El síndrome del mundo malo

El “Síndrome del mundo malo” o “Síndrome del mundo cruel”, como se ha llegado a denominar, es una nueva amenaza contra las mentes y los corazones libres de nuestras “modernas sociedades”, a menudo intoxicadas con exceso de información y orientadas por la distorsión de la realidad hacia una visión negativa y nefasta del pasado, presente y futuro.

El mundo malo es la continua afirmación de que el mundo es esencialmente hostil poblado por individuos y grupos egoístas que solo se preocupan por sus intereses, incluso si eso significa sacrificar el bienestar de los que están alrededor.

Los medios actuales de comunicación despliegan un enorme poder que pone a prueba a las mentes más equilibradas. A través de la televisión, del cine, de internet, de las redes sociales; recibimos una descripción permanente de lo que sucede en el planeta, de lo que supuestamente interesa a la mayoría de sus habitantes y de lo deseable y aconsejable. La mayor parte de las noticias que nos llegan nos describen la violencia, la injusticia, las desgracias y tragedias de todo tipo, lo que lleva a que el espectador pasivo crea que el mundo es más peligroso de lo que realmente es.

Los medios de comunicación deben creer que la audiencia tiene fascinación por las acciones violentas, maliciosas y perversas; y el propio espectador puede acabar creyendo que ese tipo de noticias son las que realmente interesan a todo el mundo.

Un balance detenido del contenido de información que se registra diariamente por un ciudadano medio es sorprendente e inquietante. Las tragedias y la violencia son los principales titulares de todos los noticiarios y constituyen la esencia de la mayor parte de películas y series de ficción. Una película de “acción” es aquella en la que los protagonistas se matan entre sí desde el principio al final de la película. Recientes estudios realizados en Estados Unidos, extensibles a la mayor parte de países, revelan que una persona a los 20 años de edad habrá visto un promedio de 40.000 muertes ficticias en televisión y en el cine (8.000 antes de cumplir los 12 años) mientras que, en la vida real, solo muy pocas personas van a ser testigos directos de un asesinato. Se habla más de las historias de delincuente, psicópatas o asesinos, que de los muchos voluntarios que diariamente se dedican a ayudar a los demás. Aunque no es comparable el daño que puede causar llegar a presenciar escenas violentas en la vida real, con la violencia de las pantallas, sin duda no puede traer nada positivo acostumbrarse a estar en permanente relación con los aspectos más degradados e inhumanos de la personalidad.

Las noticias repetidas sobre la violencia y tragedias del planeta acaban teniendo un impacto directo en nuestras mentes y modelan nuestra forma de pensar y de evaluar la realidad. Hay suficientes investigaciones sobre los efectos de la televisión en el público, y sus resultados demuestran que la gente que mira de forma constante acciones negativas en la pantalla tiende a desarrollar una predisposición para actuar de la misma forma, y en cualquier caso crea una autoexplicación y una forma de interpretar el mundo acorde con lo que se ve una y otra vez.

No solo nos impresiona la violencia en todas sus formas, nos impacta aún más cuando se dirige hacia las personas más indefensas, hacia los niños, las mujeres, los ancianos. Pero también nos inquietan la pobreza, el hambre, el racismo, la falta de trabajo, las enfermedades y las desgracias en todas sus formas.

El síndrome del mundo malo se va formando en este estado casi permanente de alarma, creando miedos que nos hacen cambiar las rutinas, los actos, las ideas y empezamos a alimentar la idea obsesiva de que todo va mal y que la sociedad está enferma y camina a un fin nefasto. Los especialistas van observando que este síndrome puede provocar depresión y agresividad e incluso aumento del peso, ya que dispara la necesidad de aislamiento y distanciamiento social. Afecta principalmente a los adultos que abusan de exposición a noticias negativas y genera una carga importante de aflicción y de falta de esperanza. Provoca también ansiedad, desconfianza y estados de angustia que acaban por necesitar ser tratados. También se viene observando que influye en el aumento de las depresiones y de los suicidios.

El origen  y las causas del síndrome va adquiriendo más complejidad a medida que los medios de comunicación avanzan y se diversifican. Proliferan los programas de televisión tóxicos en los que se juega con las emociones de los participantes y se excitan los aspectos más bajos de la personalidad, así como la crítica y el juicio y prejuicio hacia los demás. Las conocidas como noticias falsas “fake news”, inciden generalmente en destacar miserias y debilidades de los demás, y acusaciones deshonestas y de maldad. Además es cada vez más habitual que los medios de comunicación construyan ideas y mensajes que tienden a que el espectador interprete los sucesos desde un determinado punto de vista a menudo excluyente de las demás visiones, lo que también genera redes tóxicas de desinformación con limitados modelos opinión y conducta.

El síndrome del mundo malo acaba por proyectarse sobre uno mismo y en los que nos rodean. Una visión negativa de la realidad externa acaba por penetrar en una visión negativa de la realidad interna. Si nos enfocamos en las debilidades y defectos del mundo externo, reales o imaginarias, nos enfocaremos también en las debilidades y defectos propios, reales o imaginarios.

 

La energía sigue al pensamiento, para mal y para bien. En contraste con lo expuesto, cuando los medios de comunicación muestran los aspectos generosos de la naturaleza humana, aquellos que lo ven se identifican fácilmente con este enfoque positivo y se llenan de esperanza y motivación por un mundo mejor. La visión de perfiles e historias de personas, humildes, sencillas, y a menudo desconocidas, que llevan a cabo proyectos sociales nuevos y útiles, o que están totalmente inmersos en la defensa de las causas justas, genera una corriente de energía liberadora y de amor hacia la humanidad.

Es evidente que buscando se encuentra información general bien elaborada y de todos los temas y asuntos. Ante el flujo constante de noticias se precisa moderar el consumo de información y retomar otros hábitos que nos ayuden a “desintoxicarnos”. Además existe un inmenso contenido cultural accesible no solo en libros, sino en todas las variantes de los modernos medios de comunicación en todo tipo de áreas: literatura, historia, arquitectura, ciencia, poesía, ocio sostenible, viajes….

Resulta imprescindible y esencial que los medios muestren una visión más realista de las cosas y destaquen las incontables acciones en nuestra vida cotidiana que demuestran amabilidad, ayuda, cooperación y solidaridad.

 

En realidad el síndrome del mundo malo está basado en la irrealidad, en un mundo falso, en una visión equivocada y adulterada de la realidad. Hoy día tenemos recursos suficientes para desvelar las falsedades. Existen buenas investigaciones en estadísticas históricas sobre el progreso de la humanidad que no dejan lugar a dudas y mentiras. Solo bajo una correcta perspectiva histórica en el estudio de fenómenos sociales podemos entender la forma y los problemas a los que nos enfrentamos.

Hay mucha buena investigación que nos asegura un cierto optimismo basado en estadísticas. Entre otras muchas merece reseñar el trabajo reciente de Steven Pinker que plasma en su libro “En defensa de la ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (Paidós 2018). Steven Pinker es un psicólogo experimental especializado en la investigación de conductas visuales, psicolingüistas y relaciones sociales. Actualmente ocupa la cátedra Johns-Tone de Psicología de la Universidad de Harvard, y sus trabajos son científicos y humanistas. En el libro citado, a partir de estadísticas y datos, intenta situar donde está nuestra sociedad y los avances realizados, de manera que podamos contrarrestar las percepciones sobre el declive de nuestras democracias y del futuro del planeta. Su discurso es optimista, pero el autor es también consciente de los retos sociales, económicos o culturales a los que se enfrenta el mundo y especialmente la democracia, pero cree que, volviendo a la razón, a la ciencia y al humanismo, nuestras sociedades pueden seguir progresando.

Nos encontramos en el mejor de los mundos conocidos. Esto no es una visión optimista, sino simplemente un hecho objetivo. Al margen de países con graves conflictos o pobreza extrema, y de lo mucho que queda por hacer, para la mayor parte de la humanidad las actuales condiciones de vida son infinitamente mejor que en tiempos pasados. Han disminuido las hambrunas y la desnutrición sobre todo la infantil, con un aumento global de la cantidad de calorías ingeridas. Se han elevado los niveles de subsistencia alimentaria y mejorado la malnutrición. Se ha generalizado el uso de redes de suministro de electricidad, de agua potable y saneamiento; la simple cloración del agua ha salvado millones de vidas. Hay una reducción drástica de la mortalidad infantil y maternal. Desde el descubrimiento de la Penicilina, son imparables los avances en el tratamiento de enfermedades, vacunas y todo tipo de cirugías. La esperanza de vida ha pasado de 30 años cuando alumbró la ilustración a 71 actuales. En países como Japón y España supera los 83 años.

Desde la revolución industrial del siglo XVIII el producto interior bruto no ha parado de crecer y se han mejorado progresivamente las condiciones materiales de las personas. Mucha gente ha salido de la pobreza extrema.   A pesar de la desigualdad, en muchos países existen ayudas sociales, y se han creado sistemas de pensiones. La sanidad y la educación es universal en muchos países.

Con respecto a un pasado incluso reciente ha aumentado considerablemente el nivel de formación e inteligencia de las personas. Los altos porcentajes de analfabetismo han desaparecido de amplias zonas del planeta. El coeficiente de inteligencia y la cultura ha ido en aumento y existe más riqueza y también mas salud.

Cada vez hay más democracias, que a pesar de sus imperfecciones están cambiando los vicios de las sociedades tradicionales. Las estadísticas serias indican que en un entorno democrático, crecen los derechos individuales y colectivos, aumenta la seguridad, se reducen los accidentes, los homicidios y los conflictos, e incluso el impacto de terrorismo es muy limitado. También mejoran las condiciones económicas a todos los niveles.

A nivel general las personas tienden a declararse más felices que hace décadas. Hay más ocio y mayor acceso a viajes y vacaciones de turismo. Coger un avión ha dejado de ser un lujo al alcance de pocos y hoy día su uso está casi generalizado.

Por otra parte hay mayor conciencia de los graves problemas que tiene que enfrentar la humanidad, en parte por haber crecido de una forma desordenada e inconsciente, como son las alteraciones del medio ambiente y el cambio climático. Está creciendo también la cooperación entre países y con la ONU.

En los últimos tiempos ha habido grandes preocupaciones, problemas inciertos y temores que nunca se han presentado, como el efecto 2000, o las terribles consecuencias de la sobrepoblación mundial, y de una inminente la guerra nuclear. En cierto sentido hay un exceso de miedo de las sociedades a los cambios y al progreso, una “progresofobia”, que se agarra a “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

Actualmente existe un sesgo cognitivo en la tendencia a sobredimensionar los problemas que los investigadores achacan a dos factores: 1º.- la sobreexposición de la población a unos medios de comunicación que únicamente estarían primando los fenómenos trágicos sobre aquellos que revierten en signos esperanzadores acerca de nuestras sociedades, y 2º.- la falta de una perspectiva amplia e histórica en todos los problemas, datos, eventos que recibimos constantemente, perdiendo la noción temporal de los mismos.

Por ejemplo es más difícil encontrar noticias que traten del hecho objetivo de la reducción generalizada de la pobreza mundial en los últimos treinta años, que otras que enfatizan un aumento de está en los dos últimos años.

Los sesgos cognitivos derivados de la falta de contrastación empírica de las noticias y de la perspectiva histórica de los hechos, generan un cúmulo de desinformación que atribuyen las causas de los problemas a las razones más irracionales. A través de redes sociales, las noticias falsas y sobredimensionadas campean a sus anchas, lo que facilita la actual ola de populismos que, con un alto contenido de racismo y xenofobia, acusan a las democracias avanzadas de incapacidad y debilidad y plantean soluciones drásticas de líderes de corte autoritario que prometen lo imposible. Se ataca a las democracias que además, a diferencia de las dictaduras y otros regímenes, son tolerantes con la libertad de información. Parece que seguimos sin aprender las lecciones del pasado reciente de la humanidad.

Las ciencias sociales vienen demostrando que las sociedades autoritarias son las peores opciones posibles y que la población mundial que realmente progresa lo hace a través de sociedades con alto contenido en democracia real.

Como bien concluye el estudio de Steven Pinker, antes citado, razón, ciencia y humanismo fueron clave en los avances de la ilustración y lo siguen siendo en la actualidad. La razón aporta el uso de pruebas a la hora de establecer juicios. La ciencia nutre a la razón de evidencias. El humanismo alimenta a la razón y a la ciencia del componente humano para elevar la capacidad de adaptación y evitar exceso de rigidez.

Sin ningún tipo de dudas: cualquier tiempo pasado fue peor, y seguramente cualquier tiempo futuro será mejor.

 

La mayor parte de la gente es buena por naturaleza, a pesar de sus imperfecciones. Aunque muchas sociedades actuales facilitan el aislamiento y la falta de conciencia social, las personas no son malvadas. Aunque el materialismo y el egoísmo tienden a que nadie se preocupe del vecino, no existe una tendencia generalizada hacia el mal, no se desea el mal ajeno. Hay infinidad de ejemplos de personas que se juegan la vida por los demás y cada vez hay más gente dispuesta a trabajar en voluntariado y a ayudar en las necesidades básicas de aquellos que atraviesan por dificultades, sin pedir nada a cambio.

Ciceron, el filósofo y escritor romano, decía hace más de dos mil años: “Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros”. En la conciencia de la inmensa mayoría de la humanidad está bien presente la intención de vivir sin hacer daño a nadie, de hacer lo correcto, y de lograr la felicidad propia y de los seres queridos. Muchas personas también desean que se acabe la pobreza y las necesidades de los países más desfavorecidos, y un buen número se pone en acción y se implica en algunos de los cientos de proyectos que tratan de hacer un mundo mejor. Sin duda el nivel de humanismo se está elevando por todo el planeta.

Desde los programas de Naciones Unidas y de las ONGs se está luchando como nunca antes en la historia para acabar con las grandes lacras y miserias que han azotado a la vida en la tierra desde que se tiene información. Llenaríamos libros enteros describiendo las acciones que están en marcha en la actualidad enfocadas hacia la justicia social, los derechos humanos o la defensa del medio ambiente, y se escribirían muchas gestas heroicas de personas desconocidas haciendo el bien y trabajando sin descanso por sus “hermano/as” en lejanos países.

Por todo el planeta y en prácticamente todos los países se está acrecentando la expresión de la voluntad de los pueblos, la exigencia de cambios, no solo laborales o sociales, también en detener el deterioro del medio ambiente y proteger la vida en la tierra, que para la gente más joven es todo un despertar global.

En Bután, un pequeño país con una gran visión, existe todo un programa de desarrollo nacional basado en el concepto de “felicidad interior bruta”, una opción de desarrollo sostenible basado en condiciones de vida naturales y saludables, con especial atención a las necesidades evolutivas de todo ser humano.

Muchas personas inteligentes y bien intencionadas están elaborando propuestas y planteamientos para mejorar la vida sobre la tierra y las penosas condiciones que viven muchas personas. Se investigan soluciones para la desigualdad económica, para parar el crecimiento desbocado de las economías sin perder calidad de vida, para que la tecnología haga más fáciles y ligeros los trabajos y tener más tiempo libre. Cada día crece el interés por el desarrollo personal y por descubrir el sentido de existir y la vida espiritual; se ponen en valor antiguas enseñanzas y técnicas que ayudan a despertar las conciencias dormidas; se crean métodos de crecimiento personal que se enfocan hacia el conocimiento de sí mismo y los misterios que encierra la vida interior.

Se suele decir que la esperanza es lo último que se pierde, pero solo con una observación objetiva de lo que verdaderamente pasa a nuestro alrededor, sin intoxicarse con la visión invasiva del mundo malo, debería ser la esperanza una cualidad permanente en todo ser humano. Existen grandes desafíos que debe enfrentar la humanidad, no solo para acabar con las miserias del pasado, también para sobrevivir a los desastres que genera vivir de espaldas a la naturaleza y tomar al asalto los recursos de la tierra; pero eso nunca lo va a lograr el pesimismo, la inacción, y dejar que sean los demás los que solucionen los problemas. Cuando una persona no esté atrapada por la negatividad, se mantiene en un grado de alerta más elevado y enfoca mejor su atención y su voluntad en tratar de mejorar y cambiar todo aquello que cree que deber ser modificado.

 

La realidad es un concepto difícil de entender, grandes pensadores y filósofos han tratado y tratan de comprenderla. Parece lógico pensar que la realidad es la que es, es una, y si todas las mentes estuvieran en perfectas condiciones, con total limpieza, claridad y capacidad, interpretaríamos lo que sucede de forma similar. Pero nada más lejos de la realidad, o dicho de otra forma, nada más irreal que la llamada realidad.

Por regla general, nadie cree lo que otros dicen, y si lo cree lo interpreta de forma personal. Únicamente a través de la experiencia se puede lograr que una verdad penetre en la conciencia y de sus frutos. Las informaciones, las reflexiones, los escritos de todo tipo, sirven para inspirar y tomar conciencia, pero solo la experiencia desvela la profundidad de lo comprendido y asegura que la lección aprendida se grabe en el cerebro, en la mente y lo más profundo de nuestro ser interior. Si no se pone en práctica lo que se entiende y comprende, pasa a ser una idea, una serie de pensamientos más, que se mezclan y se pierden en el baúl de la memoria, y aunque se archiven bien e incluso se transmitan a los demás con cierto orden, carecen de energía y solo son palabras esperando a ser experimentas. Como dice el refrán: “Consejos doy y para mí no tengo”.

En los tiempos actuales en los que las comunicaciones, las noticias, las ideas, las opiniones, llegan directa y continuamente por el móvil, internet, o la televisión; se tiende a creer que informarse es conocer, y además se puede consultar cualquier cosa en los buscadores de la red, los “nuevos oráculos”, y se suele dar por válido lo primero que se lee. Pero el conocimiento verdadero no viene de la información sino de la experiencia, y experimentar lleva su tiempo; por ello se debería tener mucho cuidado con lo que se cree y lo que se afirma.

La realidad está cargada de sesgos, prejuicios, y espejismos, y solo puede ser interpretada con el mecanismo de percepción que hemos desarrollado a lo largo de la vida. Según sea la capacidad de recoger información de nuestros sentidos, de distinguir el sentido y significado de nuestras emociones, de entender lo que registra el cerebro y la mente analiza; así será el tipo de realidad que creamos, o que somos capaces de percibir. Los espejismos se producen cuando se distorsiona la realidad, y lo habitual es no ser conscientes de ellos. Tienen además un alto contenido emocional lo que los hace más resistentes y facilita que se conviertan en hábitos. Pero tienen un punto débil, se desarman cuando se introduce la atención pausada, ese tipo de atención que observa sin prejuzgar y trata de percibir sin tener en cuenta opiniones pasadas. Es la atención del momento presente, sin pasados ni futuros, y tiene la propiedad de elevar con rapidez la conciencia a sus niveles más elevados posibles. A través de la atención se cultiva la discriminación, que se basa en no dar nada por hecho sino es contrastado de la forma más científica posible.

Acercarse a la realidad es una aventura llena de sorpresas, y solo se precisa disponer de una mente abierta y un corazón cargado de esperanza. Con esas premisas se encuentra la actitud correcta ante cada situación, ante cada pensamiento, y no tienen necesariamente que ser las mismas para cada persona o para cada circunstancia. Sin embargo, algunos escenarios son los más adecuados. Es importante no aislarse, no dejar demasiado tiempo para estar consigo mismo, donde el Ego tiene rienda suelta y le encanta pensar en sí mismo, y se crean espejismos con facilidad. Se trata más bien de olvidarse de sí mismo, de no darse importancia, de salir del exceso de personalismo. Y es también importante no dejar que la negatividad invada la atención. No se trata de evitar los problemas o las noticias desagradables y crear un mundo de optimismo falso, otro espejismo disfrazado de bondad. Hay una gran diferencia entre observar o percibir situaciones negativas y entre creer en la negatividad. De hecho si la observación es correcta, cualquier situación cargada de miserias o desgracias impulsará la voluntad de actuar, la rebeldía ante la injusticia, la vocación de servicio. Es entonces cuando crece la esperanza y se redoblan los esfuerzos, algo que es fácil de observar en los grandes ejemplos de servidores a la humanidad.

El síndrome del mundo malo es un espejismo que actualmente tiene mucha fuerza. Como todo espejismo basa su solidez en imágenes y noticias, pero bien llenas de interpretaciones manipuladoras y tóxicas muy contagiosas y muy fáciles de proyectar hacia los demás.

Esperanza, voluntad hacia el bien, espíritu de servicio y amor incondicional son hoy día más necesarios que nunca en la historia de la humanidad.

 

Todos somos polvo de estrellas. Cuando se forma una estrella comienzan a producirse reacciones de fusión, en las que la estrella “quema” hidrógeno transformándolo en helio, un elemento más pesado. Cuando la temperatura en el centro de una estrella llega a varios millones de grados ocurre la fusión de helio a carbono, del carbono y helio dando lugar al oxígeno, etc. Si la temperatura es aún mayor pueden formarse otros elementos pesados como el Magnesio, Azufre, Silício, Niquel, Cobalto, Hierro, etc. Cuando queman (fusionan) todo su “combustible”, llega un momento en que la estrella se colapsa y estalla en lo que se conoce como una “supernova”. Ese estallido lanza al espacio todo un “huracán de polvo estelar” compuesto de esos elementos más pesados que el hidrógeno, un vendaval que provoca a su vez que en zonas cercanas del universo se comiencen a producir nuevas condensaciones de materia, que darán lugar a futuras estrellas. En algún momento dado la materia pesada se va agrupando y se condensa alrededor de estrellas en forma de planetas, y si las condiciones son adecuadas, en varios (o muchos) de esos planetas, las partículas fundamentales de carbono que algún día nacieron en el interior de una estrella se transforman en vida orgánica, de la que proviene el ser humano.

Tomar conciencia de la inmensidad del universo, de la que formamos parte, por mucho que lo ignoremos, nos da una percepción de “infinito” que libera del espejismo de nosotros mismos como centro de la existencia, y los problemas de nuestro pequeño planeta azul cogen su justo sentido de la proporción. Mirar al cielo en una noche clara, o simplemente darse cuenta de que todo a nuestro alrededor está formado de átomos y materia estelar, incluso nosotros mismos, debería llenarnos de esperanza, aunque estar aquí y ahora siga siendo un misterio.

 

Todos somos hijos de Dios. Cada ser humano tiene su propia alma, su ser interior, aunque no la perciba; y encarna por un periodo limitado de tiempo en un cuerpo físico, emocional y mental, con algún objetivo, aunque no lo comprendamos. Lo que el destino nos tenga preparado, tanto individual como colectivamente, del que en parte somos responsables, también tendrá un sentido.

Si vivimos sintiéndonos parte de una humanidad unida, muchos espejismos se desmoronan. Nacemos en un país determinado para un periodo relativamente corto de tiempo y solo desde el ángulo de la personalidad; en cierto sentido tenemos solo una nacionalidad provisional. El alma no entiende de nacionalismos ni de diferencias, que inevitablemente conducen a la acción separatista. Es sensato defender los derechos y libertades de tu propio país, pero es poco humano desentenderse de lo que pase en el resto de países, teniendo en cuenta además que vivimos en un mundo globalizado donde los problemas acaban llegando a todas partes, de una u otra forma.

Las personas somos lo que somos, no lo que creemos ser, o lo que pensamos que somos, y mucho menos lo que nos dicen que somos. Puedes definirte como de izquierdas o derechas, conservador o progresista, o de muchas otras formas, pero votar a un partido o tener un tipo de ideas, no te hace ser diferente. Eres lo que eres, estas aquí y ahora en un determinado cuerpo, de más o menos edad, y con un determinado punto de evolución, con unos hábitos y tendencias determinados y a cada momento se presenta tu dharma, lo que te ocurre, lo que tienes o no tienes, con tus limitaciones y tus expectativas. Y cada uno hace lo que puede, y en ese tipo de escenarios se desarrolla la vida de cada persona. Por la complejidad que tiene vivir con ciertos principios y enfrentar muchas situaciones difíciles que seguro se van a presentar, deberíamos respetar a todo el mundo y dejar de juzgar con la ligereza que nos enseñan los medios de comunicación. Lo más honesto es ser lo que somos, sin complejos ni prejuicios infundados, y dejar que los demás sigan su camino. Lo más acertado, y también lo más sencillo, es confiar en tu propia alma y en la de los demás. La sola intención de mirar hacia el alma despierta un brote de amor; ese amor impersonal que nada pide para uno mismo y se enfoca para liberar las cargas que lastran la vida en este bello planeta.

 

El amor es la fuerza cohesiva que renueva todas las cosas y subyace en todo lo que ocurre en esta época, y no le afectan las apariencias ni los espejismos. El amor es como una varita mágica que convierte el dolor en compasión y tolerancia, la tristeza en esperanza, las desgracias en oportunidades, la injusticia en voluntad inquebrantable hacia el bien. El amor abre las puertas de la belleza de la vida y nos acerca a la verdadera realidad. Reflexionar sobre lo bueno, lo bello, y lo verdadero, nos eleva de nuestros instintos inferiores y visiones negativas hacia nuestras posibilidades espirituales más elevadas.

En estos tiempos confusos, donde las viejas ideas cristalizadas ya no funcionan, es más preciso que nunca pasar de una compresión simplona del mundo de las apariencias fenoménicas, a una comprensión profunda de la realidad, propia de una mente abierta y con capacidad de discriminación basada en la sensatez, que deje paso a la expresión de la intuición, la cualidad del alma más liberadora y más necesaria para desvelar las falsedades del llamado “mundo malo”.