerte pueda ser mejor considerada como la experiencia que nos libera de la ilusión de la forma, llevándonos a comprender claramente que cuando hablamos de la muerte nos referimos a un proceso que concierne a la naturaleza material, el cuerpo, con sus facultades síquicas y sus procesos mentales. Se tiende a creer que la muerte es el fin de todas las cosas, pero todo lo de verdadero valor espiritual es persistente, imperecedero, inmortal y eterno. Sólo muere lo que no tiene valor, esos factores considerados muy humanos, que solo acentúan y asumen importancia en lo que concierne a la forma; pero esos valores están basados en las apariencias y no en los principios. La vida es indestructible y no puede quitarse ni destruirse, sino que “pasa” de una forma a otra, de una experiencia a otra, hasta que ese paso deje algún día de ser necesario, y no sea ya parte del camino evolutivo.
Muerte y limitación son términos sinónimos. Cuando la conciencia está enfocada en la forma y totalmente identificada con el principio de limitación, considera la liberación de la vida de la forma como la muerte; pero, a medida que prosigue la evolución, la conciencia se convierte acrecentadamente en percepción de aquello que no es la forma, y en el reino de lo trascendente, o el mundo de lo abstracto. Esta es la percepción que se desarrolla a través de la meditación vista desde el ángulo de la meta y de la realización. Meditar es entrar en contacto con el alma. Se puede llegar verdaderamente a meditar cuando se empieza a emplear la mente, enfocada hacia su entrada en el mundo de las almas, desapegándose de la vida de la personalidad y reforzando las cualidades y propósito. Esto da por resultado la total conquista de la muerte.
Desde la visión del Ser espiritual se considera como el máximo bien, la liberación de la triple forma, siempre que de acuerdo a la ley, y que llegue como resultado del destino espiritual y decisión kármica. Nunca debería venir como un acto arbitrario, o una escapatoria de la vida y sus consecuencias en el plano físico, o como autoimpuesta. No existe la muerte real y cuando llega nuestro momento será como atravesar una puerta hacia nuestro “hogar real”.
Nuestro destino como seres humanos es morir al plano físico a la llamada del alma. En la lógica del proceso evolutivo nos espera un día en que morir sea un momento elegido conscientemente, el resultado de las voluntades unidas del alma y de la personalidad, y cuando ello suceda no habrá temor a la muerte, solo será una retirada del cuerpo armoniosa, un proceso natural, que ocasionará que los cuerpos se desintegren al faltar el principio de vida y los átomos que los integraban vuelvan a la reserva, hasta que sean requeridos por la voluntad de almas dispuestas a encarnar.
Hasta que llegue esa etapa, que para muchos es solo una esperanza, lo más sensato que puede hacerse es tratar la muerte con una visión limpia y clara, a través del corazón, y no de la mente analítica que se pierde en lo que solo ve de forma superficial. “Que la intuición sea la guía desde la tranquilidad y la intención sosegada de revelar la realidad”. “Que la energía del Ser espiritual me inspire y la luz del Alma me dirija; que sea conducido de la oscuridad a la luz, de lo irreal a lo real, de la muerte a la inmortalidad”. En esencia somos la vida misma, por lo tanto somos inmortales.
Una visión del proceso de muerte basada en la experiencia de liberación de la forma y de apertura a un mundo con mayor vida, menos restringido y limitado, facilita enormemente la presencia de la alegría interior, y hace fácil y llevadera la existencia cotidiana, lo que también abre las puertas a disfrutar de elevadas cotas de felicidad.
El camino por el que se adquiere sabiduría por el paso de los años bien aprovechados, culmina en la gran aventura que supone la muerte, el acontecimiento más sublime y total de la historia de una vida, una escena que espera su momento para poder vivir y morir al máximo, cuya simple expectativa debería elevar la intensidad del valor y el amor de cada día, de cada minuto de la existencia.

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