El eterno ahora

Vivir el presente debería ser un objetivo prioritario para cualquier persona que aspire a enterarse de algo de lo que ocurre en el mundo mágico y misterioso del que forma parte. Sobre el arte de vivir el presente van estas palabras que pretenden inspirar y motivar, y están dirigidas a liberar de ideas prefijadas y hacia el acto de ser y estar.
En las sociedades modernas, sobre todo en Occidente, tenemos el vicio de acelerar todo cuanto ocurre en nuestras vidas, imponiendo una rígida estructura para nuestras actividades diarias. Nos ponemos objetivos, programamos, planificamos, nos precipitamos con una velocidad ansiosa que curiosamente nos hace ir más lentos. Incluso aceleramos el ocio. Todo es para ayer, como insaciables depredadores del tiempo, que nunca encuentran el momento de simplemente vivir el presente.
Un viejo dicho dice: “vísteme despacio que tengo prisa”, un mensaje sencillo, pero difícil de cumplir porque no sabemos parar el tiempo desbocado. Cuando elevamos el ritmo natural que tienen todas las cosas, producimos desequilibrio y entonces resulta imposible vivir este instante sin alterarlo con alguna proyección de futuro o de pasado, con deseos y expectativas, con emociones y pensamientos de aquello que no ocurre ahora. Cuando el tiempo se acelera se esfuma el presente, perdemos la conciencia del eterno ahora y la vida se nos va de las manos intentando atraparla. Este minuto que está sucediendo ahora, no va a volver, o lo vives o lo pierdes.
Solamente se vive de verdad si vives en la realidad, y la realidad solo se puede experimentar si vives el presente. Podría establecerse un indicador del índice de realidad de la vida de cada persona en función del grado de vida con que vive el momento presente.
Lo hemos leído o escuchado muchas veces: “solo existe el momento”, pero es un concepto tan puro y tan simple que se diluye tan pronto como intentamos comprenderlo. Solo existe este instante. Eso es todo lo que existe, y no se puede captar simplemente a través del pensamiento o de la actividad del cerebro, hay que experimentarlo. Se trata de ir más allá de pensar en el aquí y ahora, y ser “aquí y ahora”. Solo hay que dejar que ocurra, como hacemos al respirar, cuando no interferimos con la respiración, y dejamos que el aire nos respire.
El destino nos depara continuamente un escenario, nos monta una situación, y a cada uno de nosotros nos corresponde participar en su magistral obra con el mayor acierto posible. La escena que se nos ofrece se presenta sin ambigüedades, con todas sus dificultades y obligaciones, con todos sus matices, y nos sitúa en el lugar correcto y el momento apropiado y exacto en el que nos corresponde estar. ¿Con que base juzgamos ese destino como inapropiado?. Si éste es el aquí y ahora, es éste y no otro, ¿Por qué rebelarse contra la evidencia?. No hay hecho, circunstancia o situación que nos impida ser y estar y afrontar nuestro destino desde nuestras posibilidades espirituales más elevadas.

El pasado y el futuro es una trama que domina la vida de muchas personas, y no les deja mucho espacio ni energía para enfocar su conciencia aquí y ahora.
Los niños se caracterizan por no tener ningún sentido del tiempo. No están condicionados por el tiempo, en buena parte porque no han desarrollado al completo su capacidad cerebral. El tiempo es un producto de la conciencia cerebral y sólo existe en el cerebro. En realidad el tiempo es un estado mental.
Si te identificas con el pasado, con tu trayectoria personal, no te puedes estar identificando con el ahora. No puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo. Existe sólo el ahora, el pasado es solo un almacén de memoria, y si crees ser tu memoria, la experiencia del ahora se corta. Si te proyectas hacia el futuro, tratando de anticipar lo que puede ocurrir, temiendo, deseando o esperando algo que solo es una imagen mental, la magia de la vida se bloquea y se estanca. El instante presente se desvirtúa y se desvitaliza cuando tiende a proyectarse hacia el pasado o el futuro impidiéndose realizar como presente, y se tiñe de pasado o de futuro, en definitiva de irrealidad. Con lo que te identificas marca los límites dónde se desenvolverá tu experiencia. El pasado ya no existe y el futuro no está aquí todavía. El futuro no existe, no ha existido nunca, ni nunca existirá. El pasado es un almacén de memoria que se tergiversa y modifica cada vez que se recuerda, por lo que incluso su fiabilidad es relativa.
El cielo o el infierno solo tienen cabida cuando se interpreta la realidad hacia uno u otro lado, son una creación personal ajena al presente puro. Subimos al cielo cuando nos enamoramos, cuando una avalancha de emociones positivas inunda nuestra vida. Bajamos al infierno cuando nos dejamos atrapar por el odio, la envidia, la violencia, el deseo descontrolado por lo material. El cielo o el infierno son simplemente una tergiversación emocional de la realidad.
El pasado es una interpretación. El futuro es una ilusión. Mucha gente ve el tiempo como un proceso lineal, una serie de sucesos y situaciones que siguen un curso sucesivo. El mundo no pasa a través del tiempo como si fuera una línea recta que vaya del pasado al futuro. El tiempo no es un proceso, es un estado mental que necesita del cerebro para manifestarse. El tiempo progresa a través de nosotros, en nosotros, en espirales infinitas. La eternidad no significa el tiempo infinito sino simplemente la ausencia del tiempo. Para alcanzar ese estado de conciencia, libre de la presión del tiempo, se debe ignorar el pasado y el futuro, enfocar la atención en el espíritu y permanecer en el momento presente.
En la experiencia de vivir el presente no hay cabida para la ansiedad, el miedo o la preocupación, porque esos son elementos incompatibles con un estado de presente. Vivir el presente es una consecuencia, un efecto y no una causa, de vivir con valor, de no tener miedo, de aceptar lo que ocurre con amor, no con el amor a la personalidad, sino con el verdadero amor: el amor del alma.

La ciencia actual ya se encuentra trabajando sobre la base de que el tiempo es dual. Aunque el tiempo tiene apariencia de continuidad, en realidad está formado por elementos discretos. Del mismo modo que una línea recta nos da la ilusión de continuidad, pero no deja de ser una suma de puntos discretos, en general percibimos un espacio y un tiempo continuos, aunque en realidad están formados por una serie de componentes que aspiran a unirse. Junto a ese tiempo que percibimos hay otro tiempo que es imperceptible para nosotros. Tal como demuestran los diagnósticos por imágenes, en nuestro cerebro se imprimen solamente imágenes intermitentes. Entre dos instantes perceptibles siempre hay un instante imperceptible. Tenemos dos tiempos diferentes al mismo tiempo: un segundo en un tiempo consciente y muchos otros segundos en otro tiempo imperceptible. Disponemos de un tiempo del que somos conscientes y otro imperceptible, del que no somos conscientes, pero en el que podemos hacer cosas cuya experiencia pasamos luego al tiempo consciente. Hay un tiempo conocido y otro tiempo no conocido que sin embargo utilizamos de continuo. El desdoblamiento del tiempo es de hecho el desdoblamiento de la percepción del tiempo.
Sabemos que, si tenemos dos partículas desdobladas, ambas tienen la misma información al mismo tiempo, porque los intercambios de energía de información utilizan velocidades superiores a la velocidad de la luz. Existe otra propiedad conocida en física: la dualidad de la materia; es decir, una partícula es a la vez corpuscular (cuerpo) y ondulatoria (energía). Somos a la vez cuerpo y energía, capaces de ir a buscar informaciones a velocidades ondulatorias. Los físicos cuánticos últimamente aseguran que no existe una realidad objetiva, sino que la única realidad que existe para nosotros es aquella que percibimos, dado que el ser humano, actuando como "observador" de la realidad, la altera y condiciona. De entre todas las realidades posibles para mi vida, entre tantos futuros potenciales, la física cuántica afirma que mi percepción limita y atrapa una concreta, y ella se transforma en mi realidad presente.
El fenómeno del desdoblamiento del tiempo nos da como resultado que se vive a la vez en el tiempo real y en el cuántico, un tiempo imperceptible con varios estados potenciales. En un instante, se puede indagar en esos potenciales, si se llega a aprender a ser consciente de esta nueva realidad imperceptible, a reconocerla y controlarla. No se trata de un doble que viaja en ese tiempo cuántico, es él mismo en otro tiempo, que se desdobla como las partículas, tal como se ha demostrado recientemente para las partículas subatómicas (las componentes del átomo), que pueden desdoblarse y estar en dos o más lugares a la vez. Sabemos también que no son sólidas, y que tienen una naturaleza dual, pues se comportan según los casos como una onda o un corpúsculo denso, y todo ello según la forma en que las contemple un observador externo. La física cuántica ha comprobado que las partículas subatómicas o los fotones (partículas de luz), pueden comunicarse de un modo instantáneo a cualquier distancia, más allá de la velocidad de la luz. Los electrones que orbitan alrededor de un núcleo atómico no se desplazan por el espacio de un modo similar al movimiento de los objetos, sino que se mueven de un lugar a otro de un modo instantáneo e impredecible, el cual no podemos determinar. Este es el fenómeno denominado como salto cuántico; las partículas se hallan conectadas entre sí en un nivel que va más allá del espacio y del tiempo que conocemos. Se trata del entrelazamiento cuántico o la conexión instantánea entre dos partículas (o sistemas cuánticos) que permite que la medición de una partícula determine el estado de otra no obstante la distancia a la que estén. Así, una partícula en la Tierra puede afectar en este mismo momento a otra partícula que se encuentra en otro sistema solar, como si fueran una misma unidad. Esto es algo totalmente extraño para la física clásica, sin embargo, recientemente los físicos han descubierto que el entrelazamiento cuántico no sólo es real sino que podría ser responsable de la geometría del tiempo-espacio. Ya Einstein se desmarcó de la física de su tiempo y tuvo la visión de concebir el tiempo-espacio como un continuum esencialmente geométrico.
Una de las grandes innovaciones de Einstein fue su conclusión de que la gravedad es una propiedad de la geometría del tiempo-espacio. En la teoría de Einstein, la interacción entre la materia y la energía y el tiempo-espacio forma una distorsión de la geometría fundamental del tiempo-espacio, esto es la famosa curvatura que tanta especulación ha generado sobre posibles viajes de un extremo a otro del universo. Es a esta distorsión a lo que nos referimos cuando hablamos de la gravedad, una propiedad emergente y relativa. Es decir, la gravedad es geometría, siendo ésta última el constituyente fundamental de la cosmología de Einstein.
El espacio-tiempo es el modelo matemático que combina el espacio y el tiempo en un único continuo como dos conceptos inseparablemente relacionados. En este continuo espacio-temporal se desarrollan todos los eventos físicos del Universo, de acuerdo con la teoría de la relatividad y otras teorías físicas.
De acuerdo a las teorías de la relatividad de Einstein, el tiempo no puede estar separado de las tres dimensiones espaciales, sino que al igual que ellas, este depende del estado de movimiento del observador. En esencia, dos observadores medirán tiempos diferentes para el intervalo entre dos sucesos, la diferencia entre los tiempos medidos depende de la velocidad relativa entre los observadores. Si además existe un campo gravitatorio también dependerá la diferencia de intensidades de dicho campo gravitatorio para los dos observadores.
Einstein planteó y demostró que la luz es materia y la materia es luz y que el tiempo es relativo al observador. Planteó y demostró además que la luz no viaja en línea recta, como así tampoco el tiempo es lineal. Son relativos, relativos al que observa. La expresión espacio-tiempo recoge entonces la noción de que el espacio y el tiempo ya no pueden ser consideradas entidades independientes o absolutas. La masa le dice al espacio-tiempo como curvarse y éste le dicta a la masa cómo moverse. Es el contenido material quien crea el espacio y el tiempo.
La gran aportación de Einstein fue demostrar que el espacio y el tiempo eran una unidad fluida, un continuum, que tenían una profunda relación. La física actual parece llegar a un nivel aún más avanzado en esa relatividad tiempo-espacial, mostrando que el entrelazamiento es un concepto aún más profundo y esencial que el tiempo y el espacio mismo. Sabemos que dos partículas están entrelazadas cuando, al realizar la medición de una partícula, la otra partícula instantáneamente será localizada donde los principios de la conservación de energía, momentum, movimiento angular y spin determinan que esté. Antes de esto no podemos determinar su localización (es no local), y es sólo después de la medición que podemos decir que las partículas están separadas. Es por esto que cuando se habla de no localidad se asume también una inseparabilidad. Antes de la medición no hay par de partículas; sólo existe un átomo gigantesco. Este átomo permea todo el espacio. Esto parece decirnos que el universo en su estado de inconmensurabilidad es un solo átomo. Es en el acto de medición en el que se separa y se revela como una multiplicidad sujeta al tiempo y al espacio.
El entrelazamiento cuántico parece obligar a que el universo trascienda el mundo local, los objetos no son en realidad separables y las diferentes regiones del espacio no son independientes. El entrelazamiento cuántico, si tal cosa es concebible para el cerebro, va más allá del tiempo-espacio. Así la física se encuentra con la filosofía, el entrelazamiento cuántico, en su aspecto más básico, impregna todo el espacio, de tal forma que éste puede concebirse como un tejido cuántico de partículas entrelazadas (una vez que una partícula entra en contacto con otra forman un sistema y permanecen entrelazadas teóricamente para siempre) y de regiones espaciales que no pueden considerarse independientemente, entonces podemos decir que todas las cosas están intrínsecamente conectadas y que dependen unas de otras. Esto es casi exactamente lo que viene diciendo desde hace más de dos mil años el budismo mahayana. De la misma forma en que para la física moderna el entrelazamiento cuántico es equivalente al tiempo-espacio, para la filosofía budista, la interdependencia de todos los fenómenos y todas las cosas es equivalente al vacío. Las cosas están vacías, porque carecen de una existencia inherente e independiente, no tienen una naturaleza propia, individual o separada, están embebidas en el tejido mismo del universo, de la misma forma que una ola no tiene una existencia independiente del océano. Así el espacio-tiempo es en el nivel más básico que podemos conocer una serie de partes vinculadas a otras partes y así hasta el infinito. Todas las cosas, nosotros mismos, estamos hechos de este entrelazamiento, de esta concatenación, de esta cadena de impulsos de masa y energía que emergen y regresan siempre al vacío y que por lo tanto no se puede decir que tienen una esencia diferente a ese vacío.
No es el propósito de este artículo adentrarse en las complejidades de la física moderna, para las que hay que tener un especial y decidido entrenamiento que parece estar solo al alcance de las mentes más privilegiadas. Lo importante es constatar que la verdadera ciencia, esa que está abierta a todas las posibilidades, se acerca a un nuevo concepto del tiempo más cercano a la visión espiritual que a la material.

Desde una visión espiritual, el espacio es una entidad: “en él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”, y la “bóveda celeste” es la apariencia fenoménica de esa entidad. Los cuerpos (físico, emocional y mental) viven y se desarrollan en las coordenadas espacio-tiempo. En el plano físico, el factor tiempo forma parte intrínseca de su estructura. El tiempo y la forma concuerdan, pero el “Ser” y el tiempo no concuerdan. En el plano físico, se precisa el tiempo para que la forma objetiva se materialice, y esa forma necesita del tiempo para mantener su integridad. En el plano donde el Ser manifiesta plenamente su presencia no existe la forma ni las limitaciones del tiempo. Se precisa hacer un esfuerzo de intuición para saltar de la conciencia corporal a la conciencia del Ser. El puente que hace posible este salto es el alma, que ubicada en los planos superiores del plano mental, es capaz de conectar los aspectos más elevados de la conciencia, con su proyección en el plano físico a través de los cuerpos. La ilusión del tiempo se puede vencer utilizando las cualidades intuitivas de la mente, desapegándose del cerebro lineal, y dejando paso al contacto con el alma. Entonces la mente puede extenderse por las inmensidades infinitas del espacio. Liberarse de la limitaciones del tiempo no supone liberarse del espacio, porque el espacio es una Entidad eterna. Cuando el factor tiempo ya no rige, las interpretaciones registradas por el cerebro son infaliblemente correctas, porque emanan de la verdadera intuición, que nace desde la mente y se convierte en una cualidad del alma.

El tiempo es una sucesión de estados de conciencia. El tiempo es sencillamente la secuencia de estados de conciencia registrados por el cerebro físico., y es por ello un acontecimiento físico. Fuera de la manifestación el tiempo no existe, y fuera de la objetividad no existen estados de conciencia. Tiempo y espacio no son más que estados de conciencia. El Universo es en realidad un enorme conglomerado de estados de conciencia.
Es el cerebro físico el que registra la secuencia de los acontecimientos y de los estados de conciencia, que constituyen el tiempo. Dónde no existe cerebro físico, no existe aquello que se entiende comúnmente por tiempo. Cuando se produce la muerte física y por tanto la muerte del cerebro, desaparece el factor tiempo. Los niños no tienen sentido del tiempo debido a su falta de desarrollo cerebral, lo mismo ocurre con los casos ya muy extraños de personas o pueblos muy primitivos. Se precisa un cierto desarrollo del cerebro para tener noción del tiempo. Ese desarrollo cerebral conlleva estar sometidos a las limitaciones del tiempo, salvo parta las personas muy avanzadas, cuyas mentes abstractas están activas y la presencia del alma en sus vidas es una realidad; en ellas su sentido del tiempo solo es una herramienta para aplicar en sus relaciones y trato con los que viven en el plano físico.
El tiempo es una sucesión de estados de conciencia y esto es verdad respecto a un átomo, un ser humano, y lo que llamamos un Dios. Al igual que el átomo es una mínima parte de la sustancia en la cual lo diminuto alcanza su límite; un instante es una fracción de tiempo en que lo diminuto alcanza igualmente su límite, o un instante es el tiempo que tarda un átomo en abandonar la posición que ocupa en el espacio y llegar al punto siguiente. Un átomo y un instante son una y la misma cosa, y detrás de ellos está la conciencia de ambos.

La comprensión real del factor tiempo pasa por entenderlo como periodos de actividad y de no actividad, con su flujo y reflujo cíclicos en períodos adecuados de actuación y otros más adecuados para la inacción; algo muy difícil de manejar que puede lograrse con un adecuado y equilibrado sentido de la espera, con paciencia (paz y ciencia) y sin apresuramientos.
Una nueva y más acertada forma de entender el tiempo se consigue cuando se es capaz de alinearse con el Ser superior, inicialmente a través del alma. Entonces ya no se considera al tiempo como una sucesión de acontecimientos pasajeros y se abre el camino para una comprensión más acertada de la actividad y la no actividad cíclica. Esto solo es posible cuando el sentido de separación deja de existir y se accede a una mayor capacidad de comprensión y a una conciencia acrecentada. El verdadero sentido de Unidad abre las puertas para la evolución, y una visión más real, y para que prevalezca la armonía y la justicia, tanto desde el punto de vista del ser humano como de las sociedades. Todo ello conduce a dejar de estar condicionado por el tiempo, que ya solo existe en el sentido de las olas cíclicas de actividad, seguidas por no-actividad repetidas infinitamente.
El arte de interactuar con el concepto del tiempo reside en fluir en esta secuencia de actividad, siempre creativa, seguida de un periodo vacío de inactividad en el que procede dejar la acción, y absorber lo experimentado, y enfocar la atención en otras direcciones. Gradualmente, sin pensar en ello ni desearlo, otra nueva actividad creativa se presenta en el aquí y ahora, en una secuencia, un fluir cíclico, un ritmo de actividad seguido por la inactividad. Esta actividad cíclica e inactividad está estrechamente relacionada con la ausencia del tiempo, que permite priorizar la actividad que demandan los momentos apremiantes y al mismo tiempo permanecer “fuera del tiempo”, un estado alegre y desapegado, que permite captar y experimentar con intensidad la creatividad de la actividad y la paz silenciosa de los periodos de calma.
El presente se pierde instantáneamente en el pasado y se fusiona en el futuro, a medida que se experimenta. Cada instante es una semilla, y hasta “la secuoya se inicia con una semilla”. Nos equivocamos cuando intentamos fijar tiempos concretos y límites; todo en la evolución progresa fundiéndose con un constante proceso de sucesión, solapamiento y mezcla. Erramos cuando queremos evolucionar hasta el infinito en una sola vida, acelerando el tiempo y desatendiendo sus periodos cíclicos de actividad y no actividad; entonces el tiempo se estresa y se convierte en una prisión aburrida y estancada. La evolución es lenta y una vida es sólo un corto momento en el largo ciclo del alma, aunque no por ello menos valiosa.

El uso del tiempo de forma inteligente y evolutiva, es la manera más accesible de que disponemos para liberarnos de su opresión.
Cuando se utiliza la expresión “ no tengo tiempo”: no es el tiempo lo que falta, sino el impulso y la motivación por vivir en pleno presente. Afirmar que no tengo tiempo para esto o aquello es un argumento que puede convencer a nuestra mente inferior, pero internamente sabemos que solo es una simple excusa. Podemos tener prioridades, y tomar decisiones sobre cómo aplicar el tiempo de que disponemos, pero luego no hay lugar para excusas, ya que ello lleva a un estado de permanente frustración. Si aplazamos algo una y otra vez, lo convertimos en un hábito, del que no sale nada bueno.
No tener tiempo para meditar es todavía más difícil de justificar, porque meditar rompe con el sentido de escasez de tiempo y reequilibra su percepción. Además se puede llegar a meditar en cualquier sitio, en cualquier situación, y por tan sólo simples momentos; y siempre es posible crear remansos de paz a nuestro alrededor, por cortos que sean.
Lo que cuenta no es el tiempo que se dedica al correcto cumplimiento de los deberes o de las actividades elegidas, sino el equilibrio con que se hace, la energía que se mueve y el enfoque estable de la mente en todo el proceso.
Pasamos buena parte de la vida trabajando. Si te gusta el trabajo, es fácil entenderlo como un sustituto del tiempo. Cuanto más te absorbe una actividad más desconectas del reloj y del análisis del tiempo, mas practicas el presente, aprovechas más el tiempo viviendo y estableces el hábito de vivir el presente. El trabajo ideal para sustituir al tiempo debería tener un fuerte componente creativo, pero en las actuales sociedades, mal llamadas “civilizadas”, eso es cada vez más difícil.
Si te gusta el trabajo conviértelo en un sustituto del tiempo, pero si no te gusta, y estás obligado a hacerlo, cambia la interpretación de la percepción y de los gustos. Lo que ocurre, “aquí y ahora”, debe ser aceptado. Es legítimo intentar modificar nuestro presente, pero no lo es escapar de él, negar su existencia, amargarse por querer estar en otra parte, con otro destino. Todo lo que ocurre es justo lo que tiene que ocurrir, aunque solo sea porque está ocurriendo, y esa actitud es la mejor forma de permitir que ese presente fluya, evolucione y se transforme de forma natural, y deje el debido poso de la lección aprendida. Pero, ¿ De dónde nacen los gustos?, ¿Quién y cómo los mantiene o los cambia?, ¿A quién le gusta o no le gusta?. El capricho de quiero o no quiero no es más que un espejismo cargado de emoción egoísta. Si algo no te gusta, aplica la voluntad y haz que te guste, no el hecho en sí, sino la forma de vivirlo y afrontarlo. Está aquí y ahora, está ocurriendo, es mi destino, lo acepto, y me gusta, no la situación o sus resultados que solo son parte de una larga historia personal, sino la capacidad para ser libre en todo momento y circunstancia.
Cuando se vive el presente, el tiempo se estira hasta límites inconcebibles, y no hay hueco para el tedio ni el abandono. El aburrimiento radica en no vivir el presente y desperdiciar el tiempo como si fuera eterno. El aburrimiento es el precio que se paga cuando se considera que el tiempo no tiene valor.
Se precisa saber vivir el tiempo, independientemente de la aparente velocidad con la que se desarrolle. No hay prisa ni apremio, aunque no hay tiempo que perder. Hay que cambiar la visión mental de los logros y recompensas futuras, por el deber y la meta inmediatos, y aprender el valor espiritual de cada momento, que está justo en este instante y no en otro. Se trata de calmarse y estar aquí, sentir la paz del presente, la libertad del presente.
Vivir el presente es dejar de especular, dejar de imaginar lo que vendrá, dejar de desear que ocurran o no ocurran determinados sucesos. Es estar atento al aquí y ahora y actuar en el momento, aunque se hagan planes y previsiones cuando sean necesarios. Es estar al cien por cien exprimiendo y estirando el tiempo en perfecta paz y así llegar a trascender el tiempo.

Una buena arma para recuperar el presente radica en el uso adecuado de la atención.
El sistema del procesamiento cerebral de la información está más automatizado de lo que debería estar para poder considerarnos personas conscientes. La percepción de nuestra realidad está filtrada por las influencias del procesamiento conocido como “arriba-abajo”, por el que los estímulos que se detectan activan las redes tálamo-corticales, y crean continuamente predicciones sobre los eventos sensoriales entrantes. Estas influencias descendentes imponen una serie de filtros automáticos que resaltan los aspectos ya conocidos de nuestra realidad y atenúan o incluso eliminan los aspectos novedosos. La tendencia a interpretar y juzgar experiencias y a las personas suele estar fuertemente establecida.
La atención facilita la desconexión de estos procesos automáticos y semiautomáticos y ayuda a disolver las influencias del aprendizaje previo y de los hábitos sobre la sensación del presente. La atención supone la activación de diversas zonas de la corteza frontal, promoviendo un procesamiento más consciente de la información, que contrarresta el automatismo del sistema.
A través de la atención podemos suspender los diferentes modos de interpretar la experiencia y atender a la experiencia misma, tal como se presenta en el aquí y ahora. Por eso la atención es curativa y liberadora.
La atención plena es la antesala a la conciencia plena, que siempre estará centrada en el presente, con la observación desapegada de todo lo que ocurre, para percibir las cosas y los sucesos como son en realidad, sin distorsiones emocionales o mentales, sin enjuiciar ni elaborar interpretaciones personales.
Hay que tener siempre presente que la atención no debe enfocarse en procesos físicos que están por debajo del nivel la conciencia. Sería involutivo, ya que determinados procesos, como respirar, los latidos del corazón o hacer la digestión, están automatizados porque el ser humano ya los ha integrado en su largo camino evolutivo, y concentrarse en ellos sólo puede generar perjuicios. La anorexia y la bulimia son ejemplos de lo que puede ocurrir cuando interferimos en los procesos digestivos.
Cuando se promueve la atención hay que intentar evitar la atención autocentrada. Centrarse en sí mismo abre la puerta a un amplio abanico de patologías, como la depresión o la ansiedad, y tiende a crear el hábito de la rumiación que es muy fácil de adquirir y muy difícil de dejar. La rumiación es una palabra muy adecuada para describir la dependencia de los pensamientos y su sumisión obsesiva. Supone el uso más denso y más escaso que puede hacerse del cerebro, y un total descontrol sobre el enfoque de la atención.
El uso adecuado de la atención pasa por enfocarla en la experiencia presente, sin apegos, de forma consciente, sin prisas ni objetivos imposibles, intentando no reproducir las formas aprendidas de interpretar la realidad, abiertos a la percepción de nuevas energías y a dejarnos sorprender por las infinitas formas de expresión de la vida.

El uso del llamado “tiempo libre” y su nivel de aprovechamiento es todo un indicador del grado evolutivo. Se acostumbre a considerar el tiempo libre como un periodo de descanso y de desconexión del mundo del trabajo obligado, y en muchas ocasiones se tiende a desperdiciarlo, sin llegar a comprender el gran regalo que ofrece. El tiempo libre es una oportunidad de oro para crecer, y en él se puede desarrollar con mayor facilidad el pensamiento y la acción creativa que se precisa para transformar el sentido de presente opresivo, que limita la vida de buena parte de la humanidad. El tiempo libre es el momento propicio para desarrollar los aspectos creativos que impulsan a cada persona hacia lo mejor de sí mismos. La creatividad está al acceso de todo el mundo, no tiene por qué tener relación directa con el dinero o la formación intelectual; es simplemente la capacidad de disfrutar de cada instante con motivación y con determinación; de generar nuevas ideas o conceptos enfocados hacia soluciones diferentes y originales; de desarrollar la inspiración suficiente para mover las cosas que se enquistan en la personalidad. El cambio creativo encierra la clave para cambiar el aburrimiento de las sociedades modernas viciadas con ausencia de presente y ansias de futuros cargados de materialismo, y es la base de la vida y el origen de los ciclos. Cuando se vive en armonía con el fluir de la vida en cualquier lugar del cosmos, se ofrece la posibilidad de construir una civilización en la que la dictadura del tiempo deje de existir; donde cada día sea diferente y el arte de vivir sea la expresión natural que todo ser humano lleva latente en su corazón.

Vivir cada instante con intensidad es la forma natural con la que una personalidad liberada de bloqueos y complejos se lanza a la experiencia diaria. No tratar de vivir cada instante con intensidad convierte las acciones o inacciones en inmorales, entendiendo la moral como el comportamiento humano, voluntario, enfocado hacia la acción correcta y evolutiva, hacia la conducta más alta y noble de la que se puede ser capaz en cada momento.
Un proverbio Hoppi dice : “Todo lo que hacemos ahora debe ser hecho de una manera sagrada y en celebración”. Lo que realiza la personalidad en el correcto lugar y tiempo, es una realización divina, trasciende lo meramente objetivo y se adentra en el mundo de la realidad y de los valores espirituales.
Cuando se consigue ser capaz de ver los acontecimientos como aspectos del tiempo, se incrementa la necesaria continuidad de conciencia y se agudiza el sentido de proporción, con efectos estabilizadores y de desarrollo de la sensatez. Se acierta entonces a aplicar la mejor actitud para determinar los ritmos de los tiempos y se adquiere el sentido del momento propicio. El factor tiempo no cuenta para el verdadero trabajo evolutivo. El progreso es la meta cuando está profundamente arraigado y establecido, y el progreso es sólido y bueno cuando es lento. Es aconsejable cultivar la idea de que la eternidad es larga, y lo que se construye despacio es perdurable. En los planes importantes que afectan al crecimiento de la conciencia no cabe el apresuramiento al que conduce un sentido excitado del tiempo.
La armonía es la necesidad número uno para perder la opresión del sentido del tiempo. No podemos tener una conciencia despierta y una respuesta a la naturaleza del verdadero tiempo si estamos en un estado de desarmonía. Pero lo que definitivamente libera de la dictadura del sentido del tiempo es la conciencia de la realidad del alma.

El desapego es una cualidad del alma que otorga el don de liberarse de la presión del tiempo. El verdadero desapego actúa desde niveles del alma y a la luz que afluye desde ese despejado lugar de percepción, considera todas las cosas de la vida desde el punto de vista de la eternidad.
La forma asumida dentro del concepto de tiempo presente es el resultado del desarrollo de anteriores características y contiene las simientes de la cualidad futura. El eterno ahora tiene tres aspectos: lo que ahora somos es el producto del pasado y lo que seremos en el futuro depende de las simientes latentes u ocultas, o sembradas en la actual vida. Lo sembrado en el pasado existe, y a su debido momento esas semillas dan su fruto: su destino ya está trazado. Pero el control sobre la siembra de nuevas semillas y el inicio de nuevas actividades quedan al acceso del ser humano que sea capaz de practicar el desapasionamiento y el desapego y controle con determinación la naturaleza de deseos, reorientando la atención para que no sea atraída externamente por la corriente de imágenes mentales, sino estabilizada y centralizada fijamente en la realidad. Para conseguir ese gran logro evolutivo se debe controlar el vehículo mental, la mente, y aprender a navegar en la corriente de las modificaciones del principio pensante; para disponer así de las condiciones óptimas de utilización del mecanismo mental y aplicarlo en la correcta dirección, aquella que conduce al conocimiento liberador del mundo del alma, en dirección opuesta a la ignorancia limitativa del mundo material.
La intuición se desarrolla por el empleo de la facultad discriminadora, cuando hay concentración enfocada en los instantes y su continua sucesión; lo que abre la puerta a una nueva etapa de desarrollo intuitivo en que el ser humano puede distinguir y apreciar causas y efectos como procesos globales y ver el comienzo y el fin en un destello de tiempo en el espacio.
El correcto enfoque de la realidad, de la visión y la presión del tiempo conduce a la verdadera humildad, y hace natural el acceso a la alegría interior, la verdadera felicidad, que se basa en una justa apreciación del tiempo y en el olvido de sí mismo, con la sana confianza en el alma que mora y da vida a nuestro interior. La felicidad está directamente relacionada con vivir el presente. La investigación ha descubierto que las personas felices viven el presente con mayor intensidad que las infelices, y parecen encontrar su sentido a las oportunidades que se les presentan, que también saben aprovechar. La ciencia de la psicología parece demostrar que la felicidad se encuentra más fácilmente en el "aquí y ahora" que en el "después". La gente feliz valora más sus días que la gente infeliz, sobre todo porque su atención no está tan condicionada por los sucesos pasados ni por la inquietud sobre el futuro.

La palabra “inmortalidad” infiere infinitud, y enseña que está infinitud existe en aquello que no es perecedero o está condicionado por el tiempo. Todo lo de verdadero valor espiritual es persistente, imperecedero, inmortal y eterno.
Más allá de la existencia efímera de nuestros vehículos de expresión en el plano físico, emocional y mental; somos seres inmortales. La toma de conciencia de esa realidad interna crea una adecuada actitud mental que permite dominar el impacto del tiempo, sacudido por el concepto de inmortalidad, lo que facilita la eclosión de la creatividad y la belleza que toda vida lleva implícita.
El proceso de la muerte encierra una clara lección sobre como el concepto del tiempo se sostiene con la vida de los vehículos en encarnación, y como la total comprensión del eterno ahora precisa de la liberación de las limitaciones cerebrales. Desde el momento de la total separación de los cuerpos físico denso y etérico, y a medida que se emprende el proceso de eliminación, se acrecienta la conciencia de pasado, presente y futuro, que se logra culminar cuando el contacto total con el alma ha quedado reestablecido. Al final del proceso llamado muerte, el pasado, el presente y el futuro se ven como uno; se reconoce el eterno ahora. Existe una gran e inspiradora promesa en el camino evolutivo, que al final del largo proceso de reencarnaciones, el eterno ahora, esa elevada conciencia de la realidad, llegará a ser lograda.
Sin solucionar el miedo a la muerte, no existe posibilidad de vivir el presente. La muerte de los vehículos es bien segura, aunque el momento de su llegada es imprevisible. Muchas personas cometen el error de dejar la reflexión sobre la muerte para la vejez, como si tuviéramos garantizado nuestro tiempo de encarnación. Existen cientos de signos y señales que muestran la muerte continuamente a nuestro alrededor: películas, novelas, esquelas en la prensa, seguros de vida, continuos entierros de familiares, amigos y conocidos….., pero nos contentamos con aplicar un mensaje memorizado que aparentemente nos calma, como pensar y autoafirmarnos de que la vida media está en cerca de ochenta años, o si ya hemos cumplido esa edad, traer a la mente a alguien conocido que ha vivido más, para seguir pensando que nos queda tiempo de sobra, que el tema de la muerte no me toca aún a mí.
La idea de la inmortalidad del alma debería bastarnos para perder el miedo a la perdida de los vehículos, y el propio miedo a reflexionar sobre la muerte. De una buena reflexión sobre el tema debería salir el propósito de vivir cada momento sabiendo que es único, que puede ser el último, con la dignidad suficiente para saber que ha sido un momento correcto en función de nuestras circunstancias y capacidades.
Si se está vivo tiene que ser por algo. Cada momento cuenta, aunque por el paso de los años el cuerpo acabe débil y decrépito. En cualquier situación y circunstancia la vida tiene sentido y merece nuestra máxima atención. Podríamos estar en una magnifica playa o subiendo una bella montaña, pero estamos aquí, sentados en una simple silla, leyendo, y es un momento tan perfecto como cualquier otro, pleno y cargado de existencia.
Ocuparse de vivir el momento presente es todo lo que hay que hacer. El resto del día y nuestra historia se escriben solos.

El amor es una experiencia que se activa en nuestro interior cuando comprendemos que todo es efímero, transitorio y fugaz, que todo está en cambio y no hay nada permanente, ni nada a lo que merece la pena apegarse. Cuando comprendemos la belleza de la impermanencia y del fluir de la vida, la mente se serena y el corazón florece y expresa su amor natural.
La esencia del arte del vivir se basa en que cada momento es nuevo, y cuando se vive con atención y conciencia, se permite que el alma participe y de color y energía a la experiencia creativa del aquí y ahora, y el amor se irradie con libertad.
Vivir el presente es vivir la experiencia simple, espontánea y directa de lo que es, de lo que realmente la vida es en este momento, con total integración y conciencia. Vivir este instante asegura la alegría interior en cualquier situación, y hace muy fácil que la felicidad se exprese, aunque ni se desee ni se necesite.
Vivir el presente supone vivir en el eterno ahora, dónde todo cobra sentido, en el tiempo y el espacio insustancial en el que se revela el sentido de la existencia, dónde descansa el Ser, que siempre ha estado ahí, en espera de ser descubierto, justo en el punto dónde comenzó el camino.

El concepto “eterno ahora” no es posible comprenderlo plenamente hasta haber desarrollado la conciencia del alma. El alma no tiene sentido del tiempo, solo de la eternidad. Decir que el tiempo es una sucesión de estados de conciencia y que el presente se pierde instantáneamente en el pasado y se fusiona en el futuro a medida que se experimenta, puede ser de poca utilidad. Decir que llega un momento en que la vista se pierde en la visión, al cumplirse las esperanzas de la vida en el momento de la realización, y que esto persiste siempre, e indica un estado de conciencia en el que no hay sucesión de acontecimientos ni realizaciones, puede resultar incomprensible. Pero este es el destino que espera cuando se conoce el verdadero significado de la inmortalidad y la liberación natural de ese estado. En ese instante, espacio y tiempo son términos sin sentido, y se conoce el lugar que ocupa el tiempo en la eternidad, se ven las cosas de arriba abajo, y el tiempo no existe. La única realidad verdadera es la gran fuerza de vida, que permanece inmutable e inamovible entre la corriente de las fuerzas temporarias, cambiantes y evanescentes; en el centro inmóvil del movimiento.
Cuando se produce la identificación con la forma cambiante, con los vehículos: tiempo y espacio se convierten en verdaderas realidades. Para el alma liberada no existe tiempo ni espacio, y omnisciencia y omnipresencia son cualidades que afloran como por arte de magia.
El tiempo, esa secuencia de las modificaciones de la mente, llegará a su término, cediendo su lugar al eterno ahora. Pero se precisa cambiar la visión abstracta de la gloria y recompensas futuras, por el deber y la meta inmediatos, y aprender el valor espiritual de cada momento, y llevar esa práctica de presente continuo al primer plano del diario vivir.
En el compartir está la clave de la más grande de las liberaciones, porque mediante el compartir los seres humanos llegaremos a conocer el significado divino del amor. El compartir proporciona la respuesta a todos los problemas de la humanidad y una entrada segura en una nueva era. Cuando la humanidad sea Una, el tiempo desaparecerá. Cuando el ser humano enfoque la vida desde el punto de vista creativo interior, el tiempo perderá su dominio sobre nuestras mentes y así nos liberará de su tiranía.
El conocimiento se trasmuta en sabiduría, en un destello de tiempo; la sensibilidad cambia hacia amor, dentro de una zona del espacio; el sacrificio se transforma en buenaventura, donde no existe tiempo ni espacio.

Hablar, reflexionar, sobre el eterno ahora, tiene interés por lo inspirador que pueda llegar a ser, pero tratar de establecer definiciones y conceptos mentales sobre algo que trasciende la propia mente, es una meta inalcanzable. Tal vez solo quede experimentar este instante eterno, y dejar que sea la poesía la que coja el relevo e intente atraer intuiciones, para hacerlas realidad, porque se diluyen tan pronto como se tratan de traducir en palabras.

“ Dentro del tiempo hay otro tiempo
quieto
sin horas ni peso ni sombra
sin pasado o futuro
sólo vivo

Nunca lo vemos
Es la transparencia”.

Octavio Paz. El mismo tiempo.

Tómate un momento
para comprobar si estás aquí realmente.

Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado
estamos aquí, sin más.
Con anterioridad al bien o al mal, o a lo indigno
y con anterioridad al pecador o el santo,
estamos aquí, sin más.
Quédate aquí, en el lugar del silencio,
Donde el silencio interior danza.
Justo aquí, antes de saber algo o de no saber nada.
Quédate aquí, donde todos los puntos de vista
se funden en un solo punto,
y ese único punto desaparece.

Intenta encontrar el ahora,
donde rozas lo eterno,
y siente el eterno vivir y morir de cada momento.
Para encontrarte aquí nada más,
antes de convertirte en experto,
antes de convertirte en principiante.
Quédate aquí nada más,
donde eres lo que siempre será,
donde nunca le añadirás nada,
ni le quitarás nada a esto.

Quédate aquí, donde no quieres nada,
y donde no eres nada.
En el aquí que es indescriptible.
Donde sólo encontramos el misterio desde el misterio,
o nos dejamos de encontrar.
Quédate aquí donde te descubres
al no encontrarte.
En este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,
y la quietud se mueve demasiado rápido como para atraparla.

Quédate aquí donde eres lo que deseas
y deseas lo que eres
y desaparece todo
en un radiante vacío.

Adyashanti.La danza del vacío.

Amar es dialogar, conocer, aceptar…, abrirse al eterno presente y
entregarse al infinito.
El Amor todo lo abraza. Amar es integrar e irradiar.
Amar es Ser; honrar y celebrar el eterno ahora. La Vida

María Irene Giurlani.

Detén el paso, viajero,
escucha las voces de tus mundos
y dime si son de nácar y azucena
si suenan a juncos y alamedas
o son sueños tejidos sin agujas
simples reflejos de presente inquieto.

En un hueco del destino,
remanso de paz robado al tiempo,
se han parado las olas de mi mente
otorgando el don de un nuevo ahora,
descansa el almacén de mi memoria
despiertan los sentidos invisibles,
surgen preguntas alocadas
para inciertos momentos sin certezas,
pero no importunare con lunas imposibles
con deseos de grandeza
o místicas llamaradas,
solo una sencilla y tierna mirada:
¿dónde se oculta el eterno ahora?.

En un suspiro de segundo, un átomo
abandona su posición en el espacio,
la realidad sorprendida se precipita
insensata
a otro cambio calculado de apariencias,
cruje la escena
entre las capas de cebolla
de un teatro construido sin cimientos,
destello de tiempo
que agrieta el paisaje simulado
disipa la ilusión
que mantiene alucinada a la conciencia,
se rompen las espirales infinitas
de viejas verdades inmutables
atormentadas
perdidas en las brumas
de falsas preguntas sin respuesta.
Hasta la ciencia se tambalea,
la velocidad rompe su pacto
con espacios y tiempos,
el viejo poema de Einstein
no habla ya de materia y energía
solo la luz baila al cuadrado de sí misma,
y entre los restos de tanta nada
emerge la tierra del presente y la sonrisa
entre luces y sombras silenciosas
dónde la vida respira sin permisos,
el viento no sopla mensajes,
susurra a la caña
y la convierte en flauta,
lanza sus notas al vacío
a inspirar secretas sinfonías
destinadas a surcar océanos celestes.

Aromas de corteza de naranja
en jardines del pensar dulce,
discursos de ruiseñor y cardelinas
tertulia de humildes gorriones,
atardecer de hierba cortada
dónde brilla el corazón que eligió amar.
En un mundo donde no existe el tiempo
no hay celda para culpa alguna
solo alivio al soltar la carga
de cientos de deseos no intentados.
La única verdad que eleva el vuelo
vive el aquí intenso
el ahora valiente
de los guerreros de este instante,
armados de motivos transparentes
y amores con sabor a eternidad.

José Miguel Andrade. El eterno ahora.