Práctica de la atención despierta

Mantener la atención alerta y despierta debería ser algo natural, una forma relajada y sencilla, libre de tensión, con la que enfocar la conciencia en todo aquello que pasa por nuestras vidas. Pero en estos modernos mundos de estrés conseguir una atención así parece un sueño lejano, y resulta paradójico que se tenga que intentar ejercitar una función natural, con la que nace todo ser humano, para recuperarla de su olvido. Hoy día lo mas habitual es disponer de una atención dispersa, incapaz de centrarse, que en procesos como la depresión cae en un desorden sistemático, que impide actuar con la persistencia y continuidad que exige todo cambio de hábitos y tendencias de nuestros cuerpos físico, emocional y mental.

La atención despierta se puede practicar con los ojos abiertos o cerrados, con el cuerpo pasivo o en movimiento. La atención interior se centra en el mundo del cuerpo físico, energético, emocional y mental. La atención exterior se dirige al entorno, al movimiento, a las imágenes, los sonidos y la vida que nos rodea. Ambos tipos de atención se pueden practicar simultáneamente, pero al principio es suficiente tarea centrarse en aspectos bien definidos.

El objetivo de la práctica es observar todo aquello que nos pasa desapercibido, y dejar al descubierto las respuestas semiautomáticas ante determinado tipo de estímulos, y descubrir formas inconscientes con las que nos relacionamos con nuestro medio ambiente. Se pretende también crear y consolidar una atención estable, capaz de centrarse en aquello que se propone, con un mínimo de dispersión, sin dejar que nos confundan las interferencias de la información de los sentidos, de las emociones y los pensamientos.

Se trata de observar sin personalizar, y de una forma sencilla y relajada, todo aquello a lo que dirigimos la atención.

El cuerpo físico nos puede dar mucha información si somos capaces de detenernos a observarlo. La cara es una pantalla permanente de información; a través de microexpresiones faciales podemos ver como queda delatada cualquier preocupación y ser así mas conscientes de aquello en lo que está atrapada nuestra atención, con casi la total seguridad de que no se trata del momento presente. El lenguaje corporal también emite un mensaje continuo de todo lo que nos perturba. Las tensiones de la vida cotidiana acostumbran a alojarse en diversas partes del cuerpo. Cada parte en tensión, tanto sea de cuello, hombros, vientre manos,…, nos habla de miedos, de frustraciones, de ira, o de otras muchas emociones reprimidas que tratan de buscar salida. Toda esta información la podemos extraer de nuestro cuerpo y también del cuerpo de los demás, con mucha mas certeza que los mensajes del habla.

Cuando dirigimos la atención al cuerpo físico, hay que cuidar de no hacerlo hacia las funciones que están automatizadas y por debajo del nivel de la conciencia, como puede ser la circulación de la sangre, o el sistema digestivo, o el funcionamiento de los órganos internos. La mayor parte de las funciones corporales han quedado por debajo del nivel de la conciencia porque nuestro largo camino evolutivo como seres humanos las ha integrado y automatizado, y permitir así que la conciencia se libere y abarque mundos mas amplios.

La atención a la respiración puede ser adecuada para detectar formas de respirar defectuosas, que indican estados emocionales y mentales alterados, e intentarlas corregir. Pero una vez corregidas es mejor dejar que la respiración siga automatizada y no interferir en sus ritmos naturales. Una buena respiración debe tener cierta profundidad y estar en calma. Observar la respiración es útil para tomar conciencia del estado de armonía o desarmonía del que informa. Pueden ser aconsejables ejercicios sencillos de respiraciones profundas para eliminar tensiones, y aumentar los niveles de energía, sobre todo en estados depresivos, pero no es tan aconsejable convertir las respiraciones en una gimnasia dirigida.

En todo caso conviene evitar llevar la atención en exceso al cuerpo físico porque se corre el riesgo de centrarse demasiado en sí mismo y seguir atrapados en el espejismo de considerarnos el centro del universo. Esto es especialmente peligroso en un estado depresivo, donde el mayor problema es la saturación de sí mismo.

Cuando se lleva la atención al entorno, la conciencia salta de uno mismo y se libera, y va cogiendo su lugar natural, en el que la atención a los

Una práctica muy liberadora es atender a nuestro entorno, tomando conciencia de la inmensidad de detalles que nos ofrece la vida, de imágenes con infinitos contrates y colores, de formas y espacios ocultos, de sonidos y silencios, de corrientes de vibración, de mensajes corporales de todos y cada uno de los seres vivos; además de la belleza y la singularidad de cada escena, de cada instante único e irrepetible.